Tras unos días más de estudiar el libro correspondiente, decidí que ya era hora de poner en práctica mis conocimientos, así que preparé un zurrón con unas cuantas manzanas y un trozo de pan y un pequeño trozo de carne y salí a los jardines de la Torre.

Inspiré, cerré los ojos, y evoqué en mi mente las siguientes runas, mientras realizaba el pase mágico:


Expiré, abrí los ojos, y vi que mis alrededores habían cambiado. Ya no estaba en los cuidados jardines de la Torre, ya no podía ver los manzanos y los naranjos ni los perales, ni los rosales ni los arbustos que colmaban los jardines, sino que veía las lindes del bosque del Valle de los Lobos, y también la base de las altas montañas que se alzaban hasta los cielos, con sus picos fríos y nevados.  

Busqué una roca bastante apetecible sobre la cual sentarme, y me senté ahí un instante, para tranquilizar un poco a mi mente tras el teletransporte. No estaba muy acostumbrada al hechizo (he de reconocer que las veces que lo practiqué en la Torre solo me moví unos cuantos metros, por lo que no estaba acostumbrada a tan largas distancias), por lo que me había sumido en un estado de semi-mareo un poco enervante.

En unos cuantos minutos mi mente se tranquilizó, por lo que me levanté, dejando el zurrón apoyado sobre la roca, observé mis alrededores, preguntándome qué podría hacer para practicar.

Decidí, en primer lugar, probar el hechizo de meteorología, de tal manera que el día fuese soleado, borrando los feos nubarrones que se habían acumulado en el cielo, como presagio de tormenta.

Alcé mis manos al cielo, y cerré los ojos, imaginándome un precioso cielo del color del lapislázuli, un azul profundo, con un sol dorado brillando en lo más alto.  


Sentí la energía salir de mi ser y fundirse con el aire y con el cielo y con las nubes que teñían el cielo de gris. Lentamente, las nubes comenzaron a desaparecer, otras a irse del lugar, pero pronto el cielo quedó radiante y azul y el sol brillaba en lo alto.

Volví a sentarme sobre la piedra, simplemente para disfrutar del cálido sol estival. Saqué una de las manzanas y le di un perezoso mordisco, y luego otro, y luego otro, y así seguí para romper mi ayuno, pues aún estaba bien entrada la mañana y había partido nada más despertarme (y coger los víveres que me había llevado conmigo, claro está).

Me levanté, y me pregunté qué podría hacer ahora. Me decidí por un hechizo considerablemente sencillo, el de la levitación.  


Nada más pronunciar la última runa me sentí mucho más ligera, como si pudiera... flotar. Y eso pasó, cuando una leve brisa me levantó del suelo y me llevó consigo, histérica, me puse a gritar el contrahechizo.


Y dejé de flotar.

Si no fuese por un matorral de... algo, no estoy segura, mi caída habría sido menos agraciada de lo que ya era y más dolorosa. Especialmente más dolorosa de lo que ya era.

Me levanté, quejándome, y volví a dirigirme hacia la roca. Tomé mi zurrón y, pensando en un último hechizo para salir del lugar, me imaginé que podría invocar algo, para no marearme como cuando me teletransporté, y tampoco salir volando a merced de los vientos y acabar en el desierto o algo así.

Inspiré y expiré tres veces antes de pronunciar las runas adecuadas.


Supe que mi hechizo funcionó cuando noté un fuerte viento, como si un pájaro gigante batiese sus alas. Acaricié el cuello de la blanca ave que vino hacia mi y, tras eso, cuando ella se agachó, me monté sobre ella. Nada más darle la orden, volví a la Torre.