La batalla de la Mansión de las Brumas
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La batalla de la Mansión de las Brumaspor La Diosa, Vie Oct 04, 2013 9:04 pm

~ Batalla de la Mansión de las Brumas ~



Es de noche. Hay luna llena. El bosque infinito de Gadrýl se mece con suavidad y los árboles son empujados por una brisa tenue a la par que fría. Nos hallamos en la orilla norte del lago, pero muchos metros tierra adentro. Es una zona oscura, plagada de árboles altísimos, de vegetación abundante. No se ven las luces de ningún pueblo alrededor. Todo está vacío, todo está en silencio.

O eso parece. Para los ojos más adiestrados, los árboles están plagados de sombras. Incluso brilla en algún lugar un fuego antinatural, un fuego creado con magia. Pero su llama es muy débil. Hace una hora que empezó a llover, y las gotas de agua chocan acompasadas contra la hierba mullida. Entre las montañas, un ejército de Garnalia Norte ha montado campamento y los acompañan tropas del Concilio, mucho menores en número tras el asedio al Palacio Élfico. De todos los archimagos, solo Joseph Winterose se ha presentado.

No son los únicos que esperan que esta noche de otoño la lluvia de agua se convierta en una lluvia de sangre. La Mansión de las Brumas, artificialmente elevada por un conjuro de Xerxes Break, parece casi inaccesible. Y sus fuerzas la protegen. Y aguardan.

La magia se puede respirar en todos lados, en cada rincón del bosque, en las almas de los combatientes, muchos de ellos bendecidos con el don de los dioses. La noche le da al ambiente un aire extraño y de misterio. Caminan por el viento los recuerdos de las pasadas batallas.
¿Quién probará esta vez el sabor de la victoria?











    NOTAS
    + Todos los que vayan a participar, pueden ir posteando en este tema.
    + Aquí se narrará la batalla general y su comienzo. En el caso de que sea necesario un encuentro aparte (cambio de escena) entre unos personajes específicos, se roleará en otro tema.
    + Los posts hechos con la cuenta de La Diosa servirán para manejar NPCs o para narrar lo que sea necesario.
    + Se puede sumar quien lo desee, esté inscrito o no, siempre que se justifique en el post la presencia del personaje en la batalla.


Xerxes Break
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Re: La batalla de la Mansión de las Brumaspor Xerxes Break, Sáb Oct 05, 2013 8:47 am
Una vez más, mis compañeros y yo nos vemos obligados a participar en una cruenta batalla, totalmente absurda e innecesaria. Supe a través de mis batidores que las tropas del Concilio habían formado un campamento no muy lejos de nuestra posición. Su ataque era inminente, pero no contaban con la presencia de una mente privilegiada, capaz de urdir las más elaboradas filigranas en tan solo cuestión de segundos: yo.

Me asomé al balcón que había en mis aposentos y pude ver como el bosque de Gadrýl se extendía allá por donde mirase. De repente, mi vista se paró en un punto concreto, una leve luz que daba a entender que se había encendido un fuego, posiblemente una o varias hogeras. Ahí estaban.

Y con una sonrisa en los labios, me puse manos a la obra:

Nän IakEwëBehvLindurAshDòhEwëLindurOblêvChahlUvReveAsh

Acto seguido, una niebla empezó a levantarse, invadiendo cada rincón del bosque que rodeaba mi mansión. ¡Pobre del necio al que se le ocurra pensar que aquella era una niebla normal y corriente! ¡Y sobretodo, pobre de aquel que piense que podrá conservar su cordura una vez entren en ella! Tras la incursión de Hammerhand, me he tomado la libertad de realizar una serie de modificaciones en lo concerniente a la seguridad. ¡A ver si me acuerdo de darle las gracias en cuanto todo esto acabe!

Lucien se teletransportó a mi lado y me indicó que nuestras fuerzas estaban en posición. Todas se hallaban en los alrededores de la mansión, que estaba situada en lo alto de una "montaña" que creé nada más llegar aquí. De eso hace ya unos cuantos meses. Y desde entonces, he estado colocando diversas trampas en su interior para asegurarme de que nada ni nadie pudiera entrar sin mi permiso. Y lo más importante, las mejoré en cuanto supe que un simple Maestro de Escuela pudo burlar dichas trampas sin dificultad. Una vez más, gracias, Mark.

Todo estaba dispuesto. Espero que sepan lo que les aguarda.
William E. Arkwright
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Re: La batalla de la Mansión de las Brumaspor William E. Arkwright, Sáb Oct 05, 2013 2:00 pm
Notaba la tierra blanda y húmeda bajo mis pies. La lluvia regaba los campos. La brisa fría anunciaba el final del verano y el comienzo del otoño. Las hojas de los árboles, sin embargo, permanecían bien sujetas a las ramas. El bosque era frondoso y oscuro, poblado por plantas típicas de las tierras élficas. Algunos charcos se habían formado entre los troncos y tenía que tener cuidado para no pisar donde no debía. «Al menos hoy la luna está llena —pensé—. Se puede ver algo más...». Y era cierto. Algunos rayos de luz plateada se colaban entre las llamas, proyectando sombras que se me antojaban más negras a cada segundo que pasaba.

Tardé un par de minutos en llegar a la zona donde estaba instalado el campamento. Ocupaba una extensión considerable de terreno, y había unas pocas casetas y muchas armas preparadas para cuando se diera la orden de atacar. Al divisar la silueta de los primeros magos, todos enfundados en sus húmedas túnicas rojas, me calé bien la capucha, a fin de pasar desapercibido para Joseph... y para cualquier otra persona que pudiera reconocerme. Por si enfrentarme a una guerra y a los Secretos fuera poco, ahí, a poca distancia, estaban los soldados de Wölfkrone. Y su príncipe estaría con ellos. «Ojalá se muera», deseé con todas mis fuerzas. Las guerras entrañaban peligros para todos, él no tenía por qué ser la excepción.

Exhalé un suspiro y caminé en silencio hasta encontrar a uno de los cabecillas de la tropa de magos. Se trataba de un elfo rubio, de aspecto joven y de actitud prepotente, como eran muchos de los de su raza (y, por qué no decirlo, también como eran muchos de la nuestra). Era incapaz de memorizar su nombre; su pronunciación resultaba muy complicada para un hablante de Garnalia.

He visto algunos soldados. Están alrededor de la mansión, en la base de la montaña.

El elfo me miró por encima del hombro, con una mirada que era tan engreída como lo habrían sido sus palabras de haberlas pronunciado, y luego sacudió la cabeza, como invitándome a marcharme. Yo no me lo pensé dos veces. Me di la vuelta enseguida y regresé a la zona donde se agrupaban los magos humanos; allí había estado antes de que me enviaran a inspeccionar el terreno.

«La batalla no tardará en empezar. Decían que atacarían esta noche y esta noche van a atacar». Había un grupo de humanos que, colocados en círculo, murmuraban entre sí. A su lado divisé una caja de madera alta y ancha, y, discretamente, apoyé una mano en el borde e inspeccioné su contenido. Nada interesante: algunas provisiones, un poco de comida, un odre con agua y algunas botellas de vino. Y, aunque no acostumbraba a beber, esa noche estiré el brazo casi de forma instintiva, y cogí una de las botellas y la abrí y me llevé la boca a los labios, con la esperanza de que el alcohol me diera la valentía que necesitaba para enfrentarme a lo que estaba por venir. «Aunque un Ars me habría hecho mil veces más valiente», me dije.

La lluvia chocó contra el cristal y el agua tocó mis dedos, como la caricia de una vieja amiga. El vino sabía bien, era exquisito y ardía en mi garganta. Tomé un buen sorbo antes de escapar de mi ensimismamiento y clavar los ojos en la botella en sí. La luz de la luna me mostró una inscripción en élfico, una inscripción que hizo que el corazón me diera un vuelco en el pecho, una inscripción que conocía bien. Era el maldito vino de Tamika, el maldito vino de Riak.

Presa de una ira momentánea, lancé la botella contra el suelo y se rompió con un sonoro crujido. Los humanos me miraron enseguida, con los ojos abiertos y algunos con el ceño fruncido. Debieron de pensar que estaba loco. Y no les habría faltado su parte de razón.

Me alejé de allí y caminé por el borde del campamento, manteniéndome a una distancia prudencial de los fuegos y de las casetas de Wölfkrone. Maldije por el camino a Joseph por haberme obligado a tomar parte en esa guerra, en una guerra cuyos resultados me eran completamente indiferentes. «Que se mueran, que se mueran todos ellos. Los Secretos, el Concilio, los nigromantes y los norteños con el imbécil de su principito». Pero maldecir y desear la muerte ajena no me hizo olvidar que el peligro estaba en todos lados y que yo tenía muchas papeletas para ser el primero en caer.

No pude escapar del miedo. Alcé la cabeza y vi avanzar una niebla extraña por los árboles. Entre la lluvia, que era cada vez más copiosa, y esa niebla, el paisaje se volvía cada vez más trágico y aterrador. Retrocedí un par de pasos y me puse en guardia, sin saber qué era peor: si avanzar hacia el bosque o avanzar hacia el campamento.

Escuché algo. Escuché una voz. Y luego, una flecha en llamas pasó por encima de mi cabeza, una flecha con un fuego que la lluvia no podía apagar, y contemplé su trayectoria por el aire hasta clavarse en una de las casetas de los norteños, cuya tela se prendió enseguida.

Los nervios se afianzaron en mi garganta como una garra afilada y le recé a la lluvia que caía del cielo para que me diera las fuerzas que necesitaba.

Crescent fon Wolfkrone
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Re: La batalla de la Mansión de las Brumaspor Crescent fon Wolfkrone, Sáb Oct 05, 2013 5:39 pm
Aunque estaba dentro de mi tienda, discutiendo con mis generales sobre cual sería la mejor manera de asediar la Mansión, la lluvia siempre estuvo presente, como si fuese otra voz más en nuestra conversación, como si ella proponiese algún otro plan que no fuese el plan del general nórdico de comenzar directamente el asedio, o el del senescal enano que no dejaba de insistir que dejásemos a sus enanos encargarse, empleando sus explosivos, de derribar las defensas de la mansión, o abrir un camino hacia el interior de la montaña y luego dejar que sus enanos se encargasen de hacer que esta desapareciese.

No —Respondí ante esas dos sugerencias, negando con la cabeza. Ambas eran demasiado arriesgadas y podrían llevar mucho más tiempo del que teníamos a nuestra disposición. —, no nos podemos arriesgar tanto. Si cargamos frontalmente emplearán su magia para repeler cada una de las oleadas de los guerreros, y, aunque así quizá los magos tengan alguna oportunidad de atravesar las barreras, perderíamos demasiados hombres —Dirigí mi mirada al enano barbudo —. Y vuestro plan simplemente necesita mucho tiempo, además de que daría mucho tiempo a los miembros de los Secretos para que contraatacase. No, debe haber otra forma.

Y mientras hablábamos e intentábamos buscar algún punto débil en las defensas de la mansión, la lluvia seguía cayendo, golpeando la tierra y percutiendo sobre las capas de tela que eran el techo de mi tienda de campaña. Por el exterior se oían las pisadas de hombres en armadura y de caballos, pisando la tierra húmeda y pisando de tanto en tanto charcos. Una suave brisa mecía la cortina de tela que cerraba la tierra. Todo me resultaba familiar, pues no habría sido la primera vez que me encontrase en una tienda con más personas discutiendo las tácticas y las estrategias de ataque que usaríamos, mientras en el exterior todo el mundo aguardaba a que se diese la orden de comienzo.

Perdonadme —Me excusé, alejándome de la mesa con el mapa, las velas y todo aquello. —Voy a reunirme con los centinelas y con los magos del Concilio, a ver cual es su opinión en el asunto.

«Y a ver si tienen mejores ideas que vosotros juntos» Completé mi frase mentalmente mientras me ponía el manto y la capucha roja y salía de mi tienda.

Comencé a andar en dirección norte, siendo mis pasos alumbrados por los braseros que había desperdigados por el lugar, las hogueras y los pequeños farolillos que colgaban de postes. El aire comenzaba a enfriarse cada vez más y más, dejando entender que ya se estaba perdiendo el calor estival que en las tierras de Gadrýl era tan agradable, para dejar paso a la frialdad otoñal. Esquivé caballeros y pajes y escuderos, y caballos, y pequeños guerreros enanos, y algún que otro carruaje con un pesado cilindro de metal grabado con runas enanas, posiblemente una de las armas de asedio cedidas por los Reinos Enanos, o una de las armas del viejo enano con el que me había reunido minutos atrás.

Y de repente, entre el sonido de la lluvia y los pasos y los relinchos de los caballos, una luz atravesó rauda y veloz el aire hasta clavarse en una de las tiendas. Era una flecha ardiente, la cual dudo que haya sido disparada por alguien por puro accidente. Tras gritar la orden de que se encontrase al culpable, para hacer que mi voz se oyese entre todo el alboroto de gente intentando extinguir el fuego, continué avanzando.

Pero, tras otro minuto o dos de caminar (he de reconocer que nuestros campamentos eran bastante grandes), escuché unas cuantas risotadas histéricas, seguidas de otras y seguidas de otras más. Estas vinieron de unos cuantos centinelas, dos elfos y dos humanos, que venían del interior del bosque, casi apresurados, como si hubiesen encontrado algo preocupante. Sin embargo, no conseguíamos parar sus risotadas, así que supuse que se habían puesto demasiado nerviosos y, temporalmente, habían enloquecido a causa del estrés.

Y finalmente alcancé la parte del campamento en la que estaban Joseph, uno de los archimagos del Concilio, y uno de los pocos que no me caía mal; y sus magos. Antes de comenzar a hablar, sin embargo, logré ver como del bosque se aproximaba una nube blanca, casi etérea. ¿La niebla se había formado con tanta rapidez? Me resultaba difícil creerlo, por lo que lo atribuí a Xerxes y una de sus estratagemas, para evitar que pudiésemos llegar a la Mansión. Fruncí el ceño, y decidí que era demasiado peligroso hacer que las tropas avanzasen por un territorio desconocido y oculto por la niebla.

Le dirigí una mirada a Joseph antes de comenzar a hablar.

¡Magos del Concilio! —Grité, para llamar la atención de los magos. Al menos, aquellos más cercanos a mi posición. — La niebla del bosque no habría podido formarse con tanta velocidad, ni bajo estas condiciones, por lo que no dudo que sea uno de los trucos de Xerxes para ganar más tiempo. —Y si fuese natural, aunque lo dudaba, pues llovía a cántaros, tendríamos que despejarla de cualquier modo, pues solo un general loco mandaría a sus tropas por tierras desconocidas mientras estas estaban cubiertas de niebla. —¡Necesito que la despejéis para que las tropas puedan pasar! ¡Conjurad vientos, conjurad tornados y enviarlos en dirección a la mansión! ¡Conjurad elementales si queréis! ¡Pero la niebla tiene que desaparecer, no voy a dejar que nadie muera a causa de una emboscada!

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Re: La batalla de la Mansión de las Brumaspor Xerxes Break, Dom Oct 06, 2013 9:47 am
La niebla había comenzado a hacer efecto y algunos de los soldados enemigos ya habían perdido la cordura. Hubo incluso uno que provocó un leve incendio por accidente. Me compadezco del pobre propietario de la tienda.

El caso es que Crescent, quien al parecer era uno de los líderes del ejército enemigo, se dio cuenta de mi estratagema y había comenzado a dar órdenes de despejar la neblina. ¡Que ingenuo! ¿Acaso no sabe que si lo llaman "Mansión de las Brumas" es por algo?. Aquella bruma era un mecanismo de defensa ancestral que creó el primer propietario de la mansión con el fin de evitar que los curiosos y los enemigos se adentraran en sus dominios. Unos dicen que fue porque realizaba experimentos con algunos ciudadanos de la capital élfica a los que secuestraba; otros, que simplemente se trataba de un mago oscuro que no quería ser capturado por el Concilio. En cualquier caso, la verdadera historia sigue siendo un misterio.

La cuestión es, que aquella densa niebla que había comenzado a introducirse en el campamento enemigo, fue diseñada para que ni los vientos más huracanados ni los tornados más mortíferos pudieran disiparlo. Tendrían que hacer algo mucho más grande que todo eso para disiparlo. No obstante, conociendo tanto a Crescent como a Joseph, estaba convencido de que descubrirían el método para librarse de ella, por lo que empleé mi magia para aumentar la velocidad en la que se extendía la bruma para procurar alcanzar a la mayor cantidad de enemigos posibles.

Lucien, por su parte, permanecía alerta, con los hombres de la Guardia del Amanecer preparados para repeler a cualquiera que lograse burlar la niebla, o para rematar a los pocos enemigos que lograsen conservar su cordura.

Satisfecho, me llevé un caramelo a la boca. ¡Esto va a ser de lo más interesante!
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Re: La batalla de la Mansión de las Brumaspor Joseph Winterose, Dom Oct 06, 2013 1:00 pm
Otra vez estábamos en el campo de batalla. Todo me recordaba a mi participación en La Muralla: allí estaban las fuerzas del Concilio, aunque menores en números, y allí estaba el ejército de Wölfkrone. En lugar de la nieve, sin embargo, mediaba entre nosotros la lluvia; y, en lugar de una escuela en ruinas, era una mansión lo que atacábamos. Un contexto diferente para la misma cosa. «Pero espero que con mejores resultados que la vez pasada».

Eran ya altas horas de la noche. Yo permanecía al aire libre, organizando a mis tropas, mientras la lluvia me empapaba el pelo y las ropas. Subí a lomos de mi caballo y eché un vistazo al campamento desde aquella altura. Todo en silencio, todo en silencio. Todo estaba en silencio cuando llegó la niebla. Y solo se rompió el silencio cuando una de las casetas lejanas se prendió y entonces aferré las riendas de mi corcel, pensando que ya nos habían atacado.

Pero no se abalanzó un ejército entero sobre nosotros, como había pensado.

¡Sepárense, sepárense en grupos! —exclamé—. A un lado los afines a la Tierra, al otro los de Aire, los de Agua, los de Fuego. Quiero que unan sus fuerzas para lo que está por venir.

Entrecerré los ojos y observé aquella niebla antinatural. Era densa y había surgido de un momento a otro. No tendría por qué estar ahí. Las nubes verdaderas permanecían muy altas en el cielo, negras y cargadas de lluvia. «Se llama la Mansión de las Brumas. Por algo será».

Llegaron a mis oídos los pasos de un hombre y agaché la cabeza para ver de quién se trataba. Crescent, el príncipe de Wölfkrone. El muchacho me miró un momento con sus ojos de sangre, con el semblante serio, y después se dirigió hacia mis magos. Expuso en alto las que habían sido mis sospechas: la niebla era cosa de Xerxes. Les pidió que despejaran la niebla y yo asentí con la cabeza, expresando mi conformidad.

Los de Aire, intenten desplazarla, que no se acerque al campamento. Puede que sea algo más que una niebla. Tal vez un gas tóxico; no me extrañaría. Una de sus magas es afín a la magia del sonido, podría utilizar algún encantamiento para producir sueño o, incluso, para hacer más densa la niebla.

Y así obedecieron mis órdenes. Muchos de ese grupo eran elfos e hicieron gala de sus mejores conjuros invocando tornados que chocaron contra la niebla y la desplazaron unos cuantos metros..., pero no los suficientes. A cada tramo que retrocedía la niebla, volvía a extenderse dos más, y ya veía cómo empezaba a besar las lindes del campamento, sobre todo en la zona oeste.

Hice avanzar a mi caballo hasta situarme junto a Crescent.

Manteneos lejos de esa niebla y mantened lejos a vuestros mejores hombres, al menos hasta que sepamos si su único objetivo es dificultarnos la visión o hay algo más. No podemos fiarnos de nada. Cualquier error puede suponer la derrota —lo advertí. Giré la cabeza de un lado a otro y mi mirada pasó de la niebla a los magos y de los magos a la niebla—. Esto no surte efecto.

Regresé junto a los magos y pensé cuál podría ser nuestro siguiente movimiento. Necesitábamos abrir un camino para llegar hasta la mansión, pero, para ello, primero tendríamos que solucionar el problema de la niebla. Escuché algunos gritos en la distancia, algunas risas... y un aullido de dolor. «¿Qué está pasando aquí?», pensé, frunciendo el ceño. Los ruidos provenían de la zona donde estaba instalado el ejército de Wölfkrone. «Deberíais mandar a alguien para que nos informe de lo que está sucediendo a ese lado del campamento, Alteza —le dije al príncipe mediante telepatía—. Vos quedaos aquí, a mi lado. Encontraré la forma de abrir un camino para nuestras tropas». No podíamos arriesgar la vida del chico, aunque Shewë habría estado encantada de que sufriera algún pequeño accidente. No era solo el heredero al trono de mi tierra, sino también un guerrero exaltado y la persona que necesitaba para saldar mi deuda.

Volví a centrar todos mis sentidos en la niebla. Si no podíamos disiparla, al menos tendríamos que detener su avance para tener tiempo de pensar cómo abrir el camino antes de que se nos echara encima. «Lo mejor es contenerla con una barrera, pero necesitaré a muchos magos para una extensión de terreno tan grande».

¡Magos, escuchen! —exclamé—. ¡Debemos centrar nuestros esfuerzos en contener esa niebla! Conjuraremos una barrera que la contenga. Que sea una barrera de magia del aire, invisible para que nos permita ver, pero lo suficientemente sólida como para que no pueda ser atravesada.

Los magos entendieron y murmuraron entre ellos para acordar las runas que utilizarían en su hechizo. Entonces el murmullo se extendió por todos ellos, pero era un murmullo que sonaba al unísono, como un coro. Un trueno rasgó el aire, pero era un trueno fruto de la tormenta natural, un trueno que vino sucedido de una lluvia más fuerte. Y así, pude distinguir un resplandor que parecía un relámpago, pero que no lo era; un resplandor que duró un segundo y que tenía forma semiesférica, la forma de una barrera mágica destinada a impedir el paso de la niebla y de cualquiera.

Cierto era que tampoco nosotros podríamos avanzar, pero, al menos, podríamos bordear el bosque hasta encontrar alguna zona adecuada para iniciar el camino hacia la mansión.

William E. Arkwright
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Re: La batalla de la Mansión de las Brumaspor William E. Arkwright, Lun Oct 07, 2013 8:03 pm
No era una niebla corriente. Lo supe al ver el rostro demente del arquero que lanzó la flecha. Era un elfo, pero casi parecía un monstruo. Era el elfo engreído que me había mandado a inspeccionar la zona. Y, nada más prender la caseta, desenfundó su propia espada y se la clavó en el pecho, y luego susurró unas palabras y desapareció en la nada, dejando en su lugar un charco de sangre, un charco de agua y un arco roto.

Al principio, me quedé inmóvil. Después me giré y corrí. Las llamas se extendieron por la caseta y vi salir de ella a varios hombres que ardían. No hice nada por ellos, ¿para qué? Detenerme a apagar el fuego solo habría servido para que la niebla me alcanzara y, fuesen cuales fuesen sus efectos, no quería quedarme a comprobarlos.

A la flecha del arquero loco, la sucedió un revuelo inmediato. Unos decían que había que atrapar al culpable, otros decían que nos preparáramos para atacar, otros, a lo lejos, hablaron de crear tornados y de despejar la niebla. Confiaba en que hicieran caso a los últimos. Mientras, yo pasé por el campamento esquivando a los soldados, mirando atrás de vez en cuando para controlar el alcance de aquella niebla extraña. Corrí hacia el oeste, pero vi que por allí se volvía más densa y regresé sobre mis pasos, mirando a mi alrededor, buscando un lugar donde permanecer a salvo.

Entonces escuché las órdenes. «... invisible para que nos permita ver, pero lo suficientemente sólida como para que no pueda ser atravesada». La voz de Joseph. El viento que provocaron los tornados hizo que las gotas de lluvia cambiaran de dirección, golpeándome el lado derecho de la cara. Su túnica dorada relucía bajo la luz de la luna y sus pies se adherían a los flancos del caballo. Luego bajé la mirada e hice una mueca.

Me quedé quieto contemplando la barrera de los magos, que brilló con un resplandor de plata al ser conjurada. «Yo no tengo nada que hacer aquí». Miré a mis espaldas y mis ojos se perdieron en la oscuridad de la noche. Era tan fácil como correr. Era tan fácil como realizar un hechizo de teletransportación. Era tan fácil como irme de Gadrýl y no volver a pisar nunca aquellas tierras. Pero no podía y no entendía por qué, al igual que no entendía qué pretendía Joseph haciendo que me quedara.

No fui consciente de que se acercaban unos hombres armados hasta que estuvieron demasiado cerca. El ruido de sus pisadas contra la tierra mojada era sordo, pero no sucedía lo mismo con sus armaduras tintineantes. Tampoco me di cuenta de que me buscaban a mí hasta que me rodearon; creí que irían a reunirse con el resto del ejército, o con los magos, o qué sé yo.


Es el que vi. Salió huyendo desde detrás de la caseta —señaló un muchachito rubio, mucho más joven que yo.

Puse los ojos en blanco al escuchar sus palabras. «¿No me digas? No me había dado cuenta».

Si quieres me quedo a ver cómo se me prende la túnica.

El hombre que acompañaba al chico era mucho mayor, mucho más alto y mucho más rudo, con un marcado acento del norte que hacía que todas sus palabras parecieran estar dichas con rabia. Por su expresión no parecía haberse tomado bien mi comentario y yo ya me temía lo que estaba a punto de suceder.


¿Tu nombre?

Dudé un segundo antes de responder.

Erik Arkwright.

Esperaba que, si me conocía, me conociera como William y que a él le atribuyera mi negro historial.


Acompáñanos. Son órdenes de Su Alteza.

Al menos me dieron un caballo. Una de las guerreras me lo cedió, bajó de su montura y desapareció entre la multitud. Yo subí al caballo y el soldado alto y rudo fue quien tiró de las riendas. Dentro del pecho, el corazón me latía acelerado. Aquello era el colmo de mi mala suerte. «He escapado cuando he hecho cosas malas y ahora que no hago nada, es cuando me apresan». Tragué saliva. Sabía que tarde o temprano me enfrentaría a uno o a otro peligro. Era inevitable. O los Secretos o el licántropo. O la espada o la pared.

Mi lugar debería estar con los magos. Sosteniendo esa barrera antes de que nos ataquen —comenté, sin muchas esperanzas.


¿Le prendiste tú fuego a la caseta? —preguntó sin rodeos.

No. Fue uno de los elfos.


¿Quién?

Maldije mil veces los nombres élficos.

A lo largo del camino, vi filas de túnicas rojas con las manos apoyadas sobre una pared invisible, una pared que cada vez parecía más ahumada a causa de la niebla condensada. Pronto me percaté de que Joseph y los demás se habían alejado, porque nosotros también estábamos bordeando la barrera, aunque manteniéndonos a unos cuantos metros de distancia.

Cabalgamos entre los árboles y yo vi sus sombras oscuras. De día el paisaje habría sido hermoso, pero de noche (y más en una noche como aquella) parecía un entorno de pesadilla. «Y más si son mis ojos quienes contemplan esta noche...». Avanzamos y avanzamos y encontramos por el camino más soldados y más magos que apenas se fijaron en nosotros. Parecía que el bosque brillaba con destellos azulados, aunque todas las luces eran blancas.

Cuando llegamos al frente de la comitiva y se detuvo el caballo, pude contemplar claramente la silueta de la Mansión de las Brumas recortada en el cielo, allá en las alturas, sobre todas las cosas. Desde aquella perspectiva, la vista era impresionante. Los árboles no eran ya tan altos.

El hombre me hizo bajar de mi montura prestada y me condujo ante el archimago y ante "Su Alteza". Entrecerré los ojos hasta que solo quedaron dos finas rendijas de color verde mar que se avistaban entre las sombras proyectadas por mi capucha.


Alteza —repitió el hombre—. Este mago estaba junto a la caseta que fue atacada.

Yo me callé el miedo y la rabia que ardían en mi pecho, pero mi mirada, siempre sincera, habló por mí. Lo miré de arriba abajo y de abajo arriba, mientras mi mente se llenaba de deseos irrefrenables de ahogarlo en alguno de los numerosos charcos o de clavarle en el estómago el espadón de su propio soldado.

Ante la mirada tensa del archimago, la situación era tan delicada como en el juicio, pero con armas pendiendo de los cinturones y ninguna restricción a la hora de usar magia. «Y con una guerra a punto de librar. Y con una barrera...». Y con una barrera que temblaba. La vi moverse peligrosamente en un punto no muy lejano. Pude percibirlo enseguida, porque, en esa zona, la niebla espesa avanzaba un poco más, deformando las paredes erigidas por los magos.

No dije nada, pero, seguramente, no era el único que se había dado cuenta.

No fui yo. Fue uno de los elfos, el mismo que me envió a explorar el terreno un cuarto de hora antes. Lanzó una flecha en llamas hacia la caseta y luego se clavó una espada a sí mismo y desapareció. —Me quedé en silencio. Algunos me escuchaban. Otros fruncían el ceño. Otros mantenían la vista fija en la Mansión de las Brumas. Yo me dirigí a Crescent, con un tono de voz poco espontáneo, que pretendía maquillar el remolino de emociones que verdaderamente sentía—. No fui yo, "Alteza" —repetí, aunque aquel tratamiento encerraba más ironía que respeto—. Ya sabes que mi estilo no es el fuego, precisamente.

«Y hoy llueve —pensé—. Y hoy llueve».


Xerxes Break
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Re: La batalla de la Mansión de las Brumaspor Xerxes Break, Miér Oct 09, 2013 5:23 pm
Es increíble ver como algo tan simple como mi niebla puede provocar tantos quebraderos de cabeza. Jamás habría llegado a imaginar que invocarla hubiera resultado ser tan eficaz.

Había llegado la hora de pasar a la segunda fase.

Uní las palmas de las manos frente a mí y, cerrando los ojos, empleé mis poderes telepáticos para comunicarme con el entorno y con las criaturas que vivían en el bosque:

- Habitantes del Bosque de Gadrýl - pronuncié - Largo tiempo habéis vivido bajo la sombra y el amparo de los Elfos de las Brumas. ¡Y ahora, una fuerza monstruosa pretende arrebataros este sagrado lugar al que vosotros habéis llamado hogar! ¡¿Váis a consentirlo?!

En respuesta, escuché cómo se alzaba la voz de los habitantes del bosque, rugiendo furiosos por la invasión que se avecinaba. Y entonces, lo vi. La sombra de cientos de jabalíes avanzando a través de la bruma, directos hacia el campamento que había montado el ejército del Concilio. Jabalíes antiguos, de un tamaño muy superior al de sus parientes de Garnalia. Pretendían expulsar a los invasores. Lucharían. Hasta las últimas consecuencias.

Ahora, sólo necesitaba deshacer aquella barrera para que tanto la niebla como los jabalíes pudieran avanzar. Y para ello, ¿quién mejor que el portador del Secreto del Fuego?

- Lucien, ¿puedes oírme? - me comuniqué, mentalmente - Necesito que invoques un elemental Súpernova. ¡Hay que destruir esa barrera!


Última edición por Xerxes Break el Miér Oct 09, 2013 7:33 pm, editado 1 vez
Lucien Van Fenix
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Re: La batalla de la Mansión de las Brumaspor Lucien Van Fenix, Miér Oct 09, 2013 5:51 pm
Todo parecía ir de maravilla, la niebla les impedía avanzar y se volvía en un muro que tanto nos defendía como avanzaba, imperturbable, hacía nuestros enemigos, que estaban desesperados por pararlo, que lo consiguieran o no era otra cosa. Ademas, el fuego había surgido en el campamento enemigo, y con el había llevado algo peor: desconfianza. Puede que las llamas no hiriesen a nadie, pero los mismos soldados que de por sí ya estaban siendo presionados por la niebla ahora se encontraban con que eran atacados...pero que su enemigo no se había movido. Puede que en consecuencia solo asesinaran a alguien considerándolo culpable, y una baja no era mucho, pero la sombra de que tus aliados pueden ser tus enemigos ya estaba sobre sus cabezas. Y en un ejercito normal eso ya hacía suficiente daño, pero en una alianza era peor quien sabía si alguno de los arrogantes elfos se había pasado de la raya creyendo que se merecía un puesto de mayor poder aunque fuese en el lado contrario, o si uno de aquellos humanos detestables se había vendido por un puñado de monedas tan roñosas como él mismo. Ya de por sí no había sensación de unión, y las grietas se estaban ensanchando: esto se vería reflejado en el campo de batalla mas de lo que parecía.

Estaban todos reflexionando sobre como aprovechar la ventaja cuando el cuerpo de Lucien, "mi cuerpo" se deshizo en el suelo. La gente se aparto y se preguntaba si el enemigo ya había empezado el ataque cuando yo mismo aparecí de una teletransportación. Sin preocuparme por quien miraba, camine directo a Xerxes pisando el barro aún con color de piel humana que uno segundos antes formaba a mi golem sustituto. Sin embargo, mi aspecto era diferente al del constructo mágico de antes: parecía mas demacrado y por la comisura de mis labios corría un pequeño reguero de sangre del que no me había percatado. Además, en mi cintura había una espada bastarda, y al final del mango de eta estaba apoyada mi mano, pero entre los dedos se podía ver una pequeña escultura e un murciélago de colmillos blanco hueso y ojos malévolamente rojos. Una vez llegue junto al general, dije sin mas preámbulos:

-Bien, voy a atacar.

Y no me refería solo al elemental.

Después de que un enorme proyectil de fuego invocado por el secreto se encargase de la barrera hice una señal a la guardia. Mi segundo al mando asintió y se fue a dar las ordenes. Segundos mas tarde, una verdadera lluvia de saetas de punta de aguja procedientes de las ballestas de repetición acompañadas de algunas rocas gigantes y virotes del tamaño de lanzas cubrían el cielo,  se precipitaron, como no, sobre los enemigos. Entre ellos cabe a destacar a una unidad a la que yo mismo había entrenado aprovechando mi magia: levaban arcos de tejo casi tan grandes como ellos mismos y estaban entrenados para hacer de francotirador. Mientras el resto simplemente disparaba al campamento, ello apuntaron directamente a la zona de los amigos y vi que varios cayeron antes de poder conjurar sus defensas.

La guardia del amanecer eran todos guerreros de élite, las ballestas de repetición maquinas de guerra y arcos de tejo eran de los mejor en tecnología militar y los habíamos atacado por sorpresa, pero todo aquello era poco comparado con nuestra mejor ventaja: la posición. Como todo castillo digno de verse, la Mansión de las brumas estaba posicionada en un lugar elevado, y estábamos a una buena distancia del campamento enemigo. Aquella altura, en terminos de ataque a distancia, reducía la distancia par nuestros ataques pero la multiplicaba cuando ellos trataban e dispararnos, por lo que aunque eran un blanco precioso incluso con niebla si traban de devolvernos las saetas estas se quedarían a medio camino. Los magos no tenían aquel impedimento, pero, ¿cuantos tenían? (y aún mas a decir después del ataque de mis francotiradores).

Incluso si contraatacaban con magia, tal y como estaba la situación solo a base de proyectiles. E incluso si por algún milagro dispersaban la niebla tendrían un buen recorrido a pié durante solo teníamos que aguantar y disparar para librarnos, como quien dice, de la mitad de sus tropas. Y eso dando por supuesto que el resto de los guerreros se quedarían cruzados de brazos esperando a que llegasen.

Una posición que no nos podía beneficiar mas, la excelencia de la élite de vanguardia y lo único que nos faltaba en la batalla del Muro pero que habíamos compensado con creces: número. Con estos factores y sin llegar a lo principal de la batalla, el combate cuerpo a cuerpo, ya habíamos marcado una ventaja espectacular. Eso era lo que significaba la Guardia de la Noche, y cabía decir que por muy diferentes que Bast y yo fuéramos ambos sentíamos una mezcla de orgullo, admiración y quien sabe que mas cada vez que los veíamos actuar.

La batalla ya parecía sentenciado por mis hombres, ahora me tocaba a mí que eso no cambiase.
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Re: La batalla de la Mansión de las Brumaspor Xerxes Break, Vie Oct 11, 2013 8:58 pm
Lucien, tras convocar al elemental y destruir aquella barrera, ordenó a sus hombres que atacaran con saetas y ballestas, mientras los jabalíes del bosque arremetían contra los centinelas del campamento. Y lo mejor de todo era que, deshecha la barrera, la bruma continuaba su expansión de forma inexorable.

Sonreí mientras contemplaba el panorama. Estaban locos si de verdad creían que  podrían siquiera tocar las puertas de mi casa.
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Re: La batalla de la Mansión de las Brumaspor Joseph Winterose, Sáb Oct 12, 2013 4:52 pm
«William, William, siempre traes problemas...», pensé al reconocer su rostro enmarcado por la capucha roja. Sabía que estaba allí porque yo mismo lo había obligado a presentarse, pero, aún así, me sorprendió que fuera él el hombre a quien trajo el soldado. Sus palabras sonaron ahogadas por la lluvia. Yo las escuché todas, sin apartar mi atención de lo que decía. Advertí rencor, rabia, ira, odio dirigido hacia el príncipe que tenía delante, eran emociones firmes y vehementes, apasionadas, terribles e impulsivas como solo pueden ser las emociones de un corazón joven e inexperto. Pero, más allá de eso, más allá de la forma en que dijo sus palabras, me llamó la atención el contenido de las mismas.

De modo que había sido un elfo de los nuestros, uno que se había suicidado tras cometer tal locura. Sonaba a disparate, a excusa mala, pero no podía decir que fuera mentira. ¿Acaso no era peor disparate que la tal Mano Negra pudiera negar la voluntad de los dioses? Dadas nuestras circunstancias, resultaba difícil mostrarse escéptico.

Esperé a que Crescent dijera algo, cualquier cosa, a que hiciera algún movimiento. No sucedió nada. Todo era silencio, inmovilidad. Casi creí que la extraña niebla lo había tocado, quizás que lo había dormido, y levanté una ceja, extrañado, preguntándome qué diablos estaba sucediendo.  

Dudo que ese muchacho tenga alguna razón para hacer semejante tontería y no huir de inmediato. Si es verdad lo que dices —lo miré y mi mirada parecía decir: «y más te vale que lo sea»—, creo que es más que evidente que se trata de alguna estrategia del enemigo. Demasiado casual sería que justamente cuando estamos a punto de atacar, a ese elfo se le ocurra quitarse la vida y...

Me interrumpí. Desde el interior de la barrera, desde la niebla, se escuchaban pasos. Pasos rápidos, vigorosos, apresurados. Giré la cabeza hacia el bosque, clavé los ojos en la espesura. Hasta el suelo temblaba, o tenía la sensación de que estaba temblando. Avistaron mis ojos entonces que en un punto en la distancia, algo cambiaba y la homogeneidad nubosa de la barrera se rompía y ya no formaba una pared tan lisa y tan perfecta y se extendía.

No era prudente que estuviéramos tan cerca.

¡Vamos, vamos! ¡Alejémonos de la barrera, alejémonos! —ordené, a voz en grito.

Y espoleé a mi caballo en dirección contraria a la barrera y así lo hicieron mis magos y los soldados de Wölfkrone que no esperaron las órdenes de su jefe. Galopé y galopé hasta detenerme en seco una vez salvada una distancia prudencial y el viento sopló y sopló, apartándome el cabello húmedo de la cara y haciendo que las gotas de lluvia fresca besaran cada esquina de mi piel.

En la distancia brillaba el fuego y el humo ascendía hacia el cielo. Abrí bien los ojos y vi como, de pronto, el bosque ardía de forma artificial, por encima del agua que caía del suelo. La barrera se había fragmentado; lo supe al ver cómo la niebla, antes retenida, volvía a extenderse y a avanzar sobre y debajo de las copas de los árboles. Algunos de mis magos aún se empeñaban en mantener la barrera, pero les ordené que desistieran y que se alejaran todo lo posible, tal como había hecho con mi grupo. A otros se los tragó la niebla y no supe qué fue de ellos.

Apenas unos segundos después, una nueva ofensiva cayó sobre nosotros. Escuché los gritos de aquellos que habían tenido la mala fortuna de hallarse en la linde de la barrera cuando la lluvia de flechas negras cayó sobre ellos. No tuve que dar ninguna orden para que los magos más cercanos conjuraran una nueva barrera mágica para repeler las flechas, pero esta era de menor tamaño: solo nos protegía a nosotros, a nuestro grupo, solo a los que nos hallábamos en el lado oriental del bosque.

La mayor parte de las flechas disparadas se perdió cerca de la base de la montaña, en las inmediaciones de bosque que rodeaban la Mansión de las Brumas. También cayeron sobre humanos, elfos y enanos; escuché sus gritos al morir. Pero ellos no fueron los únicos. También hubo gritos de animales, gritos angustiosos. Los gritos de jabalíes.

Entonces los vi. Manadas de jabalíes se acercaban, aunque no eran demasiados. «Han sido conjurados de forma artificial. Han sido invocados. No, son demasiados. Han actuado de forma natural. No, son demasiado pocos. ¿Han sido convencidos?», por mi mente pasaron mil ideas en un segundo. Las flechas, al igual que sobre algunos miembros de mi ejército y el de Wölfkrone, también cayeron sobre los jabalíes, quizás de forma accidental. Era inevitable: la niebla que ellos mismos habían conjurado les nublaba la visión, ¿cómo iban a distinguir amigos de enemigos, animales de humanos, suelo de ramas?

Una sonrisa pequeña e irónica se trazó en mis labios y me alejé aún más de la zona de la Mansión y del alcance de las flechas, y me siguieron mis tropas. Nuestros enemigos se creaban sus propios problemas y contra sus propios problemas tendrían que combatir.

¡Magos de Agua, luchen contra el fuego! ¡Apaguen las llamas, la lluvia nos favorece, la Diosa está de nuestra parte!

Y así era. Solo con darle un carácter mágico al agua natural que caía del cielo, podrían combatir el fuego de forma eficiente: máximos resultados con los menores costes. Rápidamente, obedecieron mi orden y los especialistas en magia acuática dirigieron a la comitiva unos metros hacia el oeste y escuché runas y runas mágicas y pronto vi cómo caía, de forma torrencial, mucho más violenta, la lluvia en la zona donde brillaba el fuego.

Ese no era nuestro único problema. Al frente, los guerreros combatían a los jabalíes con espadas. Pero aquellos animales ya no suponían un problema. Al verse amenazados tanto por un bando como por el otro, muchos huían y otros se volvían hacia la Mansión de las Brumas y solo una tercera parte, cada vez menos numerosa, combatía contra los nuestros.

Ya solo quedaba la niebla. La maldita niebla. Estaba harto de la niebla.

Ayúdame, Diosa, si me has perdonado... —susurré.

Volví a galopar y les ordené a mis fuerzas de magos del Aire, ya más mermados, que me siguieran. Nos alejamos unos cuantos metros más, hasta alcanzar una perspectiva desde la que podíamos contemplar el avance de la niebla, en lo alto de una colina.

Bien, escúchenme. Necesito que esa niebla deje de tocar el suelo. Que suba, que se eleve. Que toque a los arqueros y que la sufran...

Conjuraron hechizos de viento y una descarga de viento sopló contra la niebla desplazándola hacia una misma dirección, hacia el interior del bosque. Luego hicieron que ascendiera y debo reconocer que fue un buen trabajo porque, en unos minutos la niebla ascendía y se replegaba, ascendía y se replegaba, y subía y subía hasta tocar las cumbres de la Mansión de las Brumas. «Tendrán que defenderse de ellos mismos». Por la zona oeste la niebla seguía extendiéndose, era cierto, pero no podíamos abarcar toda la superficie. Al menos habíamos conseguido librarnos de ella en la zona oriental, donde nosotros nos encontrábamos.

Era el turno de atacar. Espoleé a mi caballo, de nuevo, y bajé de la colina, esta vez en busca del grupo de magos de Tierra. Me encontré con muchos cadáveres por el suelo, pero aún quedaban muchos vivos, un buen número de ellos, un número suficiente.

Piedras. Necesitamos piedras. Y grietas.

Todos lo comprendieron al instante. Y entonces me limité a esperar mientras los magos conjuraban pedruscos enormes, algunos tomados de la siempre generosa naturaleza, y los lanzaban contra la Mansión, contra la superficie de la Mansión de las Brumas, y, en cada punto de suelo, de bosque o de montaña en la que caían, el suelo se resquebrajaba y se formaba una grieta, o varias. «Una montaña creada de forma artificial solo de forma artificial debe ser derrumbada...».

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Re: La batalla de la Mansión de las Brumaspor Lucien Van Fenix, Mar Oct 15, 2013 10:18 pm
Vi los jabalíes a los que mi elemental había permitido el acceso. Realmente, al tener una altura mas bien baja y atacar por la zona de cintura hacia bajo no eran muy mortales (aunque si alguien no protegía sus partes de hombre podía acabar bastante mal), pero los soldados enemigos pronto descubrieron que eran increíblemente escurridizos. Aquellos que iban a pie se sorprendieron al ver que las bestias les pasaban a toda velocidad por el lado o simplemente los derribaban, eso para lo que llevaban espadas, hachas y martillos, porque los portadores de dagas y lanzas descubrieron que la longitud de ambas armas les perjudicaba, aunque de una forma radicalmente distinta. El resto del ejercito no pudo hacer mucho mas: los que iban a caballo se encontraron con que el enemigo era demasiado bajo para acertarle, aquellos que les disparaban desde un flanco que se movían a demasiada velocidad y los que disparaban de frente...bueno, se trataba de una masa músculos corriendo a velocidad punta hacia ti, no creo que haga falta explicar porque agacharte y preocuparte en tensar la cuerda del arco no es lo mas inteligente que hacer.

Pero, por muy difíciles de matar que fuesen, de qu servía si no mataban enemigos? Sí causaban bajas, pero no muchas teniendo en cuenta su número, así que ¿para que servían?.

Antes que nada, sembraron el caos. Si un bloque de soldados recibía una carga puede que muchos sobreviviesen, pero la gran mayoría sería derribado y la fuerza y numero de los atacantes romperían la disciplina. Sumando que estaban en un campamento, los cerdos tiraban de todo por los suelos y arrastraban tiendas de campaña que se acababan incendiando y propagando las llamas. Incluso por si la amenaza directa no fuese suficiente, los soldados se encontraban separados de su grupo y se tenían que juntar con aliados en los que no confiaban y disparos que tenían que acabar con el enemigo acababan demasiadas veces en la carne humana.

Ademas, puede que fuesen casi inútiles contra los soldados a pié, pero eran un verdadero terror para la caballería. Las patas de los caballos se rompían y la mayoría de valientes caballeros murieron bajo el peso de su montura. Para peores resultados, incluso aquellos que hubiesen podido huir trataron de realizar una hazaña confundiendo este ataque con la caza de jabalíes, lo que lo volvió en una carnicería. Una increíble cantidad de soldados de élite del ejercito enemigo encontraron un final doloroso, inútil y ridículo.

Entre todo este caos, los proyectiles de la guardia del amanecer solo fueron mas efectivos. Mandé una segunda tanda y mas muerte se dispersó sobre el enemigo. Entonces nos devolvieron aquella niebla que una vez fue nuestra segunda arma. Por suerte, había una buena distancia entre nosotros y el enemigo y la niebla no era especialmente rápida. Me dirigí a Xerxes:

-Acaba con esto. Ahora.

Lo mas rápido sería simplemente dispersar el hechizo, pero bien podía re-rebotarlo y volver a atacar al enemigo o simplemente volvernos inmune a este y rodearnos con la niebla. Al fin y a cabo, ¿como nos atacarían si no podían ni acercarse?

Sin embargo, ya era la segunda vez que lo evadían, a este ritmo acabarían volviendo de una forma o otra. A este ritmo acabarían llegando a la fortaleza, así que le dije algo a mi segundo.

-Prepara los paquetes que he traído. Con cuidado, son frágiles.

Tenía una sorpresa para cuando se acercaran.
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Re: La batalla de la Mansión de las Brumaspor Mark Hammerhand, Dom Oct 20, 2013 9:59 pm
Supe que la batalla había comenzado cuando escuché el sonido de pasos apresurados en los alrededores de la mansión. En aquellos momentos, yo me encontraba en la habitación que Xerxes me había concedido mientras me alojara en su casa y, desde mi butaca junto a la ventana, contemplaba la noche, con su cielo oscuro, su hermosa luna llena y sus estrellas temblorosas. De vez en cuando, el viento arrastraba las gotitas de lluvia hacia el interior del dormitorio y me besaban el rostro con delicadeza. Era una noche tranquila, una noche digna de un paseo romántico a la orilla del lago.

Hasta que comenzó la batalla. Entonces la noche tranquila pasó a ser una noche agitada. Vi en la distancia el humo que ascendía al cielo, vi la niebla y vi también las bandadas de flechas que acudían a posarse en los corazones de los soldados incautos. La guardia de Lucien, o de Bast, o de Xerxes —¿qué importaba? Todos compartían el mismo objetivo—, se las arreglaba sin problemas. Su posición en las alturas le concedía una ventaja considerable y, aunque no debían confiarse bajo ningún concepto, si finalmente conseguían alcanzar la Mansión, lo harían con un ejército mermado y acabarían muertos o vencidos.

Al menos esa fue la conclusión que extraje del pequeño análisis que hice del campo de batalla desde mi ventana. Todo parecía sencillo, pero no lo era. El ejército del Concilio estaba allí y, según las informaciones que me habían llegado, los comandaba el archimago Joseph. Lo acompañaban el ejército de Wölfkrone y su príncipe, que, como Duque del Paso Helado, también era el mío. Un archimago y un guerrero exaltado. Eso era lo único que podía marcar la diferencia, ¿pero qué pueden hacer dos personas sin el apoyo de un buen ejército?

Me puse en pie y estiré los brazos. Con las manos apoyadas en el alféizar de la ventana, volví a contemplar la situación. Una roca enorme y pesada cayó de repente en una zona de bosque, cerca de donde nos encontrábamos, y aplastó varios árboles a su paso, y abrió grietas en el suelo. «Parece que empiezan a tomarse esto en serio —pensé—. Tal vez sea hora de intervenir». Con paso tranquilo, caminé hasta el espejo y me situé frente a él. La luz plateada de la luna me confería un aspecto triste. O amenazador si teníamos en cuenta la espada que pendía de mi cinto. Llevaba bien colocadas todas las piezas de la armadura, que era de color marrón, y estiré un brazo para recoger la capa que estaba colgada en el espejo.

La tela negra cubrió mis hombros y mi espalda. «Ahora sí que tengo un aspecto amenazador». De mis labios escaparon unas palabras arcanas que apenas sonaron entre los estruendos que provenían del exterior. Y entonces, mi rostro empezó a cambiar. Mi piel se oscureció, hasta adquirir un color del desierto, de arena negra. Mi cabello, siempre corto, creció hasta tocar la capa. La nariz se volvió aguileña, aumentó la barba e incluso crecí unos palmos de altura. Mis ojos grises se tiñeron de negro y, finalmente, el espejo reflejó una imagen que nada tenía que ver con Mark Hammerhand.

Perfecto.

Mi voz también había cambiado. Si por algún casual me veía alguien de Wölfkrone o del Concilio, no podrían reconocerme, y eso pondría medianamente a salvo mis relaciones sociales. De esta manera, una vez hube tomado todas las precauciones necesarias, salí de la estancia y cerré de un portazo.

No había mucho movimiento por los pasillos: la mayor parte de los soldados de los Secretos estaban fuera. Los míos los acompañarían, seguramente; mis órdenes habían sido claras: debían defender la misma causa que nuestros anfitriones. Mientras todo fuera bien, claro.

Subí escaleras y escaleras, sin encontrarme a nadie en el camino. Mis pasos resonaban en las paredes, amplificados por el eco, y rasgaban el silencio en la oscuridad de la noche. Como una sombra negra, anduve sin prisa hasta el piso más alto y luego crucé una puerta para salir a una especie de almenas de estilo élfico tras la que se refugiaba buena parte de mis arqueros, que disparaban flechas y más flechas. La lluvia cayó sobre mí con todas sus fuerzas. Alcé la cabeza y vi el cielo tormentoso y las nubes cargadas. «Más que un mago de Transformación, nos habría venido bien un mago de Agua». Pero Thomas Angelus Darka no estaba allí en aquellos momentos, ni tampoco sabía si el portador del Secreto del Agua se encontraría en la Mansión o no.

Desde aquella perspectiva pude ver mejor las rocas que caían. Era evidente que las estaban enviando los magos de Joseph, así que tendríamos que hacer algo para detenerlos antes de que causaran algún daño significativo. Si aquellas rocas seguían golpeando la base de la Mansión o conseguían ampliar su alcance, podrían llegar a derribarla y eso supondría un desastre. «Bueno, para esto sí que va a ser útil la magia de la Transformación», pensé.

El problema era que no había más magos con los que pudiera potenciar la eficacia del conjuro, pero, aunque no pudiera combatir sus magias, siendo yo más diestro en el uso de las armas que en el de esas artes, sí podría ralentizarlos o evitar que nos perjudicaran demasiado.


MàmEwëTótAshMàmOblêvRevefedOblêvSaselIakSaselDòhfedReve


Estiré los brazos y me concentré, dejando que la magia fluyera por mis brazos y por mis dedos. El gasto de energía era mayor dada la distancia a la que me encontraba de las rocas, por lo que efectuar el hechizo me llevó más tiempo del previsto y tuve que concentrarme en transformar las piedras una por una. Cada vez que veía caer una de ellas, en especial las que se encontraban peligrosamente cerca y abrían grietas más profundas, pronunciaba las palabras del conjuro y la roca se transformaba en un muro sólido de piedra, de forma que, cada vez que nos atacaban, contribuían a aumentar nuestras defensas.

Respiré hondo y contemplé el trabajo, satisfecho. No gastaría más magia, pero tampoco creía que fuera necesario. Al fin y al cabo, ya había transformado las suficientes piedras como para que la muralla presentara problemas importantes.

Pero entonces mis ojos repararon en la niebla. Ya no se desplazaba hacia el exterior, sino hacia nosotros mismos. Esperaba que Xerxes se hubiera dado cuenta de ello, pero, por pura precaución, me preparé para detenerla si se acercaba demasiado.

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Re: La batalla de la Mansión de las Brumaspor Xerxes Break, Lun Oct 21, 2013 8:03 pm
Necios sin mente. ¿Acaso pretendían volver a nuestra propia niebla en nuestra contra? Esperaba algo más original. No obstante, pude darme cuenta de un detalle pequeño, pero crucial: si se estaban tomando tantas molestias por desplazar la niebla hacia nosotros, eso quería decir que no conocían ningún modo para deshacerla.

De repente se me ocurrió una idea. Sutil, elegante y aterradoramente mortífera. Sin duda, tenía que funcionar. Alcé mis manos y pronuncié las siguientes palabras arcanas:

Dòh ReveAshChahlOblêvDòhEwëBehvReveUvMàmAsh
Acto seguida, la niebla comenzó a convulsionarse y se dividió en dos. Éstos, al separarse comenzaron a moldearse como si de arcilla se tratara, hasta adoptar la forma de dos aterradores dragones. Dragones de niebla. Niebla que hacía perder la cordura a todo aquel que la tocara. Y no disponían de los medios necesarios para eliminarlos.

Y sin más dilación, mandé a los dragones a sitiar el campamento enemigo. El cuerpo de los dragones era alargado y su velocidad abrumadora. En cuestión de segundos, arrasaban con batallones enteros como un vendaval. No les dañaba, físicamente era como sentir un fuerte viento. Pero sus mentes... eso si que saldrá perjudicado.

Mis dragones continuaban "barriendo" el campamento, a la vez que el mismo comenzaba a inundarse con un sonido que poblaría las pesadillas de muchos de los que ahí se encontraban: Risas. Auténticas risas de locura
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Re: La batalla de la Mansión de las Brumaspor William E. Arkwright, Dom Oct 27, 2013 1:10 am
Todo sucedió en un instante. Tras una oleada de ataques y más ataques, en una dirección y en otra; tras una oleada de muertes sangrientas que pasaron a convertir en rojo el musgo del suelo, yo me encontraba desorientado entre los árboles, con los pies hundidos en un charco y cansado de correr tantos y tantos metros sin saber a dónde ir. Hubo rocas que se transformaron en murallas, encerrándonos en algunos lados, y hubo lluvias de flecha (y de agua, y de sangre) y también jabalíes y una niebla misteriosa y terrible que nunca se detenía y que siempre andaba cambiando de forma y posición.

Jadeé. Todo estaba oscuro a mi alrededor; no podía ver nada, pero, por precaución, me protegía una barrera. A mis espaldas sonaban risas desenfrenadas y algunos gritos de agonía y de locura. Los soldados reían y sus risas eran como las que había escuchado en el campamento: antinaturales, locas. ¿Qué sucedía? No podía saberlo. Tal vez lo más razonable habría sido desaparecer de allí, pero no me sentía capaz de dejarlo todo atrás. Me ataban el deber y el miedo... y un estúpido valor estimulado por ideas absurdas. Como la posibilidad de tener uno de esos Secretos en mis manos. Como la posibilidad de vencer en esa batalla.

«Pero no sucederá». Ni siquiera estaba seguro de que Joseph venciera. Anduve por el bosque con el sigilo de una sepultura; podía distinguir la silueta de la Mansión muy cerca, cada vez más cerca. El viento soplaba cada vez más frío y cada vez los sonidos eran más intensos. Hice que el agua caminara por el suelo como el cauce del río y la lluvia se deslizó, gustosa, obedeciendo mis mandatos, avanzando junto a mis pies como una fiel amiga. Así me sentía más seguro, más amparado. El agua estaba ahí, presente en todos lados y dispuesta a responder a mi llamada cuando fuera necesario.

Las copas de los árboles me cobijaban. No habían llegado aún soldados a la zona en la que me encontraba: todos estaban tras las rocas transformadas en murallas, o debajo de ella, o riendo como locos sin ser conscientes de su pronta muerte. La niebla ya no podía alcanzarme: ahora eran dragones, dragones difusos que volaban y se perdían en el campamento de los atacantes y entre sus soldados y batallones.

En aquel momento, yo no era nadie en el mundo. Libre de una acusación que se perdió entre el avance de los jabalíes, libre de la atención de unos y otros, libre y andando entre un silencio escaso e incompleto, pero al mismo tiempo envolvente. Un silencio en medio de tantos ruidos solo podía ser un silencio interior, quizás un silencio del alma. O de la conciencia. Dentro de mí, solo mi corazón hablaba, palpitando intensamente.

No era nadie en el campo de batalla, no era nadie en el mundo. No era más que un hombre. ¿Qué podía hacer yo? ¿Qué peligro podía suponer si ni siquiera destacaba especialmente en mi uso de la magia? Solo podía acariciar el agua, como tantos otros hicieron antes. «Alguien dijo una vez que las pasiones mueven el mundo...». Tal vez eso era lo único que tenía: vehemencia. Sentimientos intensos y profundos, de amor y de odio, pero sobre todo de odio, algo de lo que muchos de los soldados del Concilio carecían. Todos eran, a mis ojos, carcasas frías, seres que vivían y morían sin sentido alguno.

Yo estaba allí por obligación, eso era cierto, pero tanto si vivía como si moría, sabía que mi destino tendría un sentido y vendría impulsado por una motivación. Notaba la sangre hirviendo en las venas y una furia acumulada que me ataba a Gadrýl y me despertaba el ánimo. Era una sensación tan extraña que casi temí que la niebla me hubiera tocado. «No es la niebla, es el odio que siento. Es la furia que tengo. Es la esperanza que aún me queda. Es el deseo...».

Apresuré el paso y el agua danzó conmigo a ras del suelo y las gotas de una lluvia cada vez más intensa acudían a besar su superficie y a hundirse en sus entrañas. No muy lejos, un par de flechas quedaron enredadas entre las copiosas ramas de los árboles. Solo eran dos; las demás viajaban a más velocidad y a mayor distancia, hacia los enemigos reales, que eran incapaces de avanzar.

La batalla quedaba más lejos y yo, más cerca. Llegó un punto en el que el suelo se alzaba en forma de pendiente. La mansión se volvía más y más grande a cada paso que daba, y más y más alta. Apenas podía verla entre la vegetación abundante, pero sí podía percibirla como una sombra que casi parecía cubrir la luna.

Me detuve, me detuve en seco. No quedaban ya muchos metros para tocar la linde del bosque, donde se alzaba un terreno más llano y donde crecía una especie de acantilado escarpado, alto y casi recto, en cuya cumbre descansaba la Mansión de las Brumas, con sus numerosos soldados ubicados en su posición ventajosa en las alturas. Si había alguien debajo, o bien no hacía ruido o bien se había marchado.

Yo me acuclillé y el agua se agazapó, me rodeó y me tocó con dulzura, y se mantuvo alerta, quieta y silenciosa, junto a mis pies. Busqué con los ojos algún movimiento, algo diferente en la penumbra homogénea del paisaje. Afiancé la barrera que me protegía, no fueran a caer sobre mí las numerosas flechas o alguna nueva roca. Y luego pensé en el lugar que estaban, o estábamos, asediando. ¿Era posible ascender? Era una locura. Y la niebla aún no me había alcanzado.

Solo había dos opciones: arriesgarme o esperar. Ninguna de las dos era segura. Buscar la entrada o una forma de escalar sin ser visto no era el mayor de los problemas. Lo peor era qué hacer cuando ya estuviera dentro. En aquellos momentos, no me habría importado luchar, aunque solo fuera para descargar la adrenalina o para poder, por una vez, atacar a alguien y no cometer delito alguno.

Entre todos esos pensamientos, entre los nervios, entre el tiempo mordaz y entre la incertidumbre y las dudas, percibí en una sombra en la oscuridad que era distinta a las demás sombras. Hundí la mano en el agua, en la tierra mojada. Tragué saliva. Contuve la respiración. Me quedé paralizado, inmóvil.

Luego, volví a mirarla.

Y maldije a los dioses.

Riak
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Re: La batalla de la Mansión de las Brumaspor Riak, Dom Oct 27, 2013 12:02 pm
Mis ojos azules distinguieron su silueta en la penumbra. «Qué extraño encontrarte aquí, Erik, como corderito del Concilio. No me lo puedo creer. Pero espera..., ¿qué hay en tu mirada? ¿Me miras con desagrado? Ya decía yo que era imposible que cambiaras tan rápido», pensaba mientras una sonrisa leve se curvaba en mis labios. Anduve un par de pasos, solo unos pocos, y la luz de plata de una luna llena me iluminó el rostro.

La lluvia ahogaba el sonido ligero de mis pies al pisar la tierra. El viento mecía con suavidad mis cabellos, que eran muy claros, muy rubios, casi blanquecinos.

Estúpido delincuente humano —mascullé mientras le daba vueltas al Secreto de la Oscuridad entre mis manos—. Ni siquiera para morirse sirven los de tu raza.

Al escuchar mi voz, quise reírme. Era una voz aguda y femenina, una voz autoritaria que encajaba a la perfección con mi rostro altivo. Mi cuerpo era alto y delgado, esbelto, con suaves curvas, y enfundado en una túnica dorada y repulsiva que me catalogaba como archimago. O archimaga. O, mejor dicho, como Shewë, la estúpida jueza del Concilio.

La estrategia de Amy para sacarme del Supplicium me había dado una idea maravillosa. El destino de Gadrýl no me importaba en absoluto, pero ¿por qué no sumarse a aquel derramamiento de sangre? ¿Por qué no hacerlo en la piel de una de las personas que más odiaba? Los días en Aressher eran muy aburridos y yo estaba sediento de problemas, sangre, venganza y acción.

Me acerqué a William andando como Shewë lo habría hecho. Había tenido la desgracia de convivir más de cien años con ella, por lo que conocía todos sus gestos y sus palabras ridículas de elfa engreída. El chico estaba agazapado, con el agua hechizada junto a él, tocándole los dedos, y me pregunté qué clase de idea inútil se le habría ocurrido. Casi podía sentir lástima por él. Casi. Parecía incómodo, quizás temía a la Jueza más de lo que había imaginado.

Si alguien me ataca, me protegerás con tu cuerpo y con tu vida. Y más te vale obedecerme..., criatura —dije haciendo una mueca—, si no quieres que te mande al Supplicium junto a esos insolentes de los Secretos.

La Mansión de las Brumas estaba muy cerca. Me giré hacia el edificio y recorrí su silueta con la mirada. Debo reconocer que, la última vez que estuve allí, lo recordaba más... bajo. A ras del suelo. «Los antepasados de ese tal Xerxes de Reinsworth eran mucho más sociables». Había estado en aquella mansión en alguna ocasión, muchos siglos atrás, cuando yo aún era el apuesto y gentil heredero de los duques del Arce. Qué tiempos aquellos. Aún podía recordar vagamente el salón en el que se celebró la fiesta, pero era un recuerdo muy difuso, tanto que no sabía si un hechizo de teletransportación resultaría efectivo.

De cualquier forma, colarse sola en terreno enemigo no era el estilo de Shewë. Ella era más de gritar, de amenazar, de torturar, de conjurar todo lo que se puede conjurar. Y, con el Secreto de la Oscuridad en su poder, y en el mío, su magia podía teñirse de oscuro, un campo que yo, como es lógico, era capaz de dominar mejor que cualquier otro.

William me miraba en silencio y yo lo obligué a levantarse tomándolo del cuello de la túnica. Me llevé un dedo a los labios, indicándole silencio, y ambos caminamos hasta la linde del bosque. El Secreto reposaba sobre mi pecho, pendiendo de un collar. Me apoyé en la corteza de uno de los numerosos árboles y oteé las cumbres de la escarpada montaña, que parecía un precipicio, tratando de distinguir algo que no fueran sombras y arqueros apuntando hacia el campamento enemigo.

Extendí los brazos a ambos lados, en forma de cruz, con las palmas hacia arriba. Las gotas de lluvia tamborilearon sobre mi piel y sobre mi cuerpo delgado. La magia recorrió mi cuerpo, escapando del mismo núcleo de mi alma, y la sentí viva y caliente, como un cosquilleo, como un pájaro atrapado que desea escapar y surcar los cielos. «Echaba de menos esto», me dije, conteniendo la sonrisa. Para que mi actuación fuera creíble, tenía que mantener el rostro de amargada de Shewë.

El tiempo jugaba a mi favor. Solo tuve que buscar la energía de la tormenta y sumarla a la mía propia, y moldearla, para hacer que brotaran rayos de las nubes y fueran a dar, vigorosos y terribles, contra la Mansión de las Brumas. Los vi restallar contra las paredes, vi cómo hacían brotar algunos fuegos y escuché gritos. ¿Cuántos habrían muerto? No lo sabía, pero esperaba que muchos. Fueron cuatro los rayos que atacaron la Mansión, procedentes de las negras nubes, y cuatro fuegos prendieron, derrumbando algunos trozos de muro, pared y roca que cayeron contra el suelo desde las alturas e hicieron temblar la tierra.

¡Xerxes Break! —grité, y utilicé el viento para amplificar mi voz. La túnica dorada relampagueó cuando avancé un paso, era tan dorada como el sol—. ¡Tú, tú que has mancillado el honor del Reino Élfico, entrégate a la justicia de la Diosa! ¡Tengo tu preciado Secreto! ¡Si lo quieres y si aún te queda valor para salir de tu refugio, ven a buscarlo! ¡Ven a buscarlo y libera a los rehenes que mantienes secuestrados!

El tono dramático de mi voz me resultaba extremadamente divertido. Sabía que Shewë habría pedido la libertad de los rehenes por pura obligación, aunque, lo que de verdad le interesaba, era ajusticiar a los Secretos y hacerse con sus objetos mágicos. En ese aspecto, nuestros objetivos no diferían demasiado. Yo tampoco podía sentir simpatía por una organización que rechazaba al Dios, por mucho que combatiera contra los despreciables miembros del Concilio.

Pero el asunto no me quitaba el sueño. Así que me limité a esperar, deseando que el famoso Xerxes se dignara a aparecer.

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Re: La batalla de la Mansión de las Brumaspor Xerxes Break, Dom Oct 27, 2013 8:57 pm
Rayos y centellas chocaron contra los muros que Mark había levantado. El ruido de la explosión era atronador, y los llantos de los moribundos hacían mella en los corazones de piedra. Fue entonces cuando la escuché. Era Shëwé, la Jueza del Concilio. Vociferó su deseo de que me personara ante ella, con el fin de reclamar el Secreto de la Oscuridad. Algo que me sorprendió sobremanera, pues no es propio de ella acudir a esta clase de eventos.

Entonces fue cuando lo supe. Era un dato demasiado obvio. Aún así, no pude evitar esbozar una sonrisa. La cosa se estaba poniendo muy interesante:

- Os doy la bienvenida, "mi señora" - le dije, telepáticamente - Por favor, no os quedéis ahí fuera, pasad. Estáis en vuestra casa.

Dicho esto, chasqueé los dedos y una gruta se abrió frente a "Shëwe" y su acompañante. Esperaba que entraran rápido para cerrar la gruta lo antes posible.
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Re: La batalla de la Mansión de las Brumaspor Lucien Van Fenix, Lun Oct 28, 2013 5:39 pm
Eran como ver a un toro chocarse una y otra vez contra un muro de metal de cinco metros de anchura: tan estúpido como divertido de ver. Obviamente, de la misma manera que el toro en cuestión no saldría indemne por su persistencia ellos también se estaban teniendo una cantidad cada vez mayor de bajas, pero ¿no lo volvía eso mas divertido?

Si había una sola posibilidad de victoria, una remota luz en túnel con cuchillos en vez de suelo, era destruir la montaña. Realmente, era su mejor opción para tratar de vencernos ya que no se podían acercar y no contaban con magos suficientes como para superar a un ejercito entero en cuanto a ataque a distancia. Sin embargo, una montaña entera no era tan fácil de destruir, y aún menos cuando un mago desconocido nos había ayudado protegiendola con paredes de roca. Sin embargo, aún tenían alguna posibilidad remota de acabar con el suelo sobre el que estábamos, y yo no podía disfrutar mas que ahogando y destruyendo esa esperanza con mis propias manos, y ver como el toro daba tumbos tratando de romper el muro hasta que se rindiese o muriese, y ambas posibilidades eran próximas.

Puse una palma sobre el suelo y mientras extraía el poder del Secreto del Fuego de mi interior recité un salmo que invocaba al poder puro, en busca de algo que se encontraba siempre bajo nosotros. Sin que nadie pudiese hacer nada, debajo, en el campamento de aquellos que ya habían perdido, la tierra se abrió en algunos puntos donde aquellos miserables morían sin oportunidad de defenderse y apareció una mezcla entre sólido y líquido, un algo pastoso de los colores del fuego apareció, y el mismo infierno pareció desatarse entre llamas y olor de azufre.

Se trataba de magma, un ataque nadie había podido predecir. Solo había tenido que subir su temperatura, en lo que nada superaba al Secreto del Fuego, para que surgiese a la superficie, y controlando su temperatura podía escoger donde salía y como. Los magos apenas tardaron un momento en cuidar su propia seguridad personal con escudos, y aquellos que eran tan humanos como ellos morían a su alrededor implorando ser también salvados, pero poco parecía importarles aquellos que supuestamente representaban el bien en este mundo.

Entre explosiones de ceniza y la muerte pastosa que sellaba cualquier vía de huida el campamento era un caos, por lo que nadie se fijó en que el mismo magma salía por las brechas que se habían abierto en la montaña. Pero en vez de fluir este se había enfriado a una velocidad antinatural, volviéndose en dura roca que sellaba cualquier rastro de daños. Con esto no solo conseguía reparar el daño causado, si no que la dura roca magmática se había vuelto en una especie de columna vertebral para la montaña, volviéndola considerablemente mas resistente. Incluso era imposible que me devolvieran mi ataque, porque con su fluidez de líquido el magma se había deslizado en todos los recovecos internos de la montaña antes de volverse sólido y sellarlos.

Sonreí mientras observaba. Aplastar a tu enemigo y acabar con su esperanza: había logrado ambas con mi hechizo. Solo podía sentir placer mientras pensaba en que para eso el Dios nos había otorgado la magia, y que si era así no podía haber mejor apóstol que yo mismo.

Entonces apareció aquella maga del Concilio. Llegué a plantearme saltar sobre ella y desgarrarla en dos para rematar el trajo bien hecho, pero antes de hacerlo vomité mas sangre. "El rechazo se hace mas fuerte conforme el tiempo pasa" pensé, y maldecí que fuese justo ahora. Llegué a plantearme empezar una batalla incluso en ese estado, pero una nueva arcada me hizo desechar la idea. Yo podía resistir el dolor, pero mi cuerpo no parecía poder con la presión que le estaba imponiendo. Sería mejor desaparecer.

Tras dar unas pocas órdenes a mi segundo al mando desaparecí en una nube de sombras, pero antes les dirigí una buena mirada a la archimaga y su acompañante. Desde el primer momento me habían parecido sospechosos: para mí los adoradores de la Diosa no eran mas que unos cobardes que esconderían los secretos si los encontraban, y aún mas si se trataba del que para ellos era mas herético, el de la Oscuridad. Pero incluso si atender a ninguna razón, había algo en ellos que los delataba a mis ojos: el olor a la Oscuridad. Este no tenía nada que ver con el olor real o con la magia oscura, si no era algo incluso mas débil: pequeños gestos, actitudes de aquellos que preferíamos la frialdad y el dolor aún que fuese contra natura, detalles que un seguidor de la Diosa nunca encontraría pero que hacía que dos túnicas negras se distinguiesen aún entre una multitud. Esos dos, y especialmente la mujer, estaban tan bañados en ella que la única escala para medirlos que se me ocurría era yo mismo, y ese era un halago (o insulto) que pocos podían decidir. Me despedí con una sonrisa viperina que decía todo sin palabras antes de desparecer del lugar, pero sus rostros estaban grabados en mi memoria.
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