Índice
Catherine
Humana
Nombre : Catherine Earnshaw Bennet
Escuela : La Torre, Fortaleza de Aryewïe
Bando : La Diosa
Condición vital : Viva
Rango de mago : Maga consagrada, Experta en Magia Curativa
Clase social : Plebeya
Mensajes : 228
Fecha de inscripción : 02/05/2011
Edad : 30
Localización : La Torre
Las heridas rojas [Joseph]por Catherine, Mar Jun 17, 2014 1:09 pm
Ante mí, se abrió la imagen de una nueva escena: un rincón del jardín del Bosque Dorado, con una amplia fuente de piedra en el centro, en cuyas aguas cristalinas se reflejaban el cielo estrellado y la luna de plata. Una gota de sangre roja se deslizó desde mi frente hasta mi barbilla y caí de bruces sobre el borde de la fuente, dándome un nuevo golpe con la piedra.
No había conseguido teletransportarme más lejos y ya no tenía fuerzas. Hundí las manos ensangrentadas en el agua, luego me llevé una al vientre y reprimí un quejido: la sangre había empezado a traspasar mi túnica rota. Rasgué la tela con las uñas, desesperada, descubriéndome el torso para después presionar la herida y murmurar un ligero hechizo de curación, el único que era capaz de pronunciar con mis fuerzas mermadas y que no bastaría para sanarme.
Delgadas líneas oscuras habían empezado a correr por mi piel, subiendo por mi espalda y correteando por mis senos, en busca de alcanzar mi corazón. «Eso es lo más importante, es lo que debo detener...». Reuní mis energías débiles, posé la mano en mi pecho y pronuncié un par de runas. Un resplandor blanco escapó de mis manos y frenó el recorrido de aquellas serpientes negras. Esperaba que fuera suficiente para frenarlas, solo esperaba eso...
Me dejé caer bocabajo sobre la hierba. El frío de la noche abrazaba la piel desnuda de mi espalda; solo me protegía de él la falda de la túnica, escondiendo mis piernas llenas de contusiones, pero no me importaba. El frío era lo de menos. Lágrimas saladas bañaron mi rostro, unas provocadas por el dolor, otras por el miedo, otras por la rabia, y otras, por una tristeza infinita.
«Que no me encuentre, que no me encuentre», pensaba, angustiada. Aunque ya no importaba si aparecía alguien o no. De todas formas, acabaría muerta.
No había conseguido teletransportarme más lejos y ya no tenía fuerzas. Hundí las manos ensangrentadas en el agua, luego me llevé una al vientre y reprimí un quejido: la sangre había empezado a traspasar mi túnica rota. Rasgué la tela con las uñas, desesperada, descubriéndome el torso para después presionar la herida y murmurar un ligero hechizo de curación, el único que era capaz de pronunciar con mis fuerzas mermadas y que no bastaría para sanarme.
Delgadas líneas oscuras habían empezado a correr por mi piel, subiendo por mi espalda y correteando por mis senos, en busca de alcanzar mi corazón. «Eso es lo más importante, es lo que debo detener...». Reuní mis energías débiles, posé la mano en mi pecho y pronuncié un par de runas. Un resplandor blanco escapó de mis manos y frenó el recorrido de aquellas serpientes negras. Esperaba que fuera suficiente para frenarlas, solo esperaba eso...
Me dejé caer bocabajo sobre la hierba. El frío de la noche abrazaba la piel desnuda de mi espalda; solo me protegía de él la falda de la túnica, escondiendo mis piernas llenas de contusiones, pero no me importaba. El frío era lo de menos. Lágrimas saladas bañaron mi rostro, unas provocadas por el dolor, otras por el miedo, otras por la rabia, y otras, por una tristeza infinita.
«Que no me encuentre, que no me encuentre», pensaba, angustiada. Aunque ya no importaba si aparecía alguien o no. De todas formas, acabaría muerta.
Joseph Winterose
Humano
Nombre : Joseph Winterose
Escuela : Escuela del Lago de la Luna
Bando : La Diosa
Condición vital : Vivo
Rango de mago : Archimago
Clase social : Pueblo llano
Mensajes : 78
Fecha de inscripción : 24/11/2012
Re: Las heridas rojas [Joseph]por Joseph Winterose, Jue Jul 03, 2014 2:05 pm
Al caer la noche, fui al Bosque Dorado, con el fuego de la ira ardiéndome en el corazón por una de las nuevas ocurrencias de Shewë y su marido. Decían que iban a destituir a Helia Stonet, que la expulsarían de la Fortaleza de Aryewïe, a ella, la mejor directora que podía existir para el hospital, y todo por unas supuestas confabulaciones de las que nadie había oído hablar, de las que nadie tenía pruebas, más allá de la palabra de la pareja dominante del Concilio.
Podría haber aparecido en el interior de la escuela, pero no lo hice; me materialicé en los jardines porque no quería brindarles la excusa de mi falta de educación para que pudieran atacarme luego. No llevaba demasiado tiempo fuera de prisión y, en ese intervalo, ya habían conseguido llegar a los límites de mi paciencia. «Cálmate, Joseph, cálmate y sonríe, o tendrás problemas...», eso me decía mi conciencia, apaciguadora, pero ya no podía seguir actuando.
Cuál fue mi sorpresa al encontrarme, de camino al palacio, en una fuente, con la gota que colmó el vaso. La encontré bocabajo, semidesnuda, rodeada de sangre y de jirones de ropa, helada y fría, sola. No la habría reconocido de no ser por su figura de humana, o por su pelo rojo.
—¡Catherine! —exclamé.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que la había visto, antes de que Shewë la reclamara en el Bosque Dorado, y no esperaba que, en nuestro próximo encuentro, fuera a verla en ese estado. La toqué, le di la vuelta a su cuerpo, y me vinieron a la memoria momentos hirientes del pasado, que me pesaron en el alma, que me retorcieron, y que espanté al instante.
Murmuré hechizos curativos rápidos, de urgencia, que la mantuvieran viva mientras la llevaba a Aryewïe. Si estaba viva... Aún parpadeaba, tenía los ojos abiertos.
—Catherine, ¿puedes escucharme? Dime qué ha pasado.
Al tocarla, mis manos notaron magia negra. «El Secreto de la Oscuridad», pensé, y este pensamiento avivó aún más la llama de mi rabia y de mi ira.
Podría haber aparecido en el interior de la escuela, pero no lo hice; me materialicé en los jardines porque no quería brindarles la excusa de mi falta de educación para que pudieran atacarme luego. No llevaba demasiado tiempo fuera de prisión y, en ese intervalo, ya habían conseguido llegar a los límites de mi paciencia. «Cálmate, Joseph, cálmate y sonríe, o tendrás problemas...», eso me decía mi conciencia, apaciguadora, pero ya no podía seguir actuando.
Cuál fue mi sorpresa al encontrarme, de camino al palacio, en una fuente, con la gota que colmó el vaso. La encontré bocabajo, semidesnuda, rodeada de sangre y de jirones de ropa, helada y fría, sola. No la habría reconocido de no ser por su figura de humana, o por su pelo rojo.
—¡Catherine! —exclamé.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que la había visto, antes de que Shewë la reclamara en el Bosque Dorado, y no esperaba que, en nuestro próximo encuentro, fuera a verla en ese estado. La toqué, le di la vuelta a su cuerpo, y me vinieron a la memoria momentos hirientes del pasado, que me pesaron en el alma, que me retorcieron, y que espanté al instante.
Murmuré hechizos curativos rápidos, de urgencia, que la mantuvieran viva mientras la llevaba a Aryewïe. Si estaba viva... Aún parpadeaba, tenía los ojos abiertos.
—Catherine, ¿puedes escucharme? Dime qué ha pasado.
Al tocarla, mis manos notaron magia negra. «El Secreto de la Oscuridad», pensé, y este pensamiento avivó aún más la llama de mi rabia y de mi ira.
Catherine
Humana
Nombre : Catherine Earnshaw Bennet
Escuela : La Torre, Fortaleza de Aryewïe
Bando : La Diosa
Condición vital : Viva
Rango de mago : Maga consagrada, Experta en Magia Curativa
Clase social : Plebeya
Mensajes : 228
Fecha de inscripción : 02/05/2011
Edad : 30
Localización : La Torre
Re: Las heridas rojas [Joseph]por Catherine, Jue Jul 03, 2014 2:23 pm
Me tocaron, me dieron la vuelta, y mis ojos abiertos vieron, en la semioscuridad provocada por la luna y las luces de la escuela, el rostro de Joseph, su cabello rubio suavemente mecido por el viento. Me preguntó qué había pasado, y parecía preocupado y también enfadado...
«Cuántas veces soñé con que aparecieras aquí, con que vinieras a luchar, tú que tienes la túnica dorada, tú que tienes el poder de hacerlo, para arrancarme de este sitio, de este encierro maldito, y no venías. ¿Por qué no apareciste antes? ¿Por qué vienes en el último momento, como vienen todos en el último instante, o no vienen, o no vienen...? Al final siempre estoy atada de pies y manos, todos lo estamos, ¿no es así?». Separé los labios, para decir algo, pero lo que brotó de mi garganta fue una risa aguda, una risa dolida, de desesperación e impotencia, que también escondía tintes de odio.
—Soy una desgraciada, ¿no me ves? Déjame que me muera, mejor así, ya que se acabe todo... —Estiré el brazo, y lo agarré con los dedos de la túnica, ya con pensamientos delirantes, con un dolor intenso—. Yo no puedo hacer nada; entonces, déjame que me muera. Pero mátalos... Mátalos por mí. Mata a esos... hijos de puta, ya que yo no puedo... Mátalos, mátalos, ellos no merecen lo que tienen, ellos no son hijos de la Diosa, solo son unos hijos de puta que harán un bien al mundo... cuando mueran...
La crueldad que había vivido apenas unos minutos atrás, todo lo que había visto, sentido y experimentado, todo eso, me había abierto los ojos ante el mundo, y mi alma desengañada solo podía ver en el Concilio miseria, cobardía y una Oscuridad que nacía directamente de los líderes, y que lo contaminaba todo, todo...
Si yo me moría, me iría con un único deseo: que perecieran también ellos, y de la peor forma posible; aún padeciendo la peor de las muertes, cualquier daño que pudieran sufrir sería menos de lo que ambos merecían. Especialmente ella, jamás había sentido tanto odio hacia nadie, ¡jamás!
«Cuántas veces soñé con que aparecieras aquí, con que vinieras a luchar, tú que tienes la túnica dorada, tú que tienes el poder de hacerlo, para arrancarme de este sitio, de este encierro maldito, y no venías. ¿Por qué no apareciste antes? ¿Por qué vienes en el último momento, como vienen todos en el último instante, o no vienen, o no vienen...? Al final siempre estoy atada de pies y manos, todos lo estamos, ¿no es así?». Separé los labios, para decir algo, pero lo que brotó de mi garganta fue una risa aguda, una risa dolida, de desesperación e impotencia, que también escondía tintes de odio.
—Soy una desgraciada, ¿no me ves? Déjame que me muera, mejor así, ya que se acabe todo... —Estiré el brazo, y lo agarré con los dedos de la túnica, ya con pensamientos delirantes, con un dolor intenso—. Yo no puedo hacer nada; entonces, déjame que me muera. Pero mátalos... Mátalos por mí. Mata a esos... hijos de puta, ya que yo no puedo... Mátalos, mátalos, ellos no merecen lo que tienen, ellos no son hijos de la Diosa, solo son unos hijos de puta que harán un bien al mundo... cuando mueran...
La crueldad que había vivido apenas unos minutos atrás, todo lo que había visto, sentido y experimentado, todo eso, me había abierto los ojos ante el mundo, y mi alma desengañada solo podía ver en el Concilio miseria, cobardía y una Oscuridad que nacía directamente de los líderes, y que lo contaminaba todo, todo...
Si yo me moría, me iría con un único deseo: que perecieran también ellos, y de la peor forma posible; aún padeciendo la peor de las muertes, cualquier daño que pudieran sufrir sería menos de lo que ambos merecían. Especialmente ella, jamás había sentido tanto odio hacia nadie, ¡jamás!
Joseph Winterose
Humano
Nombre : Joseph Winterose
Escuela : Escuela del Lago de la Luna
Bando : La Diosa
Condición vital : Vivo
Rango de mago : Archimago
Clase social : Pueblo llano
Mensajes : 78
Fecha de inscripción : 24/11/2012
Re: Las heridas rojas [Joseph]por Joseph Winterose, Jue Jul 03, 2014 3:13 pm
Destilaban veneno las palabras de Catherine, como también destilaban veneno mis ojos, mis pensamientos, ¡todo!
—Así que para esto te quería Shewë, ¿no? —Hice una pausa, y aumenté la potencia del hechizo curativo sobre la herida del vientre—. No, no vas a ser tú quien se muera hoy.
Tenía que llevarla a Aryewïe, urgentemente, para que se encargaran de ella, pero había en mí un deseo aún más fuerte de presentarme ante los jefes del Concilio. Miré a mis espaldas y vi a un elfo de túnica violeta que se alejaba, y, de vez en cuando, se volvía para mirarnos, visiblemente asustado; se veía que no quería tener nada que ver con el grupo de ira y sangre que ella y yo conformábamos.
—¡EH, TÚ! —le grité—. ¡VEN AQUÍ INMEDIATAMENTE!
El elfo titubeó, tembloroso; seguramente había reparado en mi túnica dorada, por ese motivo se acercó, obediente. Era alto y flaco, con el pelo castaño y muy largo.
—Dígame, señor... Veo que...
Al mirar a Catherine soltó una exclamación ahogada. Yo alcé a la chica en brazos y, con una mirada que no admitía réplica alguna, le ordené lo siguiente:
—Lleva a esta mujer a la Fortaleza de Aryewïe y asegúrate de que la atiendan, de que la curen, de que le salven la vida. Busca a Helia y dile que se trata de Catherine. —Le tendí su cuerpo al elfo; la muchacha se revolvía entre mis brazos, y él la cogió con sumo cuidado, manchándose de sangre, y casi sin atreverse a mirarla—. ¡Hazlo ahora! ¡¿Me has entendido?! ¡Como no lo hagas, como le pase algo, te mato! ¡Te juro que te mato!
Quizás estaba descargando más rabia en el aprendiz de la que debía haber utilizado, de la que el joven merecía, pero no podía medir mis formas, estando yo tan agitado. Él asintió y no esperé más, yo mismo los teletransporté a la Fortaleza de Aryewïe. «Diosa mía, imparte justicia en este mundo, no puedes aceptar esto, no puedes permitir que pase esto», recé, aunque sabía que Ella no atendería mis palabras.
Cuando desaparecieron ambos, me di la vuelta y la capa dorada que llevaba se levantó al hacerlo. Eché a andar rápido, pero, puesto que la velocidad de mis piernas no era ya suficiente, decidí saltarme todas las normas y me teletransporté directamente al lugar donde pensaba ajustar cuentas.
—Así que para esto te quería Shewë, ¿no? —Hice una pausa, y aumenté la potencia del hechizo curativo sobre la herida del vientre—. No, no vas a ser tú quien se muera hoy.
Tenía que llevarla a Aryewïe, urgentemente, para que se encargaran de ella, pero había en mí un deseo aún más fuerte de presentarme ante los jefes del Concilio. Miré a mis espaldas y vi a un elfo de túnica violeta que se alejaba, y, de vez en cuando, se volvía para mirarnos, visiblemente asustado; se veía que no quería tener nada que ver con el grupo de ira y sangre que ella y yo conformábamos.
—¡EH, TÚ! —le grité—. ¡VEN AQUÍ INMEDIATAMENTE!
El elfo titubeó, tembloroso; seguramente había reparado en mi túnica dorada, por ese motivo se acercó, obediente. Era alto y flaco, con el pelo castaño y muy largo.
—Dígame, señor... Veo que...
Al mirar a Catherine soltó una exclamación ahogada. Yo alcé a la chica en brazos y, con una mirada que no admitía réplica alguna, le ordené lo siguiente:
—Lleva a esta mujer a la Fortaleza de Aryewïe y asegúrate de que la atiendan, de que la curen, de que le salven la vida. Busca a Helia y dile que se trata de Catherine. —Le tendí su cuerpo al elfo; la muchacha se revolvía entre mis brazos, y él la cogió con sumo cuidado, manchándose de sangre, y casi sin atreverse a mirarla—. ¡Hazlo ahora! ¡¿Me has entendido?! ¡Como no lo hagas, como le pase algo, te mato! ¡Te juro que te mato!
Quizás estaba descargando más rabia en el aprendiz de la que debía haber utilizado, de la que el joven merecía, pero no podía medir mis formas, estando yo tan agitado. Él asintió y no esperé más, yo mismo los teletransporté a la Fortaleza de Aryewïe. «Diosa mía, imparte justicia en este mundo, no puedes aceptar esto, no puedes permitir que pase esto», recé, aunque sabía que Ella no atendería mis palabras.
Cuando desaparecieron ambos, me di la vuelta y la capa dorada que llevaba se levantó al hacerlo. Eché a andar rápido, pero, puesto que la velocidad de mis piernas no era ya suficiente, decidí saltarme todas las normas y me teletransporté directamente al lugar donde pensaba ajustar cuentas.
Contenido patrocinado
Temas similares» Cronología de Joseph Winterose
» Diario de Joseph Winterose
» Ficha de Joseph Winterose
» Buzón de Joseph Winterose
» Son más dolorosas las verdades que no se cuentan [Joseph]
» Diario de Joseph Winterose
» Ficha de Joseph Winterose
» Buzón de Joseph Winterose
» Son más dolorosas las verdades que no se cuentan [Joseph]
|
|
|
» la sombra sangrienta deimien darthfyre
» ola
» pricnesita estrellita
» Ser no tendría si algo pareciera
» Ficha de Lynn Feng
» Investigación forzada (Abierto)
» Anaë'draýl NPC's
» Crónica y semblanza de Lope de Villegas
» Habitación de Rurik (Noveno piso)