Joseph Winterose
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Humano
Nombre : Joseph Winterose
Escuela : Escuela del Lago de la Luna
Bando : La Diosa
Condición vital : Vivo
Rango de mago : Archimago
Clase social : Pueblo llano
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Acuerdos y melodíaspor Joseph Winterose, Dom Jul 06, 2014 11:55 pm
Una melodía me arrancó del sueño para arrastrarme a una pesadilla. Otra vez estaba en una celda del Supplicium, sin mi libertad; volvía a estar encerrado, se había acabado el tiempo de respirar el aire libre, y regresaba a mi celda. Era mi vieja celda, una celda distinta a la que encerraba a los criminales vulgares y a los siervos del Dios, más cómoda y sin cadenas ni torturas, bien amueblada. Pero una celda, al fin y al cabo, es un celda, y por muchos disfraces que lleve, nunca dejará de ser un lugar de agonía e infelicidad constantes.

Tardé en darme cuenta de que la pesadilla no era otra cosa que la realidad. Y estaba el arpa, y estaba Anaë'draýl. Y estaba Shewë.

Algo sucedía...




~ Una hora después... ~


Suspiré. La llama de una vela temblaba, iluminando a ratos una estancia amueblada con cómodos sofás, una mesita y un escritorio; y, más allá, una dependencia con una cama. Mi casa durante ocho largos años.

Claro —respondí—. Yo no he buscado problemas, y hoy en día jamás atacaría a un archimago por razones como las que tú planteas. Pero he visto lo que has hecho; usas la violencia contra los que son de los nuestros y contribuyes a una desunión que puede hundirnos.

Ella iba a replicar.

No —la interrumpí—, déjame hablar. Ni tú ni yo somos del agrado el uno del otro. Yo no quiero saber lo que has hecho durante todo este tiempo, y prefiero pensar que lo que vi en los jardines del Bosque Dorado fue un suceso puntual, y no la muestra de algo que lleva repitiéndose desde que te la llevaste. Eso es lo que quiero creer, porque, de lo contrario, si yo tuviera la certeza de que has ido destrozando a mi protegida día tras día, entonces el único acuerdo al que podría llegar contigo sería al de tu muerte y al de mi magia.

Shewë permanecía sentada en el sofá, delante de mí, y se quedó muda. Como la conocía, sabía que estaba haciendo esfuerzos enormes para contenerse, para tomar un poco de la cautela de su marido.

Yo me callaré, podemos estar en paz si no tocas nada mío, si no tocas Aryewïe y si no actúas nunca en contra de mis intereses. Entonces nadie sabrá nada, ni sobre lo que ha ocurrido esta noche, ni sobre lo que ha pasado otras veces. Ni sobre Lord Strord. Ni sobre todo lo que Anaë'draýl ignora.

La elfa cruzó las manos sobre el regazo. Su expresión permanecía inalterable; tenía el cuello erguido y los labios sellados. A mí, sin embargo, me temblaban las manos, por la impotencia de tener que usar acuerdos, de tener que hablar con ella y negociar, en lugar de volver a atacarla.

Podemos actuar como si nada hubiera pasado, pero eso no va a borrar nada. Absolutamente nada. Igual que nada podrá borrar lo que yo hice, tampoco se borrará nunca lo que has hecho tú. Y no entiendas esto como un perdón, como si ya no me importara lo que has hecho o como si me arrepintiera de haber intentado matarte. Porque te juro que me habría complacido morir intentándolo de la misma forma que tú habrías disfrutado matándome a mí.

»Pero Anaë'draýl tiene razón al decir que no podemos permitirnos enemistades en el Concilio. Deberías tenerlo en cuenta. Ya has visto que a mí no me queda paciencia para aguantar una más, y si la vuelves a dejar al borde de la muerte, no voy a pensar ni en la paz, ni en lo conveniente, ni en la tregua.

»Somos once archimagos desde que Lord Strord falleció, de los cuales no todos participan activamente. O nos unimos, o caeremos.


No había otra.

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Re: Acuerdos y melodíaspor La Diosa, Lun Jul 07, 2014 12:42 am
«A veces habla como si de verdad creyera que puede matarme con su magia, cuando le llevo siglos de ventaja en ese terreno», se dijo Shewë, mientras escuchaba las palabras de Joseph. Antes de despertar al archimago, había tenido una larga conversación con su marido, en la que habían analizado, en frío, ciertas cosas y habían llegado a la conclusión de que, aquella vez, lo más adecuado era calmar las tensiones internas. Al menos, hasta que llegaran tiempos mejores para el Concilio. Entonces podrían encargase de castigar a quien resultara molesto.

Así que, tras la charla, Anaë'draýl se había ido a arreglar los desperfectos en las habitaciones del Bosque Dorado y Shewë se había quedado a solas con Joseph, en la celda, a solas y en la penumbra. Él estaba sentado en una silla frente a ella, con los codos apoyados cerca de las rodillas. Cuando el pelo rubio se le colaba en la cara, a la elfa le daba la impresión de que el rostro del archimago se volvía mucho más serio y amenazador. Aunque eso no la amedrentaba, ni mucho menos.

El fuego de la furia ya se le había apagado y fue capaz de escuchar las palabras de Joseph. No le gustaba saber que secretos importantes estaban en manos de alguien más, y menos si ese alguien era un humano. Pero ya era tarde para remediar los daños, y ni ella ni nadie, ni siquiera Alice, podía regresar en el tiempo para cambiarlo. «Algún día encontraré la forma de que te calles para siempre». Cuando pensaba eso, se le venía a la cabeza la imagen del Laberinto de las Sombras, y pensó que sería un buen lugar al que enviar el alma de Joseph, el día que pudiera matarlo libremente. «Y ese día llegará, porque la Diosa es sabia y bondadosa, y no permitirá que un ser como tú ultraje a quien defiende la hegemonía de la raza alta y sabia».

Cuántos quebraderos de cabeza le había traído algo tan simple como torturar a una humana desgraciada; no podía entender que Joseph no se diera cuenta de lo absurdo que era todo aquello, y lo creía realmente ignorante. Pero ya se lo había dicho Anaë'draýl: si a esos ignorantes los designó la Diosa como archimagos, no les quedaba otro remedio que soportar sus incongruencias.

Por insultarme como me has insultado y por atacarme como me has atacado, yo, como Jueza del Concilio, siguiendo las leyes escritas en los códigos, decretaría para ti la pena de muerte, sin ninguna duda. Y ahora que te he concedido la grandísima oportunidad de negociar contigo, de hablar primero, resulta que eres quien me hace el favor a mí.

Entrecerró los ojos. Prefería no recordar lo que había pasado, si quería mantener la calma y el dominio sobre sí misma.

Está bien, humano, por esta vez has ganado, y me aseguraré de que sea la última. —Hizo una pausa. Cuánto le costaba tragarse el orgullo, incluso cuando no le quedaba otra opción—. Pero pagaré el precio de tu silencio y no la tocaré más. Respetaré... tus asuntos, si no me perjudican directamente.

Entonces, su rostro se tornó muy serio, y, en su collar, el Secreto de la Oscuridad se revolvió.

Pero nunca más vuelvas a tocar mi Secreto. No te posiciones tú nunca en mi contra, si yo no lo hago. No tocaré Aryewïe, pero no me vas a impedir que en otros lugares haga lo que me plazca, pues para eso soy archimaga, duquesa de dos Casas, elfa y Jueza. En todo deberías obedecerme, pero no estamos en un mundo justo y las circunstancias están de tu parte.

»Está bien, será como si nada hubiera sucedido, y nada de esto sucederá más. Ahora bien, ándate con cuidado, porque si das un paso en falso, si hablas más de lo que debes, habrás roto este acuerdo y no voy a tener piedad. Ni contigo, ni con nadie.

»Haré este gran esfuerzo, porque soy la viva encarnación de la Bondad y de la Luz de la Diosa; solo por eso, aceptaré. Por eso y para que el Concilio no caiga, ahora que solo somos... once. Gracias a la ineficiencia de ciertos individuos, por cierto.


«No entiendo cómo, Diosa mía, me haces pasar por estos tragos cuando yo siempre he obrado siguiendo el camino correcto, los preceptos del Bien y sin causar nunca daño a quienes no lo merecen». Había muchas cosas que Shewë no comprendía, y que no le gustaban...

Se produjo en aquel momento, en una celda del Supplicium, un acuerdo forzado y artificial para mantener la unión dentro de la organización ante los peligros exteriores que la amenazaban. Pero toda voluntad de unión era tan falsa que solo el tiempo podría decidir si aquel artificio traería buenos resultados, si los haría más fuertes o, por el contrario, acabaría estallando y devorándolos a todos.

~ Fin de la escena ~

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