El elfo alado se presentó, y le dijo que también había estudiado en la Torre, hasta haber obtenido la túnica celeste, tras lo cual regresó a los reinos de los elfos, donde completó sus estudios y donde se estaba especializando en magia del aire. Lumière asintió, y comenzaron a andar hacia la escuela, en silencio. Lumière observaba todo como un brillo curioso en el ojo.

El vestíbulo al que habían accedido (que no estaba segura de que fuese o no el recinto principal) era uno de planta rectangular, más larga que ancha, con un recinto central, también rectangular y de menor tamaño, delimitado por una columnata de columnas ligeras y alargadas, de fuste liso, alguna con enredaderas creciendo alrededor de ellas. A cada uno de los extremos longitudinales, había un pórtico ojival decorado al estilo de los elfos, con un abocinamiento muy poco pronunciado, con puertas de madera blanca siguiendo esa misma forma, con un parteluz tallado con motivos florales. La decoración de las paredes se dividía en bandas verticales, intercalando arcos ciegos, esta vez de medio punto en cuyo interior había varios relieves, algunos simplemente florales y geométricos y caligráficos con la curva escritura élfica, y otros que narraban historias y relatos y hazañas de magos de la escuela; y ventanales con la misma forma, con tracería: el cristal del tercio superior era policromado, pero los cristales de la parte inferior eran incoloros, para poder observar el exterior.

La primera impresión de Lumière sobre aquel lugar es que era demasiado dorado para su gusto. No dejaba de ser bonito, pero era un lugar muy sobrecargado, demasiado decorado, de un barroquismo evidente. Quizá el problema era ella, acostumbrada a la decoración simple pero bonita de la Torre, o incluso la del Lago de la Luna.

Sintió los ojos de los varios grupos de elfos posarse sobre ella, o bien sobre su acompañante. Un humano y un elfo alado, no estaba demasiado seguro de quién sería quien llamase más la atención. Escuchó varios cuchicheos, pero no les hizo caso. Su acompañante no tardó en explicar que la escuela no recibe muchos visitantes, y la mitad de los que la visitaban lo hacían para destruírla. «No me sorprende». Dijo que era normal para los elfos de esa escuela el interesarse sobre los nuevos visitantes, pero no estaba hasta qué punto sus palabras eran una apología al comportamiento de los elfos.

Avanzó hacia el espacio central con la cabeza erguida, escuchando los pasos de su acompañante detrás de ella. En dicho que se veía una estatua de mármol blanco, que representaba a un elfo de cabellos y túnica dorados (y no dudaba que estos detalles hubiesen sido representados con pan de oro, pues conocía la habilidad de los joyeros y artesanos élficos) que estaba de pie, solemne, sobre un pedestal también de mármol, en el que había inscrito un texto en caracteres élficos, en un estilo más curvo que el solemne estilo rectilíneo que había visto anteriormente en la Marnórë Vanwatárion, la Cripta de los Reyes muertos.

—Anaë'draýl i Lauristar —comenzó a leer las letras doradas, a su vez traduciéndolo mentalmente—i Harna Esselpiéo ar Alíssaldo, i Hér o Lauráldarmár... ¹—a partir de este punto dejó de leer, pues ya se imaginaba cómo continuaría el texto, en una exaltación a la hibris del achimago. Cuando dejó que leer, Velenior, su acompañante, volvió a hablar, diciéndole que no tuvo maestro que le enseñaste a luchar, aunque conocía la teoría—Yo fui maestra en la Torre y en el Lago... La verdad, no tengo intención de prolongar mi visita más allá del día siguiente, pero quizá pueda ayudarte, enseñarte lo básico, antes de marcharme.

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¹ Anaë'draýl el Archimago, Duque del Saúce y el Cedro, Señor (de la escuela) del Bosque Dorado.