Un paseo por el paraiso(Libre para fantasmas,kay y los Dioses. Osea, para los que puedan estar aqui)
Marcus Caesar
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Apenas podía ver nada. Todo estaba cubierto por una densa niebla y no escuchaba absolutamente nada, como si estuviera allí solo. Eso no podía ser, estaba muerto y tanto el cielo como el infierno estaba lleno de las almas de otra gente. Pero así era. No veía nada ni a nadie. Sin ningún temor, pues ya nada podía tocarme, avance con decisión. Paso a paso recortaba la distancia con lo que hubiera delante. Lo que fuera. Tenia que haber algo. ¿Era posible que me estuvieran castigando por estar ciego en vida?¿Por seguir el camino incorrecto? Había faltado a una de las principales leyes de Dios suicidándome, no había cumplido su misión. Si era así, mi castigo era permanecer de esa forma por el tiempo que Dios lo considerara y no había nada que pudiera hacer. Era lo justo. Caí de rodillas y empecé a entonar oraciones al Señor. Nada de suplicas. Ninguna petición de clemencia, simplemente oraba. Entonces la niebla se fue despejando tan deprisa que pensaba que era un dragón que batía las alas. Frente a mi apareció un paisaje de lo mas hermoso. Estaba en lo alto de una montaña, con una cueva detrás. A los pies de aquella montaña se extendía una gran llanura verde tras lo cual se veía el mar azul. Era maravilloso. Pero seguía sin vera a nadie mas, aunque ya no me importaba tanto. Me senté en el borde del precipicio, con las piernas colgando y después me tumbe. La brisa marina llegaba hasta allí.¿Necesitaba respirar después de muerto o solo lo hacia por costumbre? Era increíble. Estaba muerto, libre de cualquier preocupación terrenal  y seguía haciéndome preguntas. Supongo que era mi naturaleza. Ya desde niño había destacado por ello.¿Por que el cielo es azul y no amarillo?¿Por que el sol calienta mas o menos dependiendo de la estación? ¿De donde salen los niños? Esa ultima había provocado que mi madre se sonrojara y mi padre se partiera de risa al tiempo que me mandaba a la cama. Había tenido una vida con algunos pasajes muy buenos y agradables y en ellos me concentre. Poco a poco fui relajándome y disfrutando simplemente de no tener que ver nunca mas al Cardenal Marco o al Maestre Titus. Era,desde luego, el Paraíso.
Elia Aerlikr
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Aunque hubiera pasado toda mi vida en contacto con los difuntos, no podía imaginarme cómo era verdaderamente el Otro Lado hasta que entré en aquella dimensión de la realidad. Era un universo distinto a cuanto yo conocía: las brumas se extendían por todos los lugares; había colinas, páramos, mares infinitos, cielos que eran casi siempre claros, pero que cambiaban de vez en cuando sus tonalidades sin atender a ninguna explicación científica. La naturaleza difusa del Otro Lado podría haberse explicado mediante las reglas de la magia, pero yo no podía sentir allí las energías sobrenaturales, porque no había una naturaleza terrenal sobre la que aplicar don alguno.

Eran tantos los muertos que me esperaba encontrar el Más Allá repleto de almas, pero, en el tiempo incontable que llevaba vagando por aquellos paisajes extraños, no había visto a nadie. Pensaba que encontraría a mis abuelos, a mis bisabuelos, a mi primo fallecido, o incluso —aunque no me satisficiera la idea— a cualquiera de las personas que suponía vivas pero que llevaba años sin ver.

Sin embargo, todo era soledad. Estaba sola en medio de un reino inmenso e ilimitado. A veces, cuando me entristecía, nevaba como nevaba en mi aldea natal. ¿Era aquella la voluntad de Svea? ¿Me castigaba por haberme dejado engañar, por haber sido ingenua otra vez...?

«Me mató. Un fantasma, un alma en pena, me mató. Estoy muerta...». No dejaba de pensar en ello. Y llegó un día en que, sentada en medio de un prado verde, emergió de una bruma densa un ruido que sobresaltó todo mi espíritu.

Un ladrido.

Cielito... ¿Cielito?

Negro y blanco, con la lengua fuera como solía hacer en casa, vi a mi perro correr a mis brazos, y lo estreché contra mí, triste y alegre, nostálgica, incapaz de creerme que estuviera allí. Lo acaricié, lo besé con infinito cariño. Él también estaba muerto, como yo. «¡No era tan mayor cuando lo dejé...!». Yo no sabía que los perros también iban al cielo, pero descubrirlo fue enternecedor.

Y desde entonces vagaba con él junto a mí. No nos separábamos, nunca. ¡Habría querido preguntarle tantas cosas...! Pero, incluso allí, nuestros lenguajes eran diferentes, nuestros mundos eran diferentes...

Hubo un día, una noche, una tarde... ¿Era correcto hablar de días y noches en el otro lado? Digamos mejor que hubo un momento, un momento en que Cielito y yo llegamos a una llanura muy verde, muy vacía y muy hermosa. Más allá se extendía, nuevamente, el mar. La sensación que me transmitía aquel lugar era agradable. Soplaba una brisa muy suave...

Mi perro fue el primero en darse cuenta de que había alguien en el borde del acantilado. Ladró y, corriendo, con la lengua fuera, fue hasta él.

¡Cielito, Cielito! ¡¿Adónde vas?!

Con el tonto temor de que se cayera —¿qué iba a pasarle si ni él ni yo podíamos morir de nuevo?—, fui corriendo tras él, pero se detuvo justo en la orilla del terreno, y vi entonces a un hombre rubio, joven, tumbado sobre la hierba. No podía creer que me hubiera encontrado al fin con alguien más.

Bendita sea Svea, eres el primer hombre que encuentro en este lugar...



Última edición por Elia Aerlikr el Mar Mar 31, 2015 2:24 am, editado 1 vez
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Relajado, tranquilo, con la guardia baja por primera vez en años. En esos momentos pensaba que podria venir el mismisimo Dios a reprenderme y no me enteraria de nada, aunque no era cierto. El ladrido lo escuche como lejano y no le di importancia, pero cuando escuche la voz de una chica invocando a la diosa pagana Svea si. Me levante de un salto y fui a echar mano a mi espada cuando me di cuenta de dos cosas:La primera que no tenia espada y segundo, y por eso no tenia espada, que estaba muerto. Se me habia olvidado. Era bastante vergonzosa la escena y me lleve la mano a la nuca mientras agachaba la cabeza.

-Lo siento. No llevo mucho tiempo aqui.

No habia dicho "muerto" por que no la conocia y podria no sentarle bien. A mi nl me haria gracia, aunque llevaba tanto tiempo entre intrigas palaciegas que seria capaz de disimularlo. Maldita politica. Me acerque un poco a ella y mientras hacia una pequeña reverencia con la cabeza me presente.

-Marcus Caesar. Maestre de San Yago.-de nuevo se me habia olvidado- o bueno, lo era.

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Respondí a su reverencia con una pequeña inclinación de cabeza. No hacía falta que dijera que llevaba poco tiempo en el Otro Lado: sus gestos, su forma de reaccionar cuando escuchó mi voz, delataban su reciente llegada. Yo también era nueva en el mundo de los muertos o, al menos, sentía que el tiempo desde que mi alma había escapado de mi cuerpo había transcurrido sin ningún orden, y ya no era capaz ni de saber si era mucho el tiempo que había pasado, o poco, o nada.

Elia Aerlikr. Del Norte. —Me quedé callada unos segundos—. Era del Norte —añadí, con cierto nerviosismo y con cierta tristeza.

Mi perro se quedó sentado junto a mí, mirando al hombre que se había presentado como Marcus Caesar. Yo no sabía qué era la Orden de San Yago, pero sí era consciente de que todo aquello que llevaba delante la palabra "san" tenía relación con la Iglesia de Garnalia Centro. Aquella religión, la Inquisición, incluso mi propia tierra natal... Todo aquello me parecía muy lejano, demasiado banal en comparación con el lugar en el que me encontraba, con la situación en la que me encontraba y con la forma en que había llegado hasta allí.

No sé cuánto tiempo llevo aquí, pero tengo la sensación de que hubiera transcurrido una eternidad desde que... llegué... —No era agradable pronunciar la palabra «muerte», ni el verbo «morir» en ninguno de sus tiempos—. Y a veces es como si no hubiera pasado un solo minuto desde entonces.

Callé, pero mantuve en mi rostro una expresión de serenidad, una suave sonrisa tranquila, que no mostraba alegría pero que sí pretendía transmitirle a mi interlocutor la paz con la que yo siempre, cuando estaba viva, le hablaba a los muertos.



Última edición por Elia Aerlikr el Mar Mar 31, 2015 2:24 am, editado 1 vez
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¡Una nordica! Bien, bien. Mente abierta y con honor. O al menos eso esperaba. La gente del norte solia ser gente racional, aunque le pusieran el articulo "la" a la representacion de Dios en su tierra. Habia dicho algo interesante. No sabia cuanto tiempo llevaba muerta. Yo hasta ese momento pensaba que yo llebaba muerto unas dos o tres horas, pero ya no podia asegurarlo y podia ser un interesante tema de debate. Y entonces cayo sobre mi el lado negativo de estar muerto. Para mi se habian acabado los debates en la Biblioteca de la Santa, los enigmas matematicos, las formulas quimicas......todo. Eso sin contar que habia dejado a Rohar y al dragon solos en la Cueva y a San Yago sin direccion en un momento clave de la historia. Nadie continuaria mis trabajos, al menos desde donde yo lo deje. El explosivo para abrir carreteras en las montañas, el abono especial que quintuplicaria las cosechas,.....todo estaba en clave y solo yo la conocia. Todo el trabajo de mi vida perdido. No, no podia permitir eso, en especial lo de Rohar y el dragon.

-Yo tampoco estoy seguro de cuanto llevo aqui, pero no tengo intencion de quedarme-dije con firmeza.-Buscare a Dios y le pedire una segunda oportunidad. Aunque sea temporal.

Entonces me di cuenta de una cosa. El cuerpo de la chica tenia un ligero toque azulado. Al parecer alli la "vision de aura" estsba siempre activa o que nuestro aura saliera a relucir sin necesidad de vision. Yo no tenia nada, pues no era mago. Pero era extraño. Si la magia era maligna, como pregonaba la Iglesia, ¿Por que estaba ella en el paraiso? Y si por el contrario era una enfermedad curable, como deciamos los de San Yago, ¿Por que se manifestaba tras la muerte? A lo mejor brillaba por otra razon. Solo habia una forma de aceriguarlo sin ser demasiado grosero

-Siento que no llegaras a graduarte. En especial si fue la Inquisicion la que te trajo aqui
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«El Dios centrogarnálico...». Evidentemente, ya no me quedaba ninguna duda de su procedencia, ni tampoco de sus creencias. «Svea, Dios, la Diosa... ¿qué importa?». Si esperaba encontrarla en el Otro Lado, estaba equivocada. Allí no había visto a ningún dios, y, sin embargo, todavía tenía la esperanza de que mis pasos por aquellas brumas me condujeran a los brazos de la Gran Madre. Si en aquellos parajes también brillaba la luz, Ella tenía que estar presente; si no, ¿qué haría de aquel mundo cambiante un paisaje calmo, aunque vacío, y no un infierno tormentoso?

Marcus tampoco sabía cuánto tiempo llevaba allí: en el mundo de los muertos era extraordinariamente sencillo perder la noción del tiempo, e incluso la del espacio (ni yo misma sabría volver sobre mis pasos; todo a mi alrededor variaba sin atender a ningún principio lógico). Pero él parecía muy decidido a buscar la forma de salir del Otro Lado, a pedirle a Dios una segunda oportunidad. Yo, sin embargo, desde mi muerte apenas había pensado en segundas oportunidades... Tal vez la conmoción de verme asesinada un día cualquiera, de la forma más inesperada, todavía me duraba en la totalidad de mi alma. Tal vez había conocido en vida tanto a los fantasmas que no me resultaba tan desagradable verme convertida en una de ellos.

«Siento que no llegaras a graduarte. En especial si fue la Inquisición la que te trajo aquí», dijo él. Y yo negué con la cabeza.

No. Lo que me trajo hasta aquí... —Me quedé pensativa unos instantes. Aunque yo no sabía quién era aquella mujer, solo había una forma posible de hacer lo que ella había hecho conmigo—: fue una nigromante. Pero ¿cómo sabes que no llegué a graduarme?



Última edición por Elia Aerlikr el Mar Mar 31, 2015 2:24 am, editado 1 vez
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Una nigromante. El mas alto rango en los ejércitos del mal. Compadecía a aquella pobre chica. Había tenido muy mala suerte. Igual que yo. Dam Gurth, el Guerrero de las Tinieblas. No habia previsto encontrarme con el, aunque si llevaba algo para poder contrarrestarlo si lo hacia. Pero no había contado con que ademas fuera mago, por lo que tuve que inmolarme para proteger mis secretos.

-Tienes un pequeño tono azulado propio de los protomagos medios. Lo que vosotros llamais de tercer grado.-dije mientras la señalaba- Podemos ver el aura magica y por eso tambien se que ibas camino de ser una maga roja y no negra.

La vision de aura era muy completa y muy complicada de explica,pero los colores variaban incluso entre el mismo grado. Los que iban de camino al rojo brillaban fuertes y los negros eran mas oscuros. No fallaba nunca. Durante siglos nadie habia sabido su origen y por que solo afectaba a los que estudiaban para ser Guardianes de la Fe y a ellos mismos. Yo lo habia conseguido, o mas bien mi equipo y yo. No habia sido facil ver los trocitos minúsculos de Piedra de Dios en la sangre y esto se debia a que solo los aspirantes y Guardianes de la Fe tenian via libre a la Cueva Sagrada que se encontraba bajo la Academia. Entonces me volvi y mire hacia el horizonte.

-Voy a buscar a Dios.¿Vienes conmigo? Asi ninguno de los dos estaremos solos. Es dificil encontrarse con mas gente por aqui.
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Mi primer impulso fue mirarme las manos, en busca de un aura azul que delatara mi rango mágico. Pero no vi nada. Mis manos eran solo mis manos; algo más intangibles que en otro tiempo, algo más translúcidas, pero blancas como siempre habían sido. Busqué entonces en mi compañero, en la silueta de su figura, alguna tonalidad distinta que me proporcionara mayor información sobre él, pero no distinguí nada.

Miró al horizonte y dijo que iba a buscar a Dios. Aquella afirmación era verdaderamente curiosa; nunca había esperado escucharla de nadie, al menos si esa "búsqueda divina" era una búsqueda literal de la deidad, y no un deseo de emprender el camino místico para sentirla en el alma. «No debo decirle que Dios no es como piensa...». Y, sin embargo, allí no había ninguna hoguera en la que pudiera arder, ni ninguna posible represalia a mis blasfemias contra la religión del centro. «Pero ¿con qué derecho voy a hablarle de Svea si jamás la he visto? Creemos los dos en la Luz y en el Bien. Eso es lo que ha de importar».

Vayamos —dije, y, como si me entendiera, Cielito movió su cola fantasmal—. Yo también buscaba a Svea. Mi diosa. Quizás también tu dios. Sea como sea, no puede andar muy lejos si está en todas partes.

Miré a mi alrededor: delante de nosotros se extendía el mar; detrás, la pradera llana. Podíamos ir en cualquier dirección, allí nada importaba. Aunque mi instinto de supervivencia, ya inútil, hacía que me pareciera una idea descabellada arrojarme por el acantilado o intentar caminar sobre los mares, lo cierto era que ya estaba muerta y que, una vez perdida la vida, no hay forma en la que el alma muera, salvo en el temido Laberinto de las Sombras, que se encontraba en una dimensión muy diferente a la nuestra.

Podemos ir a cualquier lado. El Otro Lado es una dimensión muy cambiante, y orientarse es prácticamente imposible. Nuestra única guía ha de ser la intuición.



Última edición por Elia Aerlikr el Mar Mar 31, 2015 2:24 am, editado 1 vez
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-No te preocupes-dije cuando me parecio ver que dudaba-Da igual como lo nombres, siempre y cuando lo hagas pienses en el como en el benefactor del universo y no a ese ser oscuro al que los magos llaman El Dios, nosotros Diablo y supongo que tu Ravn. La Diosa,Dios, Svea..... El nombre es una identificacion, aunque yo cuando le tuve delante mio puedo asegurar que era hombre o al menos tomo esa forma conmigo.

La verdad es que era asi y el conjunto de la Iglesia no queria verlo. Todas las raligiones que defendiamos la verdad,la justicia, teniamos un enemigo comun y debiamos colaborar en su erradicación.¿La respuesta? Atacar una escuela de magos rojos y una ciudad independiente que adoraba a Dios. No era logico, no era racional, y Dios nos habia dado esas cualidades junto con otras para que las usaramos. Entonces llego la hora de decidir la direccion. Para mi era facil. Por un lado estaba el mar, al otro por donde estaba la cueva por la que habia salido yo y la direccion por donde habia venido ella.

-Creo que por alli-dije mientras señalaba la direccion por la que dejariamos el mar a nuestra izquierda- Es una direccion como otra cualquiera pero sin mojarnos ni desandar lo andado.  
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No puse ningún impedimento: no tenía motivos para hacerlo. Todos los caminos en el Otro Lado eran válidos para mí. Ya no tenía que preocuparme por mi supervivencia; no era necesario buscar un lugar donde poder comer, beber, dormir o, incluso, respirar. Y aquello era, a un tiempo, triste y maravilloso: triste por el requisito que era imprescindible para llegar a este estado; maravilloso por el mundo de posibilidades extrañas que se abría ante nosotros, ahora que ya en poco o nada nos afectaban los peligros naturales.

Bueno, es poco probable que nos mojemos —señalé, con una discreta sonrisa—. Al menos de la forma que estamos acostumbrados a mojarnos.

Y entonces empezamos a andar en la dirección que había decidido Marcus Caesar. Para ser inquisidor, el joven parecía tener una mente abierta con respecto a la religión: distinguía dos fuerzas en la naturaleza, la luz y la oscuridad, y poco le importaba el nombre que se le diera a cada una de ellas. Eso me resultó llamativo, pero aún más llamativo fue que hablara del momento en que tuvo a Svea, a Dios, frente a él.

¿Has dicho que has visto a Dios? —pregunté mientras caminábamos, mientras nuestras almas se deslizaban por la planicie verde que iba ascendiendo con suavidad—. En el Norte algunos sacerdotes aseguraban haber visto a Svea en ciertos lugares, pero sus testimonios no tenían gran credibilidad...

Era cierto, y la mentira se adivinaba enseguida: con el transcurso de los meses, el discurso iba modificándose. «Me habría gustado ver a mi diosa antes de morir; entonces habría tenido muchas preguntas para ella sobre la vida y la muerte, sobre el destino, sobre el bien y el mal. Ahora que este va a ser mi mundo por la eternidad, ¿qué podría preguntarle? El mundo de los vivos despertaba más dudas que el Otro Lado... Y, ciertamente, lo único que querría sería pedirle un poco más de tiempo...». Había sido asesinada demasiado pronto. Demasiado. Y, con mi muerte, con mi despedida del mundo que conocía, se acababan los proyectos para el futuro, los planes, la esperanza de vivir otras experiencias, de conseguir mis propósitos. No estaba viva, y, sin embargo, existía y pensaba, pero no entendía muy bien para qué necesitaba la conciencia en un lugar que no está hecho para vivir ni para sobrevivir...

Al cabo de un tiempo, aparecieron algunas nubes grises en el cielo. Eran pocas, pero inquietantes. La llanura parecía eterna: habíamos dejado atrás el mar, y no se veían ya ni montañas ni cuevas ni nada en el horizonte, más que una superficie verde inmensa. Y en el fondo... En el fondo había una silueta. ¿Era un árbol? No lo sabía, estábamos demasiado lejos. Pero, si tal como había supuesto se trataba de un árbol, este era gigantesco y muy colorido; entre el verde mayoritario, creía distinguir todas las tonalidades del arcoíris.



Última edición por Elia Aerlikr el Mar Mar 31, 2015 2:24 am, editado 1 vez
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Era cierto, había sido un comentario un tanto desafortunado. Pero tenia la excusa de que llevaba muy poco tiempo muerto. Entonces me pregunto por mi experiencia con Dios. Aun lo recordaba muy bien, entre otras cosas por que no hacia demasiado tiempo que había sucedido.

-Si, tienes razón. Son muchos los que afirman en falso haber visto al Señor, pero todos tienen en común una cosa. Buscan el poder dentro de la jerarquia eclesiastica y lo anuncian a bombo y platillo. Tu eres la décimo segunda persona a la que le e contado mi experiencia y esta claro que ya no voy a ascender a ningún lado. Para mi se acabo todas las intrigas, las mentiras y el miedo.

Si, por que mi petición de resurrección sera temporal. Había desperdiciado mi vida y no merecía una segunda oportunidad, pero mis compañeros no debían sufrir por mis errores. Los salvaría y volvería a aqui o a donde Dios quisiera mandarme. Durante nuestra caminata el paisaje habia cambiado. Ahora estábamos en un páramo verde con un inmenso arbol al fondo. Yo....conocia ese arbol. No sabia como podia reconocerlo estando tan lejos,pero era asi. Tenia multitud de nombres: El Arbol de las Manzanas de Oro, el Arbol de la Sabiduria, del Bien y el Mal pero sobretodo era conocido como el Arbol del Fruto Prohibido. Ya no tenia dudas de que aquello era el Paraiso.

-Nunca pensé que veria el arbol por el que fueron condenados Los Primeros
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Era cierto; allí no había ningún motivo para la duda. Mentir ya no nos llevaría a ningún lado, así que creí en su afirmación, y mantuve en mi corazón la vana esperanza de que, al final de aquel largo camino a no sé dónde que estábamos recorriendo, se encontrara la Diosa en todo su esplendor. «Quizás ese árbol tan grande...». ¿Qué era Dios, la Diosa, sino vida, fuente de vida, un árbol gigantesco de seres vivientes? Andando sin posibilidad de cansarnos nunca, llegaríamos muy rápido hasta aquella silueta, que Marcus Caesar también identificó como un árbol, pero no como cualquier árbol, sino como "el árbol por el que fueron condenados los Primeros".

¿Los primeros humanos? —supuse.

También en el mito nórdico sobre la creación del ser humano y de las otras criaturas racionales había un árbol especial. Cuando Ravn llegó al mundo, cubrió de nieve y eterno invierno todas las tierras sobre el mar, tras derrotar a Svea en una legendaria lucha, y lo único que no pudo destrozar fue un árbol que la Diosa había hecho crecer sobre el pico más alto del Förstgard. En ese árbol, cubierto por flores de colores vivos, se escondió Svea y no la pudo ver el Dios del Mal, y, de la madera del árbol, creó a las criaturas más perfectas que había creado nunca: un humano y una humana, un enano y una enana. Estos empezaron a llenar de vida las tierras muertas de Ravn, lo que hizo recuperar fuerzas a Svea hasta que el Dios los tentó mediante un engaño e insertó en sus almas las sombras del Mal...

Y así se iniciaban comúnmente todos los relatos antropogónicos. No habían sido condenados por un árbol los Primeros, sino fabricados a partir de la madera del árbol. En la religión de Marcus, al parecer, aquel árbol no estaba relacionado con nada bueno. «No puede ser el Årsakenträd, Árbol de la Razón, porque no estaba en la tierra de los muertos...». Sin embargo, cuando nos acercamos y pudimos ver su esplendor, y sus hermosos colores, me pareció que el árbol de mis leyendas no podía presentar un aspecto diferente a aquel.

Tenía manzanas de oro. Y eran preciosas. Era un árbol gigantesco. Al llegar hasta él, fuimos todavía más conscientes de su inmensidad, y, pese a su gran altura, las ramas más bajas estaban al alcance de la mano de un enano. Incluso Cielito habría podido alcanzar alguna de aquellas manzanas.

Este árbol es maravilloso. No me explico cómo podría ser alguien condenado por su causa.

Una suave brisa meció las hojas, arrancándoles un suave murmullo. Y, entonces, sonó una voz que procedía del árbol, y esto fue lo que dijo:

Elia Aerlikr, Marcus Caesar, así que la maleficencia los ha llevado al Paraíso. Los dos por sacrificio: una de forma inconsciente, el otro sabiendo plenamente lo que hacía. De todos los árboles que encontrarán en el Paraíso, solo de este un espíritu puede comer, mas dice una ley que las almas no comen, y yo les digo que es falso: no hallarán nunca el camino verdadero hasta probar una manzana de oro. El alma que no se alimenta de este árbol se queda inerte, no encontrará nunca senderos, no se le abrirán puertas, y no llegará nunca al auténtico Reino de la Luz.

Era una voz cautivadora, verdaderamente persuasiva, pero también misteriosa. ¿Era el propio árbol el que hablaba? ¿Había algo o alguien escondido entre la espesura de sus infinitas hojas?



Última edición por Elia Aerlikr el Mar Mar 31, 2015 2:24 am, editado 1 vez
Marcus Caesar
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Humano
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-Los Primeros, simplemente. Los elfos y enanos también tienen un origen aquí.

Bueno, realmente el Libro Sagrado no nombraba a elfos y enanos, pero tampoco había que fiarse demasiado del libro actual. Este había sido redactado en los últimos siglos y distaba mucho de los primeros ejemplares. Yo poseía uno de estos y daba a los evangelios otro significado. Por ejemplo la parte del árbol. En este no eramos condenados directamente por Dios por comer del Árbol, si no que al comer y adquirir la capacidad y el deseo del conocimiento nos habíamos condenado a vagar fuera del Paraíso para "saber" aunque mantenía la parte de la tentación del Diablo. Mas inteligentes, mas sabios, pero condenados a la eterna búsqueda de Dios cuando en su momento no lo necesitábamos. Era curiosos e interesante el libro. Esa era la diferencia entre un sanyago y otro miembro de la Iglesia o la Inquisición. No nos tomábamos esas cosas de forma literal. Nada de fanatismo ni obcecados. Admitíamos nuestros errores y no se lo echábamos a los "demonios" ni a nadie mas, excepto claramente cuando eramos traicionados. Al llegar junto al árbol pude ver su majestuosidad y sus dorados frutos, confirmándome claro la naturaleza del árbol. 

-Hay muchos formas de ser condenado. Y razones. La desobediencia, la curiosidad.....

Entonces una voz hablo. Hablaba de sacrificio, de que las almas comían y del Reino de la Luz. Cualquier creyente seguiría ciegamente a esa voz solo con esas palabras, pero yo no era un creyente cualquiera. Lucifer, otro nombre del Diablo, significaba Portador de Luz. Este había sido,según todas las transcripciones y traducciones sagrados, el que había tentado a Los Primeros de comer del árbol. Aparte suavemente a un lado a la mujer y me puse entre ella y el árbol.

-¿Quien es aquel, que sin mostrarse ni identificarse, pretende que comamos el fruto prohibido por el Creador? Muéstrate, ser en las sombras

No podía creer lo que había dicho. Bueno, lo que había dicho si, pero no el como lo había dicho. Ni el Cardenal Marco hubiera sido capaz de expresarse de esa manera, aunque el hubiera comido del árbol sin dudarlo.
Elia Aerlikr
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Puesto que la única dimensión de los muertos de la que se tenían noticias era el Otro Lado, era de suponer que aquel sería el reino tanto del Dios como de la Diosa, y caer en la cuenta de este detalle me hizo sentirme, de pronto, en peligro. «Pero ¿qué peligro? Estoy muerta, estamos muertos». Y, sin embargo, en la Torre se hablaba de la existencia de otras dimensiones; había en la biblioteca libros enteros dedicados a aquellas cuestiones, y, de todas las dimensiones posibles, había una en la que los muertos podían sufrir auténtico daño: el Laberinto de las Sombras.

Habría preferido no recordarlo. Y yo no sabía si mi compañero Marcus tendría constancia de la existencia de otras dimensiones además de la dimensión de los vivos y de los muertos. En cualquier caso, no se amedrentó ante la voz que venía del árbol, y hasta podría decirse que, en cierto modo, la desafió. Yo mantuve los ojos fijos en las hojas del profundo árbol. Tampoco yo iba a tener miedo; antes de dejarnos convencer por la tentadora posibilidad de tomar alguna de aquellas magníficas manzanas, lo más sensato era pedir que el poseedor de la voz se revelara ante nosotros.

Esta dimensión es el Otro Lado, y el Otro Lado es el reino de los muertos, donde los muertos deben estar —repuse, con convicción—. No hay tal Reino de la Luz, y, si lo hubiera, no sería allí donde deberíamos estar.

Hubo un silencio, unos momentos de calma. Luego, un ruido entre las hojas, una brisa. Al cabo de pocos segundos, vimos una silueta abrirse paso entre las hojas y descender por el ancho tronco del árbol, enroscándose en él. Era una serpiente de piel verde y ojos rojos. «Esos ojos son como los de la mujer que me mató».

Ten cuidado. Esos ojos... —le dije, en voz baja, a Marcus.

La serpiente sacó la lengua y dejó escapar un siseo.

Soy la Guardiana del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, y tú, Marcus, debes conocerme un poco; al menos, lo que se ha dicho de mí. Ese al que llamas Creador es creador porque supo entender qué era el Bien y qué era el Mal, y entonces vio que uno de estos lados era verdaderamente placentero. Y el Creador, hecho el mundo, guardó en este árbol el origen de toda la ciencia, y dejó el Bien en estas manzanas de oro, y luego regresó al Reino de la Luz. Entonces, todo aquel que llega al mundo de los muertos habiendo sido inocente y puro, puede encontrar el camino hasta el Árbol, y puede comer de las frutas del Árbol, pues la ley de la prohibición se hizo solo para detener a los ignorantes.

Sus pupilas eran dos delgadísimas líneas negras, que se ensanchaban y se contraían luego.

Ustedes que saben del Bien, ¿qué es el Bien? Y ustedes, al saber del Bien, sabrán también decir qué es el Mal. ¿Qué es el Bien y qué es el Mal? Hasta ustedes, almas puras, dudan y dudan. Pues tú, Elia, siguiendo siempre durante tu cortísima vida el objetivo blanco del Bien, sabes bien que te dejaste engañar por la promesa de un mortal y por ir tras él abandonaste a tu familia, y luego te quedaste en la escuela de la Torre, y no volviste a buscar el camino de regreso a casa. Y ahora, aun sabiendo que moriste siendo nuevamente engañada y ofreciéndole tu cuerpo al alma de una nigromante que sembrará cien mil males en el mundo, buscas a quien llamas Svea porque deseas la resurrección. ¿Te guió entonces, te guía ahora, el Bien o el Mal? ¿Puedes decir que conoces verdaderamente lo que es el Bien y lo que es el Mal?

»Y tú, Marcus, que aun perdiendo a tu hermano Cicerón por causa de la magia, accediste a ingresar en la institución que persigue a todo brujo; tú que has herido y matado en guerras injustificadas; tú que levantaste la espada contra un pueblo que creía en la Luz, y arrastraste a tantos a la muerte; tú que ejecutaste el vil pecado del suicidio, abandonando a un compañero inocente en manos de la perversidad, quien ahora sufre cien mil torturas; y ahora, aun sabiendo, o aun pensando, que solo hubo Uno que mereció regresar de entre los muertos, buscas al que llamas Dios para pedirle la resurrección. ¿Te guió entonces, te guía ahora, el Bien o el Mal? ¿Puedes decir que conoces verdaderamente lo que es el Bien o lo que es el Mal?

»Pues tales respuestas están todas en las frutas del Árbol, al alcance de los curiosos y al alcance de los sabios.




Última edición por Elia Aerlikr el Mar Mar 31, 2015 2:24 am, editado 1 vez
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Un hombre y una mujer delante del Arbol Prohibido hablando con una serpiente. Demasiadas coincidencias. No me fiaba de ese animal, que tan parecido tenia con Lucifer. La cuestión era ¿Podría ser Dios poniéndonos a prueba o de verdad era el Diablo? La mujer me pidio que tuviera cuidado y no era para menos. Tal vez ella al ser maga detectara algo que yo no veía. Hablo sobre mi compañera, revelando parte de su vida. La verdad es que no había perdido el tiempo en su vida, como yo. Entonces me toco a mi. Recordad a mi hermano Cicerón me lleno de un profundo pesar. Hacia muchísimo tiempo que no nos veíamos y desde entonces me había sentido incompleto. Hablo de mis guerras injustificadas y del asesinato de inocentes, al igual que invadir a un publo que seguia la Luz. Esta solo podia ser Zhante, en la cual mis hombres solo habian levantado la espada contra los piratas y aquellos guardias que no habían atendido a razones. También hablo de mi suicidio y me confirmo que Rohar habia sido capturado y siendo torturado. Todo era cierto, pero cuando me pregunto si me guiaba el Bien o el Mal no supe que responder en ese preciso momento. Al menos durante cinco segundos.

-Cierto. Ingrese en la Inquisición, con trece años obligado por mis padres. Allí conocí a gente perversa ignorante y a gente que no se conformaba con las explicaciones oficiales y que quería aprender. Con ellos me junte y desde entonces hemos procurado sembrar las semillas del conocimiento por la Institución, con mayor o menor éxito. ¿Ello significa que me guía el Bien?No. En Karanes, en Zhante,....En esos lugares no fueron pocos los que cayeron ante las espadas de San Yago, algunos posiblemente fueran inocentes.¿Significa acaso que me guía el Mal? Tampoco. En ambos caso me guió mi intelecto, mi raciocinio. Y si, me atrevo a buscar a Mi Señor para pedirle el favor de resurrección. No para llevar una vida larga y placentera. A ella ya renuncie cuando prendi fuego a la mecha del explosivo. No. Mi resurrección no duraría mas tiempo de lo necesario para poder salvar a mi justo compañero, pues el no debe ser el castigado por mis Pecados: Arrogancia,actitud suicida, ignorancia...... Mis pecados se cuenta por miles a cada cual mas grave. No comere de ese arbol, pues en caso de que no fueras el Diablo y dijeras la verdad yo no podria comerlo. Soy un pecador ignorante que ha desperdiciado su vida.
Elia Aerlikr
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La lengua de aquella serpiente destilaba puro veneno, y no hacía falta que nos mordiera para que su veneno hiciera efecto en nosotros: bastante hirientes eran sus palabras. O, al menos, lo fueron para mí. Me recordó todas las cosas de las que me arrepentía, todos los engaños en los que había caído una y otra vez..., y estuve pensando en ellos, recordando y recordando, y apenas alcancé a escuchar lo que dijo sobre Marcus, pero deduje que no había sido menos dura hablándole a él de sus pecados.

Fruncí el ceño, callada. Él fue quien habló primero, y me pareció que no pudo darle una mejor respuesta a la viperina criatura. Nuevamente, aquello podía ser otro engaño, un engaño para que probáramos unas manzanas que todas las leyes, hasta la ley de la propia lógica, decían que no era posible comer, pues ¿acaso comen las almas...? Y yo... ¿sabía lo que era el Bien, lo que era el Mal...? ¿Lo había sabido alguna vez? Ya no estaba segura de nada, ni tampoco estaba segura de querer resucitar, pero la serpiente había sabido leer en mi interior mejor de lo que yo sabía leer en mí misma.

No, no sé nada, ni qué es el Bien, ni qué es el Mal, ni dónde está Svea, ni qué es todo esto. Pero sí sé una cosa: dos veces lo perdí todo por un engaño, y no estoy dispuesta a perder nada más. Yo también he desperdiciado mi vida por mi ignorancia y por mi ingenuidad.

No era agradable reconocerlo, pero era cierto. La serpiente fue deslizándose por el tronco hasta tocar el suelo. La tonalidad de sus ojos fue variando: del rojo al violeta, del violeta al azul, y luego al blanco. Avancé un par de pasos hacia el frente, hasta colocarme junto a Marcus.

Reconocer los pecados es un buen primer paso para purgarlos —siguió hablando la serpiente—. El siguiente es purgarlos de verdad. Y la ignorancia solo se purga con el conocimiento.

Se separó del árbol y se arrastró por el suelo. Al instante, di un paso a atrás, y empujé ligeramente a Marcus para que también lo hiciera. Se nos acercaba, y no me gustaba en absoluto que lo hiciera.

No nos convencerás. No vamos a hacerlo. Respetamos las leyes de la Diosa.

No entienden nada —dijo, y se detuvo.

Y luego, un ruido. Un ruido sordo. Mis ojos buscaron la procedencia del ruido. Era una manzana; una de las manzanas de oro se había caído al suelo. La habían tirado al suelo. Y mi perro, Cielito, estaba mordisqueando la fruta como si aquel fuera el más delicioso de los manjares, hasta tal punto que, en pocos segundos, no hubo rastro de la manzana.

No. No... —musité.

El perro me miró, con los ojos brillantes como dos luceros, moviendo la cola con energía. El gigantesco árbol empezó a reducirse a la velocidad del rayo, la serpiente desapareció en un haz de luz, y todas las manzanas de oro, absolutamente todas, salieron disparadas en todas las direcciones posibles. Mi primer instinto fue cubrirme con las manos para frenarlas, pero no era necesario: las manzanas atravesaban nuestros cuerpos inmateriales, y, al hacerlo, dejaban en nosotros un ligero pinchazo de dolor.

Me arrodillé, hasta que dejaron de caer las manzanas, y me encontré entonces rodeada por una auténtica llanura de frutos prohibidos. No se veía nada más: ni la pradera, ni el árbol... Todo era dorado, un campo de manzanas de oro. Me llevé las manos al pecho. El dolor había desaparecido; no así la confusión ante lo que acababa de ocurrir. Tambaleante, me puse en pie.

¡Cielito! —lo llamé.

No hubo respuesta. Busqué a Marcus con la mirada, temerosa de haber perdido al otro de mis únicos compañeros en el Otro Lado. No me di cuenta de que, apenas unos metros más allá, en la zona donde había estado el árbol, se había abierto un hueco profundo, por el cual caían algunas de las manzanas doradas. Este agujero daba a unas escaleras descendentes de color dorado, cuyo fondo no podía apreciarse; cualquiera que las hubiera visto, habría creído que aquellas escaleras de oro descendían eternamente hasta el mismísimo centro de todos los universos.

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Lo primero que hice cuando las manzanas salieron disparadas fue tirarme al suelo para evitarlas. Era algo ilógico, pues estaba muerto y nada podía dañarme salvo Dios. Aun así me quede en el suelo hasta que todo se calmo. Cuando alce la vista vi a Elia y también un agujero donde antes se encontraba el árbol. Me levante lentamente mientras miraba de un lado para el otro,buscando a alguien mas o a algo.

-¿Estas bien?-le pregunte a Elia.Volvi a echar una mirada alrededor.-No veo a tu perro por aqui.

Realmente no veía nada, solo ese agujero en el suelo. Me fui acercando poco a poco al borde y descubrí que había unas escaleras doradas. Una parte de mi, la parte de la razón, decía que me alejara. La otra, mi maldita curiosidad, deseaba explorar. Era aglo que siempre me habia sucedido, pero normalmente me tiraba mas una cosa que la otra y ahora parecian empatadas. Podia conducir al verdadero paraiso, el lugar donde se encuentra la Santísima Trinidad. Pero también al mismísimo infierno, que por otro lado era lo que me merecía. Definitivamente mi descanso había concluido. Ni muerto podia quitarme de encima las responsabilidades, las intrigas y los acertijos. Supongo que esa era mi condena.

-No veo el fondo, pero es posible que este ahi abajo junto a la serpiente
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Fue un alivio que Marcus no hubiera desaparecido también.

Sí, sí, ¿y tú? —le pregunté, mientras avanzaba hacia él.

Yo no había reparado en él anteriormente, pero, cuando llegué hasta mi compañero, descubrí que había un agujero en el suelo, y que allí había unas escaleras de oro inmensas, o que parecían inmensas. Ni rastro de mi perro. ¿Habría acabado en el infierno por morder la manzana? ¿Y si había regresado al mundo de los vivos? O, quizás, al verdadero cielo...

No lo sé. En cuanto mi perro mordió la manzana, todo desapareció y solo quedaron... estas malditas manzanas. —Resoplé, y miré a mi alrededor. Más allá solo había manzanas, manzanas y manzanas. No se veía nada más que manzanas doradas, ni un trozo de tierra verde, ni un monte elevado, nada—. Creo que solo hay un camino, Marcus, y es bajar por esas escaleras. Nos lleven a donde nos lleven. Ya no me importa mucho adónde ir, mientras vayamos a algún sitio.

Y, ciertamente, tenía la esperanza de que Cielito estuviera allí. Así que fui la primera en descender por las escaleras, y lo hice con sumo cuidado, muy despacio. A medida que me internaba en aquella tierra "subterránea" (¿podía llamarse "subterráneo" lo que estaba debajo de una tierra que no era tierra sino una especie de imitación fantasmal del mundo?), iba descubriendo que allí absolutamente todo era dorado: las escaleras, las paredes y, una vez bajé los suficientes escalones, vi también que el techo era dorado.

¡¿Cielito?! —lo llamé otra vez.

Y otra vez no hubo respuesta. Miré hacia delante, algo decepcionada —¿por qué no decirlo?—. Seguí bajando, y bajando, y bajando, y casi parecía que aquellas escaleras no llevaban a ningún lugar. Hasta que, en un momento determinado, las escaleras acabaron y encontramos una pared lisa, y en esa pared lisa había una puerta. La puerta también era dorada, y gigantesca; habría pasado por ella, sin problemas, el más alto de los elfos, o hasta un gigante, si verdaderamente estos existían.

No va a estar aquí... —susurré, dolida, pensando en mi perro.

Luego, alcé la mirada, y vi sobre la puerta un letrero que rezaba lo siguiente:

«POR MÍ SE VA HASTA LA CIUDAD DOLIENTE,
POR MÍ SE VA AL ETERNO SUFRIMIENTO,
POR MÍ SE VA A LA GENTE CONDENADA.

LA JUSTICIA MOVIÓ A MI ALTO ARQUITECTO.
HÍZOME LA DIVINA POTESTAD,
EL SABER SUMO Y EL AMOR PRIMERO.

ANTES DE MÍ NO FUE COSA CREADA
SINO LO ETERNO Y DURO ETERNAMENTE.
DEJAD, LOS QUE AQUÍ ENTRÁIS, TODA ESPERANZA
».

Aquella inscripción no alentaba, precisamente, a entrar, por lo que me pareció más conveniente regresar por donde habíamos venido. Pero, cuál fue mi sorpresa... Al girarme, vi que detrás de nosotros, apenas unos peldaños más arriba, había otra pared, tan dura y tan sólida que ningún espíritu la podría atravesar. Toqué las paredes, y mis manos no atravesaban ninguna.

Esto no me gusta nada —le dije a mi compañero—. No me gusta nada. Y ese... es el único camino.

«Tal vez tendríamos que haber comido del fruto. O haber impedido que Cielito lo hiciera. O no haber escuchado a la serpiente, o correr, correr, lejos de todo esto». Y, sin embargo, ya era demasiado tarde. Qué poca razón tenían los que pensaban que la muerte era un descanso.

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