Cualquier copia y/o destrucción total o parcial del documento será penalizada con una maldición de maestro. El pergamino es ignífugo y en caso de ser destruido tanto Dam Gurth como Tahros de la casa del Trueno pueden recomponerlo con unas simples palabras encontrándose en el estado en el que se encuentren.
Soy un servidor del Dios, soy un Asesino. Soy El Asesino. Pero de eso no trata este ensayo, no, yo voy a hablar de algo relacionado con el arte del asesinato. A lo largo de mis distintos viajes por el mundo he conocido extrañas armas cuya funcionalidad desconocía, una de ellas me llamó bastante la atención y por eso la robé, para investigarla.
Tenía forma cónica y era como una punta de flecha gigante, hueca y partida por la mitad hasta llegar a los extremos que tenían el mecanismo de una tijera. Sus dimensiones eran considerablemente voluminosas y su peso molesto y desequilibrado, por no olvidar que estaba sumamente oxidado. En esencia, sería más eficaz matar pegando pedradas que con aquél trasto del demonio, al verlo, pensé que sus creadores serían algún tipo de cavernícolas o masoquistas a los cuales, o bien no les regaba sangre al cerebro o bien les gustaba partirse las muñecas al coger esa cosa.
Sin embargo, las apariencias engañan, yo lo digo porque lo se, soy especialista en transformación, aspecto que trataremos después. Sus inventores no eran ni una cosa ni la otra, eran unos difuntos científicos que habían dedicado su vida y la muerte de miles de víctimas al estudio del cuerpo humano y animal.
El funcionamiento del que ellos denominaban “Vomitat Sanguis” consistía en clavar en la víctima el arma y accionar las pinzas rápidamente durante una fracción de segundo. Al soltarlas volvían a su estado inicial y a los pocos segundos (no más de 5), la dolorida víctima se llevaba las manos al pecho, exhalaba sangre y moría cayendo al suelo al instante. Lo más sorprendente es que no importaba dónde se emplease, cuello, pecho, vientre, incluso piernas y brazos, en todos ellos el resultado era el mismo.
Fue una impresionante experiencia, y, como dije antes, lo robé. Ahora que he aprendido más sobre el cuerpo y se detectar si un objeto posee magia, retomé la investigación. Ninguno de los factores que causaba la muerte era ni el óxido ni una magia adherente al cacharro, la única magia que lo tocó en su existencia fue la de mi hechizo detector.
Ni siquiera el cuerpo de la víctima parecía haber muerto por veneno, el metal era normal y corriente.
Quizás fuese la forma, que provocase cierta reacción en el cuerpo. Lo único que conseguí al clavar un cono de tal dimensiones en alguien fue causarle una rotura de fibras de libro.
Mi incertidumbre crecía más y más con cada prueba, porque, al intentar copiar el invento sin percatarme de su mecanismo interior, el resultado fue igual que el anterior, solo que a demás se enganchó y rasgó las fibras de mi víctima que me suplicó su muerte y tan gratamente se la otorgué.
La clave estaba en el mecanismo y es que éste cogía e introducía aire, sí, aire, en los conductos sanguíneos destrozados.
Un arma ruda y difícil de usar puesto a que son necesarias ambas manos, nada sofisticada, ruidosa y engorrosa, pero a fin de cuentas, útil, aunque solo fuese en esencia.
El aire en la sangre de alguna forma llegaba al corazón e irrumpía en su relativo orden, un gas dónde solo lo líquido tiene razón de ser, un gas común y fácil de encontrar. Los pulmones se encharcan y se produce un infarto inmediato. Solo un poco de aire, solo un poco de lo que estamos todos rodeados.
He aquí la clave del hechizo definitivo: cambiar unas gotas de sangre por un poco de aire: fácil, sencillo, pequeño y son compuestos similares, porque, según las pruebas que he realizado, la sangre tiene alguna relación más con el aire, algún elemento en común, quizás, nunca se sabrá, pero hace que el hechizo tenga aún menos gasto de energía.
Y puedo llegar a matar a una centena de personas de esta forma en unos instantes, quizás más si invierto más concentración y energías, aunque el mareo obtenido en el primer caso es considerable, sobre todo porque hay que dividir la mente en muchas partes, y mi magia no es de las mejores. Pero...¿qué sería de este hechizo en manos de un nigromante? Las víctimas se contarían por miles.
Yo probé el hechizo con los habitantes de aquél castillo y surtió un efecto devastador. Luego invoqué a un supernova que arrasó con todo y destruyó cualquier información que otros pudieran emplear para reproducir el hechizo o encontrar lo que yo encontré.
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Iak Odùr Pathe – Doh Odùl Hirùl – Kaeth – [nº de víctimas en arcano]

Código:

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Y por último, me gustaría añadir que aquellos que piensen que esta es una forma sucia y rastrera de asesinar, que recuerden a quién servimos y que recuerden que, como decía mi maestro:
"No hay poetas en el arte del oficio amargo"

PD: espero que el estado del pergamino haya ambientado su lectura. Un saludo: Dam Gurth, el Ángel de la Noche.