-¡Tengo un arma! ¡Será mejor que pongas las dos manos sobre la cabeza y te arrodilles si no quieres probar la calidad de mi cuchillo!

En cuanto me quise dar cuenta, vi como un hombre grande y fiero como un oso se acercaba delante de mí. Su cara estaba adornada, al igual que sus brazos, por un sinfín de cicatrices. La mayoría eran claras, heridas superficiales que no tardaron en curarse en su día. Pero también había cicatrices rojizas, anchas y con una gran variedad de formas; eran heridas peliagudas, heridas que todavía seguían latentes en su piel, heridas que todavía no habían sanado del todo. Pero, sin embargo, la peor de las cicatrices era una que surcaba con forma de rayo su ojo derecho. Era increíble que aun conservara el ojo.

Aquel hombre imponía. Su voz era grave y resonante; su nariz torcida más sus innumerables marcas de guerra solo constituía una tercera parte de la hostilidad que transmitía. Era aquel cuchillo desgastado que sujetaba con rabia con su mano derecha. Aquel cuchillo de hierro hecho para matar. Ni si quiera aquella arma de destrucción estaba cerca, pero ya podía sentir como se clavaba en mi pecho.
Cuando me quise dar cuenta, estaba arrodillado, con las dos manos sobre la cabeza y temblando de miedo. De toda la gente que había en el mundo… Y me tocaba a mí ser la víctima de aquella bestia.

-Eh, relajate, no te voy a hacer nada… a no ser que hagas algo que yo no quiera –Me dijo con malicia mientras se acercaba lentamente. Era impresionante lo que debería pesar aquella persona. Cada paso que daba, parecía retumbar la tierra alrededor.

Cuando nos separaban unos escasos centímetros de distancia, me señaló con el dedo.

-Dame todo lo que tengas –Me ordenó.

No pude evitar reírme.

-¿Dé qué…? –Comenzó a preguntar mientras alzaba el cuchillo por encima de su pecho.

Antes de que pudiera continuar, le lancé con desgana la mochila que colgaba sobre mi hombro a sus pies.

-Busca, y si encuentras algo con valor, llevátelo –Le dije mientras me retorcía en el suelo de la risa.





Miré con orgullo el nuevo cuchillo que tenía entre mis manos y transcurrido unos minutos, decidí guardarla en la ya no tan vacía mochila que colgaba en mi hombro. Era impresionante la cantidad de cosas que guardaba aquel hombre entre su armadura.

Si mis cálculos eran correctos, estaría en La Torre en unas pocas horas si mantenía el mismo ritmo. Hoy era mi día de suerte.

Sonreí al recordar la cara de aquel ladrón cuando sintió su propio cuchillo clavarse en su corazón.

Me paré en seco. Por un momento me había parecido escuchar algo, un sonido agudo, una melodía, una canción. O bien pudo ser el viento, o tal vez la imaginación. Se escuchó desde tan lejos, que bien pudiese haber sido cualquier cosa. ¿Tal vez aquel ladrón había resucitado en forma de cantante castrati? Descarté la idea con una profunda risa.

Fue me imaginación, estaba seguro.

Comencé a andar, miraba los altos árboles, las plantas que se abrían a mi paso y… Escuché una rama partirse. El corazón se me aceleró. Entonces… bajé mi mirada y…

-Oh… fui yo. –Susurré mientras esbozaba una pequeña sonrisa al ver aquella ramita partida pisada por mi pie.

Por extraño que sonase, tenía miedo. El bestial ladrón que había muerto al intentar robarme, no me había asustado en lo más mínimo; solo sorprendido. Tenía la sensación que me estaban vigilando. Y me aterraba no saber quién o qué lo hacía, sí es que alguien lo estaba haciendo. Aquel ladrón era grande, pesado y lento; al presentarse delante de mí, me había permitido conocer contra quién me enfrentaba.

Me paré por segunda vez. Odiaba esta sensación, notaba como si unos ojos se clavaran en mi nuca. No podía continuar con esa situación

Me giré, y cuando lo hice, me quedé atónito: Una muchacha de cabellos rojos, prácticamente de mi edad, me apuntaba con un arco, y no sé que me asustó más: El arco, o que mis temores de que no estaba solo fueran ciertos. Si tan solo pudiera ver su rostro... Pero lo impedía la distancia. El rostro del ladrón derramaba furia, rabia, agresividad, era como leer un cartel gigante que ponía "Te voy a atacar". En cambio... un arco en dirección mía podía significar muchas cosas... "Muévete o te mato", "Uy, creí que eras un animal, ahora lo guardo", "MUEREEEEE"...

No sabía cómo reaccionar, así que… Me arrodillé y coloqué mis dos manos sobre la cabeza. ¿Sería aliada del fallecido ladrón? Sí era así, solo me bastaba seguir con el procedimiento, aunque sinceramente, no creía poder con ella. Ella tenía un arco y daba la sensación de ser rápida con él. El más leve movimiento y podría sentir en menos de un segundo como una flecha se clavaba en mi cráneo.

En cuanto nuestras miradas se cruzaron, no bastaron ni unos seguros para que ella bajara aquella arma y acto seguido se escondiera tras los árboles. Por un momento me alegré de que me estuviesen dejando de apuntar con un arco, pero en cierta manera me preocupaba que no la pudiese ver ni que supiera que quería de mí. Si era una ladrona, al menos estaba siendo original en la forma de atracarme.

Escuchaba sus pasos, las ramas que apartaba, podía oír con claridad el sonido de las plantas siendo agitadas por su rápido y paso… A veces podía ver entre los huecos del bosque su caballera roja, una mano…

De repente, en cuanto me quise de dar cuenta, todo estaba en silencio y en calma. La chica había desaparecido por completo. Intente buscarla con la mirada, agudicé el oído, pero nada. Había desaparecido de la faz de la Tierra.

Pasaron los minutos. Si ella se había ido… Bueno, ¿Por qué yo no? Me levanté.

Y nada más levantarme noté como algo se abalanzaba encima de mis espaldas, tirándome al suelo con brusquedad y fuerza. Milagrosamente, no me había roto la nariz.

-¡Tú! –Exclamó la arquera de cabellos rojos mientras me agarraba de las muñecas. Me miró a los ojos y sonrió.

En ese momento, me tocaría responder algo cómico, en plan: “¡Yo!” o… “¡Te estaba buscando!”, pero dada la situación en la que me encontraba, preferiría no tentar a la suerte. Tenía media cara contra el suelo, en la boca podía sentir un sabor a sangre y tierra y estaba sujeto por las muñecas.

-¿Adónde vas? ¿Acaso sabes que hay en esa dirección? –Me preguntó señalando a borrosa silueta de La Torre que se perdía en el horizonte.

-Pues… -Comencé a decir.

-¿Mataste tú al gigante ese? –Me preguntó de golpe.

-Sí, lo maté. La verdad es que fue fácil. –Contesté cortante, con una sonrisa – Y claro que se adónde voy, es el lugar donde voy a estudiar: La Torre. –Añadí sintiéndome un poco importante. Cualquiera estaría orgulloso de estudiar en una escuela de magia… Si ignorabas que media población quería ver tu cuerpo arder.

En cuanto respondí, se quedó callada, pensativa. Entonces, gruño y me dio la vuelta, cara con cara. Al parecer esa mujer no había escuchado nunca la palabra delicadeza, al parecer.[/i]
 
-Más te vale no hacer algo sospechoso, muchacho. –Me dijo amenazante. –No sé quién eres y cómo conseguiste derrotar esa “cosa”, pero te advierto, como mientas con respecto a lo último, te juro que yo me haré cargo de ti antes que la Señora de la Torre. –Susurró.
 
Asentí levemente. Entonces, se levantó de golpe y me dio un fuerte tirón para levantarme.
 
-Yo te llevaré a la Torre, soy de ahí –Dijo mientras se colocaba el carcaj y colgaba el arco de su hombro –Por cierto, bienvenido. Y ahora, vamos, primero tienes que limpiarte. –Entonces, comenzó a caminar dirección opuesta a la escuela.
 
No sabía si alegrarme o asustarme. Solo esperaba que no todos los alumnos de la escuela fueran de esa forma, tan… tan así. La seguí, a pesar de que quería ir directamente a La Torre, temía por mi seguridad si no la hacía caso.
 
Después de una hora sin hablar, además de llegar al manantial donde ella quería ir, había descubierto una cosa: No era mala. Tal vez mi repentina aparición en los bosques de la escuela y al igual que aquel repentino asesinato la hubiera sorprendido un poco.
 
De repente, sentí como me cogía del brazo y comenzamos a correr; sentí como mis pies despegaban el suelo y en cuanto me quise dar cuenta, estábamos en el agua. En la zona donde estábamos apenas el agua nos llegaba por encima de las rodillas.
 
-Vamos, quítate la suciedad –Me dijo suavemente mientras rompía un trozo de su ropa y me lo daba.
Acto seguido, se subió el vestido hasta las rodillas y se sumergió aún más en el agua y al llegar a una roca, se subió a este y comenzó a mirar el lugar.
 
Me quité la camiseta y la colgué en las ramas de un árbol que había cerca de mí. Mojé el trozo de tela y comencé a lavarme todo el cuerpo; obviamente de cintura para arriba.
 
-¿Así es como haces amigos? ¿Los apuntas con un arco y luego lo llevas a una manantial? –Bromé echando una carcajada.


Me remangué los pantalones y me acerqué un poco al lugar donde ella estaba, sin subirme a la roca y... comencé a echarla agua mientras me reía.

La chica de pelos rojos no podía evitar reírse en cuanto comencé a tirarla agua. Repetía constantemente que parara, que se vengaría… Así que, como buen caballero que era, comencé tirarle agua con más velocidad. Se tapó la cara, se puso de pie y de repente, pude ver como caía de la roca. Plash.[/i]
 
No pude evitar lanzar una sonora carcajada en cuanto la vi bajo el agua. Eso sí que había sido una buena caída. Sacó la cabeza para respirar y me miró mientras gruñía, yo la miré, y en cuanto me quise dar cuenta, los dos estábamos echándonos agua como niños pequeños. Me percaté de que se estaba acercando sigilosamente, a pesar de que mi vista estaba borrosa por el agua que nos tirábamos, pero no hacía falta ver bien, para ver aquella sonrisa; tramaba algo, estaba seguro.
 
-Me las vas a pagar, Nube. -Me dijo mientras reía.
Me quedé perplejo. ¿Nube? De todas las cosas que me podía haber llamado… ¿Me llamaba Nube?
 

-Aquí te espero, Ceniza. –Dije desafiante, pero sin dejar de usar el tono de broma.


[i]La verdad es que me caía bien esta chica, era diferente a las demás persona que había conocido. Tenía algo especial, algo que la hacía única. La verdad es que tenía unos ojos preciosos.

Al principio, me miró incrédula, sin entender el porqué de darle Ceniza como nombre.

-Ceniza…yo tengo de ceniza lo que tú mujer. –Me respondió, riendo. Al terminar, dio un ligero suspiró y miró durante unos instantes el agua. ¿Miraba su reflejo, o más bien el reflejo la miraba a ella? Algo que guardaba dentro de ella se removió, lo sentí en aquella cara que no podía ver, en aquellos cabellos rojos que danzaban mojados por el viento. Lo sentí en su silencio.  Sacudió su cabeza, dejando marchar aquellos dolorosos pensamientos.

-Verás el sabor que tiene el agua de aquí, muchacho. –Apenas fue un susurro, pero un susurró bastó para que colocara su mano en mi espalda, se pusiera detrás de mí y cayera al agua.
 
Rápidamente me incorporé, medio enfadado medio riendo. Eso había sido una jugada muy sucia.
-¿Está buena, eh? –Me preguntó mientras se alejaba de mí. –Gah, que incomodo con el vestido pegado…-Se quejó mientras se tocaba su mojado vestido, mientras se acercaba a la roca mojada.

-Cuando quieras ir a la torre, me avisas.
 
Me quedé quieto durante unos segundos, incapaz de poder hablar. Quería que este momento durara para siempre, pero era imposible. Así que, tomé mi tiempo para grabar aquel recuerdo con fuego en mi memoria; jamás lo olvidaría, ni a ella ni a este sitio.
 

-Bueno, creo que la escuela no se irá a ningún sitio, así que no veo porque no podemos estar un rato más –La respondí con una sonrisa. –Por cierto, lo de Ceniza se debe en cierta manera a tu manera de ser: Es negro, mancha. Pero, a pesar de todo, permanece cálido, cálido como el fuego, cómo el sol o como un hogar. Hay calor en su interior. Y buen, ya sabes, las cosas calientes tienden a volverse rojas, como tu cabello. –Añadí, mientras me acercaba a ella con disimulo.

Al parecer parecía confundida de lo que había dicho, y era normal. ¿Acaso yo lo había entendido en su totalidad?

-La ceniza pierde calor muy rápido, a menos que cubra carbón encendido, que eso, a menos que llueva, tarda más en enfriarse. Pero al fin y al cabo, lo hace, todo pierde su calor. El fuego se apaga, el sol también lo hará algún día. Y un hogar...el hogar no pierde calor, simplemente se pierde el hogar, cuando ya no tienes a donde ir, cuando te arrebatan lo más preciado que tienes... –Respondió.

La escuché con atención mientras me seguía acercando lentamente hacía ella. Al parecer tenía una visión muy negativa respecto la vida.

Hizo un ligero movimiento mientras cerraba los ojos y negaba con la cabeza suavemente.

-Nube...Eres igual de blanco como una, y te ves igual de frágil. Aunque lo blanco es brillante y refleja la luz, y esto puede ser irónico, pero me cuesta mirarte por mucho tiempo, es...doloroso y agradable al mismo tiempo. –Dijo abriendo un ojo, mirándome –Pero una nube blanca puede volverse gris también, del color de la ceniza, ¿no crees? –Añadió.

¿Desde cuando una nube era frágil? Reí ante la idea de que una nube se rompiera como un cristal siendo arrojado con fuerza al suelo.

-No sé… A veces las cosas no son lo que parecen. –Afirmé, misterioso. –¿Y el ave Fénix? ¿Acaso al morir, resurge de sus cenizas?. –Añadí con una sonrisa. Ante esa afirmación, no tenía mucho que decir.

Entonces, rápido y raudo, como el trueno de una oscura nube, la agarré la pierna izquierda y tiré de ella con tanta fuerza, que cayó de la roca, sumergiéndose en el agua.

-Tal vez en vez de llamarte Ceniza, debería llamarte Salmón: Rojo y siempre metido en el agua –Reí con todas mis fuerzas.

Cuando salió del agua, me temí lo peor. Mi cuerpo, en cierta manera se preparó para un fuerte golpe, justo en la altura de mi cara.
-Juro que te voy a matar, maldito... –Dijo, amenazante como la tormenta. Una tormenta, que de pronto, amainó en pos de un estornudo. Parpadeó un par de veces, como si no se terminara de creer que había estornudado. De pronto, volvió a estornudar y presa del frío, comenzó a temblar.

-Hace un poco de frío, ¿no crees? Mejor vayamos a algún sitio más seco y si el tiempo no empeora, vamos a la Torre. -Me dijo. -Créeme, estar en el bosque cuando llueve no es muy agradable, si quieres vamos a una cueva que hay cerca de aquí. Porque si viene una tormenta, no nos dará tiempo igual a llegar a la escuela… -Sentenció.

Después, fijó en la camiseta que colgaba en el árbol y luego miró mis pantalones.
-Oye, ¿tienes más ropa o… solo eso? –Preguntó.
Pensé unos segundos…

-Te cambio mi ropa por la tuya. No creo que tu vestido me quede del todo mal… -Respondí con una sonrisa. ¿Lo peor? Hablaba enserio.
Me quité los pantalones con una increíble habilidad y se los lancé. Me acerqué al árbol, cogí mi camiseta, y también se la lancé. Hoy era un buen día para lanzar cosas. -Y si, lo mejor será ir a la escuela... No quiero mojarme -Dije, irónico.

Parpadeé seguidamente intentando convencerme de que había escuchado mal. ¿Que le diera mi vestido? Pero...estaba mojado y...le había pedido ropa justo por eso. ¿Cómo iba a dárselo? Además, ¡era hombre! Sacudí la cabeza intentando que mis sentidos volvieran. Lo miré incrédula, arqueando una ceja y separando un poco mis labios, como si intentara decir algo pero sin saber qué.
Atrapé sus prendas y suspiré, al parecer no bromeaba. Entonces volví a sonrojarme, pero mucho más que antes... Nube ya no llevaba ni los pantalones puestos y...estaba desnudo... ¿Acaso él nunca había oído hablar de la vergüenza?

- Bu-bueno...pero no mi-mires...-dije y me alejé un poco de ahí. Solo esperaba que no hiciera lo contrario...
Colgué la ropa del chico en la rama de un árbol y empecé a quitarme el vestido con cuidado, desatando el cordón con el que cerraba el material en la parte de atrás para después descubrir mis hombros y finalmente, mi cuerpo entero. Se me ponían los pelos de punta por el viento y volví a suspirar. Primero cogí la camisa y tras ponérmela me quedé unos momentos mirando de reojo mi espalda cubierta por aquella tela suave. La camisa me quedaba un poco holgada y por longitud cubría hasta la mitad del muslo.
Miré los pantalones y al final llegué a una conclusión: también eran un poco grandes para mí. Negué con la cabeza y volví con esa prenda y el vestido en la mano.

-Eso ya no me vale, pero gracias.-le dije al albino mientras le entregaba la ropa. Prefería enfermar que tropezarme por el bosque, además...dudaba que a él le gustaría llevar esa parte tan descubierta. Intenté tirar un poco de la camisa hacia abajo, tapando un poco más, me sentía algo incómoda en esa situación, y por algún motivo algo me decía que Nube podría llegar a ser algo pervertido. Un rubor decoró mis mejillas ante ese pensamiento y no tuve que apartar mi mirada del cuerpo del chico, no podía mirarlo solo a los ojos.
-Vamos, no nos queda mucho tiempo...-le dije mientras recogía mi arco y el carcaj del suelo para después empezar a caminar en dirección de la Torre.