Por mucho que me gustase dormir y no hacer nada, el cuerpo de un dragón necesita ejercitarse y todas esas cosas sanas. No es que me haga mucha gracia pero también es verdad que el mundo se ve mucho más bonito desde arriba: vastas extensiones de verde y blanco y azul, amarillo en la Elendë y ocre en los desiertos del sur, y manchurrones marrones y grises que representan ciudades y pueblos. No solía alejarme mucho de la Torre ni del Valle, y cuando lo hacía volaba muy alto, tan alto que los que me vieran pensarían que soy solo un pájaro.

Hoy era uno de esos días en los que en lugar de hacer el vago por los suelos lo hacía por los aires. Volaba sin rumbo, en círculos, yendo desde las montañas que rodean el valle hasta la Torre, volaba alrededor de la magnífica aguja, volvía a las montañas... A veces algunos aprendices me preguntaban si podía llevarlos encima mía, porque a la gente parece gustarle la idea de volar a lomos de un dragón. Tienen suerte de que mi temperamento sea el que es, porque estoy seguro de que muchos dragones se tomarían muy, muy mal esa petición.

Estoy bastante seguro de que a Narshel no le gustaría mucho que incinerara a sus aprendices. No es un gran problema porque tampoco soy una criatura muy destructiva, y no soporto el sabor de la madera quemada, así que no quemo muchas cosas. El Valle ha estado tranquilo, sin ningún movimiento de parte de los esbirros del Dios, lo que siempre es agradable. Sienta bien tomarse unas vacaciones de vez en cuando, aunque todo lo que he hecho como dragón ha sido tomarme largas vacaciones.

Me lo merezco.

No estoy seguro de cuánto tiempo estuve volando, porque todo esto de los monólogos internos me absorbe, pienso mucho. Noté que tanto batir las alas me había abierto el apetito así que busqué desde lo alto un lugar en el que aterrizar, y divisé pronto el delgado camino que se abría paso entre los árboles y conectaba la boca del Valle con la Torre. Aunque fuera delgado, era lo suficientemente ancho como para aterrizar sin derribar ningún árbol en el proceso; eso venía después.

Una vez puse las zarpas sobre la tierra, le di un zarpazo a un árbol que tenía buena pinta, derribándolo en medio del camino, y comencé a pelar la corteza con la misma educación que si estuviera utilizando el tenedor perfecto para comer peras confitadas en una reunión de clase alta en tierras élficas. ¿Hace cuánto tiempo que no andaba nadie por este camino? Lo de ser guardián del Valle se me da mal.

Continué pelando el arbolito para quitar la capa exterior de la corteza y llegar a la madera más tierna y jugosa que escondía. Me había percatado que estaba siendo observado, porque las narices de los dragones son bastante mejores que las de los humanos o elfos en eso de notar olores, o quizá es solo una coincidencia. De cualquier modo, no me preocupé, porque nadie en su sano juicio atacaría a un dragón. Recordaba las advertencias de Yan-dragón sobre los miembros esos de la Inquisición, pero dudo que se presentaran en el valle. Los pasos de montaña son peligrosos y les costará mucho movilizar un ejército entero antes de que los magos se dieran cuenta.

Así que continué descorticando el árbol, llevándome trozos de madera a la boca. Tenía un sabor a madera, como os lo podéis esperar, pero quitando eso tenía algo de sabor a nueces, un poco picante. Tras unos cuantos minutos, aún notando la presencia de aquel individuo y sus ojos clavándose sobre mis escamas, opté por hablar.

—Puedes dejar de esconderte, ¿sabes? No voy a morderte. —No es de muy buena educación hablar con la boca llena, pero también soy un dragón e indiferente hacia las nociones elfo-humanas de educación. No sé nada sobre las reglas de educación y etiqueta enanas, pero creo que los enanos y yo nos llevaríamos bien, o todo lo bien que pueden llevarse un dragón y unos enanos.

Cuando salió de detrás del árbol pude verle mejor. Vestía la túnica blanca de los aprendices y esta hacía juego con sus cabellos y con unos curiosos dibujos que decoraban su cuello y su barbilla. Entorné los ojos mientras estiraba el cuello, acercando mi cabeza a él. Saludó y pidió disculpas por eso de observarme, pero es que nunca antes había visto un dragón en su vida. ¿Sabéis lo mucho que me dicen eso los aprendices? Claro, la inmensa mayoría nunca ha visto a un dragón, ¿pero se creen que yo no he visto otros aprendices? Las primeras veces está bien, pero tras el aprendiz número cuatrocientos ochenta y siete ya comienza a cansar.

También me preguntó, un poco descaradamente, que qué hago en el valle de la Torre.

—El Valle de los Lobos —le corregí, y volví a mi afición-ocupación de descorticar árboles—. En este valle encontrarás más cosas que lobos y magos, amigo elfo.

Me llevé una rama a la boca, sin preocuparme por no mostrarme muy ofensivo contra el chiquillo o por intentar no enseñarle mis colmillos. He de reconocer que me divierte eso de asustar a la gente, hacer que se piensen que podría matarlos de un zarpazo. Es decir, puedo hacerlo sin problemas, pero soy un cacho de pan. Y, de nuevo, a Narshel le haría poca gracia que me cargara a sus alumnos, y muy comprensiblemente.

—Por tu túnica y tu mueca supongo que no llevas mucho tiempo en la Torre. ¿Llegaste hace poco? ¿De dónde vienes? Es decir, tienes pinta de venir de la Elendë, pero es muy grande el hogar de los elfos.