Dolores de Rodlaéz
Ficha de Dolores de Rodlaéz, finalizadapor Dolores de Rodlaéz, Dom Dic 13, 2020 1:32 pm
Ficha de Dolores de Rodlaéz
• Nombre y apellidos: Dolores de Rodlaéz, más llamada Urraca o Urraíña por los suyos, de forma apelativa, claro está.
• Sexo: Femenino, mujer.
• Edad: 19 años, nacida en la estación fría.
• Condición vital: Viva.
• Bando: La Diosa.
• Raza: Humana.
• Profesión: Aprendiza de magia y espadas a una mano. Pero todavía no ha iniciado ninguna formación.
• Escuela: De momento ninguna.
• Clase social: Pueblo llano.
Prosopografía y retrato
Dolores es una joven de estatura media, ni muy alta ni demasiado baja para las suyas. Posee una constitución fuerte, trabajada, pues siempre trata de entrenar, aunque sean unos minutos, todos los días. Pese a la difícil vida del campo, su familia y ella nunca han pasado, por lo general, hambre. Siempre se las han ingeniado para sobrellevar las malas cosechas, bien cazando, o bien a través del apoyo de la comunidad. En cuanto a su busto, poco hay, mas lo agradece; le sería muy incómodo pelear con él.
Aparenta mucha más edad de la que realmente tiene. De hecho, no suelen creerla cuando revela su edad y en cierta manera, lo agradece. Siente que aparentando ser mayor, la gente la toma más en serio. No soportaba, de niña, que la miraran como a una niña, como si fuera tonta.
Urraca con su equipamiento militar
Descripción ética
Dolores es una joven que no sabe estarse quieta. A no ser que esté muy cansada, nunca la verás holgazanear; en su defecto, siempre la verás corriendo de un lado para otro, bien ejercitándose o cumpliendo con sus obligaciones.
También la verás muy frecuentemente chinchando a algún amigo suyo o invadiendo el espacio personal de cualquier conocido, bien con una batería insaciable de preguntas, personales o filosóficas, o bien toqueteándolo: un empujón, una colleja amistosa, un golpe en el brazo… Le fascina establecer ese tipo de contacto con las personas, esa naturalidad espontanea, como si todos fueran de la misma familia. Le gusta, resumidamente, dar la lata. A veces de forma intencionada, a veces por pura costumbre. Aunque, también hay que reconocer que pese a que puede ser particularmente una mosca cojonera, también cuida mucho de sus amigos; se preocupa por ellos, al igual que cuida y protege a sus mayores.
No destaca especialmente por su inteligencia, pero sí es cierto que posee un instinto natural para salir airosa de cualquier situación comprometida. Es como si su propio desparpajo la hiciera salir indemne de todo, o casi todo. Parecía tomárselo todo a guasa, pero en realidad su forma de entender de vida es tan cerrada, que muchas veces simplemente no es capaz de entender el mundo si no es procesándolo con humor. Eso no quiere decir que no sepa estar seria, sino que cuando lo está, seguramente haya algo retorciéndose dentro que quiera salir y no pueda. Y encima, no parece haber una pizca de malicia en ella. Bueno, malicia la hay, pero malicia de la buena, no de la mala. Así que cuando obra de manera reprochable, la gente tiende más bien a reírse de su descaro antes que recriminárselo, al menos una vez que la conocen y saben cómo es.
Es tanto de sonrisa y carcajada fácil. No suele llorar nunca, ni enrojecerse, ni sentir vergüenza, ni pedir disculpas. Quizás sí de excusarse o dar explicaciones. También sucede es una persona que, según qué contextos, puede llegar a ser una rapaza de lo más irascible, muy inclinada a dejar ojos morados y a iniciar peleas. Es muy orgullosa, simpática ante todo, pesada ante más, y con un sentido de la justicia y el honor muy desarrollados. Pero un poco violenta.
Es un poco también algo salvaje. Le emociona ver sangre, le divierte la violencia y los insultos inteligentes, al igual que le divierte la caza o partir narices ajenas. Aunque también le divierte la poesía, la música y los bailes de salón. Estos últimos, obras del más puro barbarismo.
Le incomoda el silencio. Tiende a no aguantarlo, y en su lugar, lo evita. Cuando está sola se pone a reflexionar, cuando está acompañada lo rompe. Ha levantado desde lo más profundo de su ser, un mundo interior de lo más curioso. Poco común en alguien de aldea, diría algún urbano.
Crónica
Súbdita de la majestad Isabella Fountaine de Garnalia, nació en la región norteña de Costa Blanca, en la pequeña aldea de Aizón. Junto a otros municipios, formaban la preciada comarca de Catro Billas, cuales se reunían y organizaban, alrededor de dos veces al año, pequeñas ferias en Puerto Blanco con el principal objetivo de vender sus productos locales, si no es errado decir que también organizaban pequeños bailes y fiestas, y en general, el alcohol ni el buen vino escaseaban en ninguna de ellas...
- Continuación:
- Su padre, de nombre Hrodland, originalmente fue nacido, no se sabe bien si a buena o a mala hora, en el reino de Wölfkrone. Un poco obligado por su familia, ingresó en una Universidad del Centro para estudiar algunas de las artes liberales, como fueron gramática, retórica y lógica; teniendo, por consiguiente, claro está, dejar el hogar. Sin ánimo de finalizarlos, pues no se sentía un hombre de letras, dejó los estudios en el primer trimestre del segundo año y volvió al Norte. Gustó lo que vio, eso sí. Probó esta vez a labrarse una carrera militar, cual sentía como su verdadera vocación. Apenas duró un año en el ejército: una lesión en la pierna le impediría proseguir en el Puño del Norte, teniendo que renunciar a aquel modo de vida. Trabajó durante de unos años como funcionario en la Corte hasta que, con 27 años, medio cojo, decidió que aquel modo de vida no le satisfacía y en búsqueda de un cambio de aires, comenzó a viajar por toda Garnalia. En una de sus muchas partidas por el Centro, quedó prendido de una mujer, de nombre Loyola, en una de estas ferias en Puerto Blanco, una campesina de Ainzón. Al parecer tuvo que ser mutuo el amor, pues acabaron por casarse un año más tarde. Así, un hombre de veintiocho años contrajo nupcias con una joven de diecinueve.
No tardaron en tener una hija. El padre quería llamarla Brynhildr, pero Loyola insistió en llamarla Dolores, quizás en recuerdo a lo que le había supuesto el parto; y Dolores se quedó. Aunque su padre, en la intimidad, la llamaría a veces Bruma, en recuerdo de aquel nombre. En cambio, a él le llamarían Rodlo, pues su nombre original era impronunciable por aquella lengua local —y seguramente por muchas otras lenguas—.
Después de Dolores, no acuñaron más descendencia, pese a que lo intentaron, y no con escasez de veces. Algunos de los vecinos se lamentaban por ellos, por tener un único vástago y que este no fuera varón. Su madre, en cambio, enfurecida ante aquellas declaraciones, aseguraba que aquella hija sería más fuerte y valiente que cualquier varón, así que, quizás para molestar a sus vecinos, Loyola educó a su hija, maleducó para algunos, a la masculina. Jugaba con otros niños, correteaba, se peleaba, maldecía, le daba a la espada, no cosía. Su padre, que harto un poco de la vida, pasaba harto de aquellos temas; más siempre le preocupó en darle una educación mínima a su hija. Le enseñó a su hija a leer y a escribir, conforme su madre con ello, aunque cuando trató de instruirla en el aprendizaje del nórdico, su madre se negó. Decía que aquella lengua a nada le serviría a la niña, y que más que estar sentada, debería haciendo el ganso con otros niños. Saber leer y escribir lo entendía, ¿Pero saber leer, escribir y hablar en una lengua que no era la suya? ¿Para qué? Sí de Aizón no se iría nunca. ¿La niña? La niña muy conforme.
Resumidamente, Dolores tuvo una vida bastante agradable. Tenía amistades, aventuras, libertad y el amor de unos padres. Debido a la lesión de su padre, también tuvo que asumir bastantes responsabilidades: ella era quien cazaba, quien cortaba y preparaba la leña, quien ayudaba a su madre cargar el grano, a la matanza. Loyola también se encargaba de aquellas tareas también, pero ocupaba más su tiempo al cuidado doméstico, a preparar las comidas, de trabajar sus artesanías, que eran cerámicas y jarrones, que luego se encargaban de vender a sus vecinos y durante las ferias. Al contrario de lo que acostumbraba el vulgo, era Hrodlad, Rodlo para el vulgo, quien se ocupaba de las cuentas y de mantener la despensa llena, comprando cuando hiciera falta y vendiendo lo que no lo hiciere. Pese a las responsabilidades, quiero decir, compartían el peso del hogar entre todos los miembros: no había un patriarca, había un hombre convaleciente. Y a Dolores le encantaba cazar y cortar leña, así que…
Dolores heredó, de alguna manera, las expectativas y sueños de sus padres, mas como no suele ocurrir, se sentía conforme. Quería, por parte de padre, ir a la guerra; y por parte de madre, vivir como hacían los hombres. ¿Así que qué mejor que ir como hombre, a batallar?
A los dieciséis años comunicó a sus padres su deseo de irse a la guerra, y por extraño que pudiera parecer, recibieron aquella nueva sin sorpresa alguna, quizás sí con algo de orgullo. Su padre vería a su hija cumplir su propio sueño, y su madre podría alardear de ella.
—¡Vieren, que miña filla batallarva a la guerra! ¿Podesvos deciro mesmo dos vostros ahijados? Non, ¿verdade? —anunció una única vez ante la ida de su hija, con la cabeza bien alta en la plaza del pueblo. Después de todo, ninguno de los otros jóvenes tenía vocaciones militares, y mucho menos las jóvenes campesinas, que más que hacerse a las armas, dedicaban las horas muertas a tejer y a observar a los mozos, y, por consiguiente, observar a Dolores, que pasaba mucho tiempo con ellos.
Nadie supo muy bien qué decir al respecto, así que no se dijo nada ni se habló nunca de aquello. Sin embargo, Dolores estaba decidida; vestida de hombre, se enroló en la Real Fuerza de Tierra, presentándose a sí misma como un varón, pues no tenía claro si allí aceptaban mujeres, o rodeada de tanto hombre, aquello supusiera un riesgo para ella. No llegó a participar en ninguna batalla importante, ni tampoco le dio tiempo, pues tras medio año, fue descubierta su condición como mujer. Su osadía cayó en gracia entre sus compañeros y sus comandantes, mas pese a ello, no la dejaron quedarse. Se sintió un tanto dolida, pero comenzando a apreciar en el panorama que ya los que habían sido compañeros suyos, mudaban su forma de verla, casi prefirió irse: no tanto por pavor alguno, sino por desgana.
Al regresar a casa, su padre se lamentó de su suerte, y planteó la posibilidad que aquella familia no estaba destinada a triunfar en ningún ejército. En cambio, se alegraba de que al menos estuviera a salvo. Su madre, sin embargo, aquella situación le parecía de lo más injusta, y tanto se quejaba públicamente de ello, y tanto blasfemaba entre las gentes, que en vista a que no se detendría jamás, los guardias locales optaron por cogerla y dejarla pasar una noche en el calabozo, más que por cometer alguna ilegalidad, por pesada. Tras aquello, no volvió a acusar a ningún ejercito de retrogrado, o al menos, no fuera de casa. Cuando se volvía a poner pesada con el tema, su propia hija —sin duda la más afectada de aquel asunto — la mandaba callar. “Madre, calle usted, que es una pesada”, solía chistar. Su padre, demasiado ocupado con sus traumas, se limitaba a observar todo aquel espectáculo sin participar. Quería a su mujer, y a su hija. Pero antes que nada, quería una vida sencilla.
A la decimoséptima primavera, un prestidigitador vino a la aldea y organizó una pequeña función que cautivó a todos los locales. Digamos que aquellas gentes se tomaban ciertas libertades en cuanto a la fe, así que ni temían ni repudiaban la magia —aunque aquella tenía pinta de ser falsa—. Así denunció Dolores públicamente, sintiéndose engañada, cuando terminó la obra. El encantador quiso mantener las apariencias e intentó responder con mesura y con ingenio, pues de nada le servía provocar una discusión seria delante de todos, al igual que no quería acabar con la magia de la función. Aún así, tratando de calmar las aguas, las embraveció. Aquel intento de defenderse hizo que Dolores se lo tomara personal, y comenzó a revelar las falsedades de aquellos trucos: el cómo había hecho desaparecer una moneda, el cómo había invocado aquella llama, el cómo había separado una cadena. No es que la joven supiera de magia ni convocaciones, pero al haber abandonado en el pasado la aldea, había acumulado una experiencia y conocimientos que el resto de sus gentes ignoraban y no sabían. Entendía de engaños, digamos.
Allí ya el tema se caldeó bastante, y llegaron a los gritos. Digamos que el prestidigitador parecía tener muy mala baba cuando quería, y por algún motivo, la joven podía ponerse muy irascible cuando de magia se trataba, sin saber porqué. Resumiendo bastante, el mago le advirtió, en tono amenazador y misterioso, que tuviera cuidado. A la noche se marchó, y según apuntan algunos que lo vieron, en muy extrañas condiciones.
Aquella noche Dolores soñó con cosas horribles.
A partir de aquel momento, cada regla se volvía más irregular que la anterior, hasta que de tan irregular se hubo vuelto, que ya no quedó regla. Tras casi un año sin menstruar, consideraron en su familia que la habían echado un mal de ojo. Embarazada no estaba, así lo dijeron varias parteras; más todas aventuraron que podría enfermar gravemente si aquel ciclo de sangrados no continuaba. Como solución, optaron que tendría que irse al Norte a buscar a un hechicero que pudiera curarla, ya que allí en el Centro, por temas inquisitoriales, sería más complicado hallar a un mago dispuesto a ayudarla. El problema es que la cojera de su padre había empeorado con los años, y no podía acompañarla, ni quedarse solo. Tampoco podría partir con su madre.
Así que Dolores volvió a marchar sola, triste por tener que dejar otra vez el hogar, emocionada por el viaje, enfadada porque le habían arrebatado el período. No le importaba viajar en soledad, pero sí le entristecía ir a las tierras que habían visto crecer a su padre, pero sin su padre. Su padre no hablaba mucho de su infancia, ni de su reino. Durante su camino, se preguntó mucho acerca de sus abuelos paternos, que nunca los había llegado a conocer, que supiera.
También se planteó la posibilidad de enrolarse en el ejercito del Norte, pero no lo tenía del todo claro. Después del mal trago que se llevó en el primero, casi le apetecía más ir por libre: guerrera, pero no en un ejército, no de un rey.
Su corta época dada al travestismo más beligerante le había otorgado ciertos bienes y dineros, que, si bien no eran muchos, se sumaba a lo aportado por sus padres, proporcionando a la joven la suficiente dote para aguantar durante una temporada en Wölfkrone, y si bien no encontrase a bruja o brujo que la ayudare con aquella mágica enfermedad en el tiempo previsto, bien tendría que trabajar o empeñar su espada u otros objetos de valor y continuar durante más tiempo su búsqueda.
Algo de nórdico chapurreaba, pero… No, no era suficiente chapurrear. Las palabras, por mucha intención que haya detrás, a menudo no se entienden, incluso en un mismo idioma. ¿Pero los gestos? Ah, los gestos. Los gestos a menudo son universales. ¿Y qué son los gestos? Símbolos. A ella se le daban bien. Las letras también eran símbolos, y no tardó mucho en aprendérselas.
Si tan solo Dolores hubiera sido capaz de comprender la importancia que tendrían los símbolos en su vida desde aquel momento… Se hubiera echado a reír.
Llevaba una semana viviendo en una Casa de huéspedes, y más o menos se las conseguía apañar a partir de señas y palabras sueltas en nórdico. ¿Pero sería suficiente?
Información extra
• Otros datos de interés: Es ambidiestra.
• Físico del personaje: Ilustración — Svetlana Kostina — Dolores de Rodlaéz.
Última edición por Dolores de Rodlaéz el Vie Dic 18, 2020 12:47 am, editado 1 vez
Zane Beren Ciryatan
Re: Ficha de Dolores de Rodlaéz, finalizadapor Zane Beren Ciryatan, Vie Dic 18, 2020 1:08 am
¡Pásalo bien y rolea mucho!
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