Riak
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Un ocaso de luces oscuras [Privado]por Riak, Jue Mar 21, 2013 5:02 pm
Por primera vez en muchos años, mis pies volvían a pisar el suelo de Ekhleer. Desde mi posición privilegiada en la apartada atalaya, podía ver toda la ciudad, pero mis ojos permanecían fijos sobre las torres afiladas del Castillo del Concilio. Seguramente, el juicio ya habría comenzado, aunque la parte del mismo que a mí me interesaba estaba por llegar.

A mi lado estaba Haku, a quien le había encargado el mantenimiento de las barreras mágicas y del hechizo de invisibilidad. En territorio de archimagos, cualquier imprudencia podía significar la muerte y, por eso, le había ordenado a un mago que se encargara exclusivamente de mi protección. Sabía que él lo haría sin rechistar, porque confiar en mí era la única forma que tenía de salvar a su amada.

Preocúpate por mantener esas barreras pase lo que pase —mascullé—. Necesito concentración para vigilar que todo vaya como habíamos previsto.

Me agazapé, me recosté contra las paredes de la atalaya y cerré los ojos. Busqué la mente de William, que estaba prácticamente desprotegida, y no me costó entrar en ella. Sin embargo, me mantuve al margen; no valía la pena malgastar fuerzas antes de necesitarlas.

«Todo va a ser más fácil de lo que imaginaba», me decía, con una sonrisa en los labios.

Haku
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Re: Un ocaso de luces oscuras [Privado]por Haku, Jue Mar 21, 2013 7:20 pm
Estaba allí, de pie, contemplando las últimas luces del día mientras concentraba mis energías mágicas en una barrera que protegía a mi peor enemigo. Permanecí en silencio y, pronto, mis ojos dieron con el castillo y caí en la cuenta de que llevaba mucho tiempo sin ver a Narshel. ¿Qué habría sido de ella en estos últimos tiempos? ¿Estaría bien? ¿La carcomerían los nervios en este mismo instante?

No tenía respuesta para aquellas preguntas, no todavía. Pero dárselas dependía de que cumpliera con el deber marcado.

Todos los archimagos están en el Concilio. Me atrevería a decir que incluso cualquier miembro influyente de la comunidad mágica está allí, en el juicio. De todos los momentos, este ha sido el más adecuado para venir aquí sin ser descubiertos. Supongo...

Y guardé silencio, para regresar a mis tareas. Riak no hizo nada; cerró los ojos y se concentró. Una ligera brisa sopló y agitó los bordes negros de mi túnica. A pesar de lo que estaba en juego, no estaba nervioso; de hecho, todo en mí era calma, lo que me permitió concentrarme mejor en mis tareas.

Sácala de ahí impune y con vida —musité.

Después, todo lo que hice fue esperar.

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Re: Un ocaso de luces oscuras [Privado]por Riak, Jue Mar 28, 2013 9:25 pm
Desde los ojos de William pude presenciar todo lo que ocurrió en aquel juzgado sin que nadie descubriera mi presencia. Vi a Anaë’draýl, mi Maestro en la Escuela del Bosque Dorado y el responsable de que odiara a mi propia raza. Me habría gustado aprovechar la situación para abalanzarme sobre él, pero no era muy inteligente hacerlo. Ya tendría la oportunidad, tarde o temprano, de acabar con su vida de la peor forma posible. No en vano, había tenido cientos de años para pensar su muerte.

Decir que el juicio fue intenso habría sido quedarse corto. En más de una ocasión creí que el plan de inculpar a Narshel se vendría abajo, pero, cuando empezaron a aparecer las pruebas, no pude hacer otra cosa que sonreír, pues cada vez era más evidente que había vencido. Un solo nigromante había conseguido engañar a los doce archimagos del Concilio.

Caroline hizo bien el papel que le había asignado. El truco de las cicatrices funcionó y me demostró las debilidades y las pocas facultades mágicas de la pandilla de incompetentes que formaba el Concilio. Había utilizado un hechizo del Ars Sacratorum que escondía la procedencia de la magia, que podía cubrir (al menos en parte) los restos de magia oscura que quedaban impregnados en cualquier hechizo realizado por un nigromante.

La siguiente prueba fue determinante. Las imágenes que aparecían en el espejo pertenecían dos a mí y una a Haku. La de Félix la había presenciado mediante un óculo; la imagen del templo procedía de una esfera (cortesía de la Dama Roja) ubicada en el Templo Oscuro que captaba todo lo que sucediera allí.

Creí que Haku no sería capaz de ofrecer aquel recuerdo, pero, finalmente, lo había hecho. Era muy ingenuo si de verdad creía que iba a salvar a Narshel solo para que ella reparara mi espejo.

Has hecho bien en ofrecer el recuerdo de Anthon. Los archimagos han visto que Narshel participó en la profecía a favor de la Diosa y que fue capaz de dejar morir a un viejo amigo solo por su túnica negra. No hay duda de que se salvará —mentí, disfrutando con aquella sensación.

Tras varios hechizos complejos, había condensado aquellos recuerdos en un líquido apropiado para el espejo de agua y, junto con la carta con la falsa denuncia firmada por William, lo había enviado al Concilio, en un pequeño frasco. Haku pensaba que utilizaría el recuerdo completo, pero lo había modificado hasta dejar solo la parte más comprometedora.

Y la estrategia funcionó. Narshel había empezado a perder apoyos. Esa era mi intención. Sí, mi plan era encerrar a Narshel en el Supplicium o, incluso, que le cayera la pena de muerte. Lo que me interesaba era hundirla y, de paso, que el Concilio se encargara de ejecutar por mí la venganza sobre William.

Él había roto mi espejo. Mi espejo, el que permanecía escondido en la más recóndita y la menos llamativa de mis casas en el Reino Élfico. Aprovechó que había pasado la noche en Tamika y entre sus alegres vinos para ir a las Montañas de los Lobos y romper mi espejo interdimensional. Cuando llegué, ya era demasiado tarde para arreglar el estropicio.

No me molesté en pedirle explicaciones. Lo torturé como castigo y luego me introduje en su mente y busqué sus recuerdos. Descubrí entonces que había asesinado a Catherine y que había roto el espejo para que no pudiera traerla de vuelta y utilizarla en su contra. Y así, saqué provecho de su muerte para inculpar aún más a Narshel.

Sin embargo, no fui yo el primero en denunciar a la Señora de la Torre. La idea de los experimentos había venido de otra persona y yo, viendo clara la oportunidad, había apoyado su teoría con la carta que llevaba la letra de William. ¿Quién había sido el artífice de todo aquello? No lo sabía y ya no me interesaba saberlo. Tal vez cualquier otro nigromante de la Necravia. Tal vez Narshel, aunque pareciera increíble, no era inocente de aquellos cargos.

Después del espejo vino la tercera y última prueba, que nos tomó por sorpresa a todos. Incluso a mí. Yo no había visto el cuerpo de Catherine; no estaba en el Valle de los Lobos, donde William la dejó. Por lo tanto, no era yo quien había trazado en su cuerpo aquellas heridas y señales de magia prohibida. Eso volvió a levantar mis dudas, especialmente cuando Shewë aseguró que aquello era obra de un archimago. Solo yo conocía el conjuro para tapar los restos de magia negra, solo yo tenía en mi poder el Ars Sacratorum…

¿Acaso era un archimago del Concilio quien había acusado a Narshel en primer lugar? ¿Había preparado toda aquella farsa porque le interesaba hundir a la Señora de la Torre? Y lo más importante, ¿habíamos estado todo este tiempo colaborando, sin saberlo, en una misma treta? ¿O es que Narshel había utilizado realmente el cuerpo de Catherine…?

Todas mis sospechas se enfocaron en Shewë. Tal vez en Anaë’draýl. Ellos podían estar interesados en destituir a Narshel de su posición.

De cualquier modo, eso no importaba. Fueran cuales fueran los intereses del Concilio, todo había salido como yo quería. Narshel y William saldrían condenados de aquel juicio. Una archimaga menos. La Torre quedaría abandonada hasta que se eligiera un suplente... y luego estaba el Secreto de la Oscuridad. Lo vi sobre la mesa de Anaë’draýl, pero era muy arriesgado lanzarse a por él. Quizás podría manejar a William cuando el juicio estuviera a punto de terminar y hacer que lo teletransportara hasta mis manos, para huir rápidamente. Además, al recordar los Secretos, me pregunté cómo le habría ido a Amy en los duelos...

La presentación del cuerpo de Catherine en el juzgado hizo que William reuniera el coraje suficiente para expulsarme de su mente. Y lo consiguió durante unos segundos, en un pequeño despiste. «Maldito seas…», pensé, porque había empezado a echar por tierra mi argumento, pero conseguí restaurar el conjuro a tiempo para enmendar los daños y seguir declarando a Narshel como culpable.

Respiré hondo. Solo quedaba esperar la sentencia final de la jueza y todo habría acabado.

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Re: Un ocaso de luces oscuras [Privado]por Haku, Vie Mar 29, 2013 1:42 pm
Las horas habían pasado y el sol se había escondido, dejando paso a una noche oscura y fría. El viento soplaba en la lejana atalaya de Ekhleer y, sobre la ciudad, reinaba el silencio. Allá dónde estábamos, nadie habría podido imaginarse que dentro del Concilio se desarrollaba uno de los juicios más tensos que se había celebrado nunca.

Yo no podía saber cómo estaban yendo las cosas más allá de las palabras de Riak, que con toda seguridad eran falsas.


«Has hecho bien en ofrecer el recuerdo de Anthon. Los archimagos han visto que Narshel participó en la profecía a favor de la Diosa y que fue capaz de dejar morir a un viejo amigo solo por su túnica negra. No hay duda de que se salvará».

No le respondí. Sabía que mentía. Ese juicio había estado pensado, desde el primer momento, para que Narshel lo perdiera. Yo mismo había cedido mis recuerdos siendo consciente de ello; lo había hecho para que tuvieran más motivos para inculparla. Tal vez ella estuviera odiándome en aquellos momentos, pero, cuando entendiera mis motivos, lo vería todo desde otro punto de vista.

Mientras mantenía la barrera protectora, contemplé a Riak. Él creía estar controlando todo, porque estaba acostumbrado a que sus planes no fallaran nunca. Permanecía aún con los ojos cerrados, muy concentrado en mantener su hechizo sobre William. Apenas reparaba en mí. No me consideraba un peligro, porque ya había sido capaz de destrozarme mi anterior vida y también la segunda.

Pero yo era un hombre desdichado que no podía perder más de lo que ya había perdido y en mi corazón latían deseos de venganza por la muerte de mi madre y por las desgracias de mi amada.


«Le está costando controlar la mente de William», me dijo Joseph por telepatía, desde su asiento en el juzgado. «Ahora es el mejor momento; tendrá todos sus sentidos puestos en mantener el conjuro».

Asentí. Sabía lo que aquello significaba. Extendí las manos y, en silencio, empecé a tejer un nuevo hechizo sobre la barrera hasta convertirla en una cárcel invisible. Reduje su tamaño hasta que la barrera solo afectó a Riak y, luego, utilicé el conjuro Espejo invisible, de modo que cualquier hechizo que hiciera el nigromante rebotaría sobre sí mismo. Incluso si intentaba teletransportarse. Era una estrategia cedida por Joseph.

«Preparad todo para que no escape. Lo que he hecho solo servirá para ganar un poco de tiempo, pero no tardará en encontrar la forma de deshacer todos los conjuros», le transmití a Joseph.

«No te preocupes por eso; está todo bajo control», me respondió. «¿Está todo listo?».

«Sí. Venid cuanto antes».

Había llegado la hora. Había llegado la hora de que tú, Riak, pagaras por todo el mal que habías hecho durante tus siglos de existencia.

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Re: Un ocaso de luces oscuras [Privado]por La Diosa, Vie Mar 29, 2013 1:56 pm
Ante la sorpresa de Riak, los archimagos del Concilio empezaron a materializarse en la atalaya. Su primera reacción fue intentar teletransportarse, pero su conjuro rebotó en el Espejo invisible y se quedó en el mismo sitio. Luego empezaron a aparecer decenas de magos y guerreros, que habían sido transportados por los mismos magos, y otros que llegarían después, cruzando la ciudad por su propio pie.

Lord Strord se acercó entonces al nigromante y lo apuntó con el báculo que llevaba. Era un bastón brillante, de plata, largo en la empuñadura y coronado por una balanza que llevaba, en cada plato, el sol reluciente que simbolizaba a la Diosa. Clavó luego el bastón en el suelo y, con unas palabras arcanas, una especie de araña de hierro y plata tomó forma en el pecho de Riak. Se trataba de un objeto muy poderoso que solo podía ser creado con un báculo como aquel, utilizado por el Concilio para impedirle a los prisioneros que utilizaran su magia.

Luego se acercó Anaë’draýl con las cadenas en las manos y se permitió el lujo de atárselas a la espalda, porque llevaba mucho tiempo desenado atrapar a aquel nigromante. Lo obligó a ponerse de rodillas y lo sostuvo del pelo, mostrándoselo a todos con una sonrisa de oreja a oreja.

¡Contemplad a Su-Riak de la Casa del Arce, más conocido como Riak de Nyx, derrotado por las fuerzas de nuestra Diosa! ¡LARGA VIDA A LA DIOSA! —exclamó, más alegre que nunca.

Los vítores y los gritos de júbilo resonaron por toda la atalaya e incluso más abajo, donde se habían quedado algunos de los asistentes al juicio. Varios habitantes de Ekhleer salieron de sus casas para contemplar el espectáculo. «¡LARGA VIDA A LA DIOSA!», corearon una y otra vez.

Shewë se situó delante de Riak y le lanzó una sonrisa maliciosa.

Cuánto tiempo, Su-Riak —musitó y luego alzó la voz—: ¡Riak de Nyx! Queda arrestado por nigromancia, uso de magia negra, asesinato de tres archimagos, traición a la comunidad mágica y a la Diosa, traición al Reino Élfico y al Concilio, liderazgo de una organización criminal, robo, ejecución de hechizos de control mental, secuestro de la Señora de la Torre, coacción y extorsión con fines inmorales, delitos contra la moral, suplantación de identidad…

La jueza siguió enumerando cargos y más cargos que delataban solo algunas de las miles de fechorías que había cometido Riak durante toda su vida. El ruido que se había levantado en Ekhleer en medio de la noche era impresionante. La noticia correría como la pólvora entre toda la comunidad mágica y lograría aliviar, al menos en parte, la amarga sensación que habían dejado las derrotas en los duelos contra los Secretos.

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Re: Un ocaso de luces oscuras [Privado]por Riak, Vie Mar 29, 2013 9:04 pm
No tuve tiempo de reaccionar. Cuando descubrí que había caído en una trampa fatal, ya tenía a Lord Strord apuntándome con su báculo. Los miré a todos con odio, especialmente a Anaë'draýl, que sonreía al verme derrotado. «Esto no acabará así», pensé, pero la triste realidad era que, en aquel momento, no tenía posibilidades de escapar.

El Presidente del Concilio me agarró del pelo y Shewë empezó a enumerar los cargos de los que se me acusaba. Si pensaba anunciarlos todos, necesitaría toda la noche y parte del día siguiente. Tal vez más.

No soportaba ver aquellas sonrisas en sus rostros. No entendía qué había podido salir mal. Clavé mis ojos en Haku y le dirigí una mirada cargada de ira. Estaba seguro de que él era el traidor.

El carcelero del Supplicium me incrustó en el pecho aquel maldito objeto que reprimía mi magia y me dejé arrastrar por el que una vez fue mi Maestro. Sonreí ante cada una de las cosas que Shewë decía, aunque solo fuera por no darle el gusto de verme humillado.

¿Sirven buen vino en el Supplicium, señora jueza? —dije en tono burlón. Luego giré la cabeza hacia Haku—: No sabes lo que has hecho, imbécil. Acabas de firmar tu propia sentencia.

Él nunca podría vencerme y estaba seguro de que, vivo o muerto, acabaría con él tal y como había hecho con su madre.

Todo Ekhleer había venido hasta la atalaya para ver el ocaso de un nigromante, como si se tratara del espectáculo del siglo. Yo no dije más nada y soporté los aplausos y las oraciones a la Diosa. Lo último que vi antes de que el Concilio me teletransportara hasta la Prisión del Supplicium fue la silueta del castillo recortada por la luz de la luna, con brillos de plata en la cúspide de cada torre, como si el mismísimo edificio celebrara mi derrota.

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