Alcé mi vaso y le di un largo trago a mi bebida, limpiándome la boca con el antebrazo al acabar.

Me encontraba en Ereaten. Había pasado bastante tiempo desde la última vez que había ido allí, y me apetecía volver algunos sitios de la ciudad, la cual era el primer lugar del mundo civilizado que había pisado en mi vida. Además, temía que el tiempo que había pasado ocioso en los alrededores de la Torre me hubiese hecho perder facultades. Por tanto, lo primero que había hecho al llegar a la ciudad había sido buscar un trabajo a la altura de mis habilidades, y de paso sacarme unas cuantas monedas.

Esbocé una sonrisa mientras lo recordaba. O bien había elegido un trabajo demasiado fácil, o me equivocaba al pensar que había perdido facultades.

De una forma u otra, mi bolsa se encontraba casi llena incluso después de pagar mi bebida. Era una costumbre que había desarrollado tiempo atrás: cuando cumplía un trabajo con éxito, me invitaba a mí mismo a un trago al anochecer, ocasión que aprovechaba para relajarme y dejar mi mente vagar mientras el ruido del lugar me rodeaba por todas partes. Era la primera vez que venía a esta taberna, llamada "La Última Morada", pero no me disgustaba; era un lugar agradable y la bebida era buena.

Seguí bebiendo, y pensando en mis asuntos desde mi asiento en la esquina del local.

Algo llamó mi atención, y alcé la mirada hacia la entrada de la taberna. Quien apareció en la puerta era más bien delgado, cubría su rostro con una capucha, y llevaba a la espalda una curiosa espada.
Desentonaba notablemente con el ambiente general de la taberna, y su presencia llamó la atención de algunos parroquianos que le dirigieron miradas, pero no tardaron en volver a sus asuntos. Mientras tanto, el encapuchado caminó hasta la barra y entabló conversación con el tabernero. A juzgar por sus expresiones y gestos, probablemente ya se conocieran o fueran amigos. Escuché su charla, intrigado por la aparición de tan peculiar personaje.
En cierto punto de la conversación dieron a entender que el encapuchado contrataba mercenarios, pero que escaseaban los profesionales últimamente. Ésto despertó mi interés, por un lado estaba dispuesto a ponerme a trabajar los próximos días, y por otro sentía curiosidad por aquel tipo. Parecía la ocasión perfecta.

Miré al fondo de mi jarra, ya casi vacía. La apuré de un trago, y me aproximé a la barra, situándome junto al recién llegado. Dejé la jarra, y la empujé hacia el tabernero con una mano.

-Otra de lo mismo.-dije, poniendo una moneda sobre la superficie de madera pulida.

Acerqué la jarra recién llenada de cerveza hacia mí, y tomé un trago. El encapuchado había ignorado mi presencia, así que me dispuse a seguir escuchando en silencio hasta tener la ocasión de intervenir.

Un corpulento hombre de una mesa cercana se levantó y se colocó en la barra junto a mí. Su manera de caminar y moverse eran claras muestras de que había bebido de más, y probablemente el resto de gente de su mesa también. El hombre se apoyó en la barra, y le gritó al tabernero.

-¡Eh, Lenny, ponme otra ronda para mis chicos!

El tabernero le echó una mirada de reojo y le ignoró, seguramente por no querer emborracharlo más de lo que ya estaba. El hombre no se lo tomó muy bien, y empezó a golpear la barra y maldecir ante la impasibilidad del tabernero. Entonces, su mirada se fijó en mi jarra, casi llena.

-Eh, tu, dame eso... -dijo mientras alargaba una mano hacia mi jarra.

Antes de que pudiese alcanzarla, le aplasté la mano con un puño contra la barra, haciendo sus dedos crujir. Seguidamente, le di un codazo en el pecho que lo derribó mientras gritaba.
Me giré y vi que sus amigos se habían levantado y estaban ayudándole a ponerse de pie. Cuando se hubo recuperado, empezaron a rodearme con los puños prietos y caras poco amigables. Les examiné rápidamente; eran cinco sin contar al que yo había derribado, y no parecían llevar ningún arma. Respiré hondo, y me preparé mentalmente.

El primero en atacar fue el que estaba a mi derecha.Me lanzó un puñetazo a la mandíbula, que paré con el antebrazo, y respondí con un cabezazo a su nariz. La sangre le llenó la cara, y retrocedió gritando de dolor. Otro intentó agarrarme por la espalda, así que giré rápidamente y le golpeé con el codo en las costillas, y luego le sujeté y retorcí el brazo, para finalmente lanzarlo hacia una mesa. Un tercero intentó desequilibrarme con una patada, pero le agarré la pierna y le proyecté hacia el suelo, donde le di un pisotón en la espalda.

Sin embargo, desde mi punto ciego recibí un fuerte golpe en la cabeza con una botella. Eso me hizo caer sobre una rodilla, y me desorienté durante un instante. No llevaba puesto mi casco, así que sentí un hilo de sangre correr entre mi pelo mientras luchaba por enfocar la mirada al frente.

Noté una sensación extraña en el lugar donde me habían golpeado, y cuando llevé ahí la mano descubrí que la herida había desaparecido. Tardé unos segundos en comprender que el encapuchado me había curado usando magia. Conocía la sensación por experiencias anteriores en las que había sido tratado por magos, pero hacía tanto tiempo de aquello que casi no me acordaba. Miré a quien se sentaba enfrente de mí.

-No ha sido para tanto, me han dado más fuerte otras veces. Y te aseguro que hubiese podido con todos ellos incluso aunque no hubieses intervenido. Pero aún así, gracias por la ayuda. -dije con media sonrisa.

Alargué la mano hacia la barra y recogí mi bebida de nuevo, para luego darle un trago.

-Me llamo Ryanor. -dije tendiéndole una mano.

Me incliné hacia adelante en mi asiento, y escuché atentamente sus palabras. Parecía un tipo bastante serio, directo al grano y sin tonterías, justo el tipo de gente con la que me gustaba tratar a la hora de hacer negocios.

-Estaré en Ereaten solo unos días, de paso. Viajo de ciudad en ciudad, y hago encargos sueltos para quien puede pagarlos, pero no me implico en trabajos a largo plazo. Lo siento si te decepciona, pero de todas formas, si tienes algún asunto pendiente del que necesites ocuparte, puedo hacerlo sin problemas. Por el precio adecuado, claro está.

Otro trago.

-Por curiosidad, ¿para quién trabajas?-dije, arqueando una ceja.