Silencio. Oscuridad. Frío. En una esquina de la celda, una rata sale de su guarida y husmea el aire. Corretea por los bordes, en mi dirección. Se para. Husmea de nuevo. Antes de que pueda acercarse más, me revuelvo en mi sitio para espantarla. La rata escapa, y el metal oxidado de mis grilletes me muerde las muñecas. Duele, pero no tanto como mis articulaciones, agarrotadas por la inmovilidad.

No sé dónde estoy, ni cuánto tiempo llevo aquí. Tampoco sé qué soy ahora. Vuelvo a ser débil, pequeño, indefenso. Esos asquerosos humanos me han arrebatado mi fuerza, pero no han acabado conmigo. No, no les daré esa satisfacción. Por mucho que intenten matarme de hambre y dolor, pienso vivir lo suficiente como para arrancarles la garganta. Lo juro.

Por ahora, mi mayor enemigo son las ratas. No puedo dormir ni flaquear, o se me echarán encima en cuanto tengan ocasión. Cada vez se acercan más, conscientes de mi debilidad, planeando el momento en el que dar el primer bocado. Me repugnan, pero sé que en el fondo les mueve la supervivencia, igual que a mí. Sólo eso ya las hace más dignas que mis captores.

Me tenso. Oigo algo. Unos pasos lejanos acompañados de voces perturban el silencio. Se acercan. ¿Con qué fin? No tengo manera de saberlo. Aún así, no les tengo miedo. Que hagan lo que quieran, no me doblegarán.
Percibo algo al otro lado de los barrotes. Varias personas se han reunido, y hablan entre sí. No consigo entender lo que dicen, pero uno de ellos habla con autoridad. Otro abre la puerta, y le deja entrar.
Es entonces cuando mis nervios se disparan. Algo ha sonado dentro de mi mente, una voz. La del recién llegado. Quiere saber quién soy, qué me han hecho. ¿Cómo se atreve? ¿Cómo puede estar ahí de pie, junto a la escoria que me tiene en este estado, y esperar respuestas por mi parte?

Intento responder, pero solo consigo emitir un ronco gruñido antes de que me de un ataque de tos.

-Nadie que te importe... sucio humano -digo una vez me he recuperado. Ni siquiera me molesto en levantar la cabeza hacia él al hablar- Me habéis quitado todo cuanto me pertenecía, miserables criaturas. Recibiréis vuestro merecido... -prometo antes de que la tos me alcance de nuevo.

El desconocido vuelve a hablar en mi cabeza, y acto seguido mata a uno de los hombres. Se da la vuelta y sale de la celda para ocuparse del resto. No percibo lo que ocurre más allá de los barrotes, pero oigo ruidos de combate y huelo fuego. Permanezco inmóvil, pensando en su respuesta.
Está aquí para liberarme, con lo que no es uno de ellos. Ha dejado claro que no es humano, e insinuado que es otro dragón. Otro como yo, atrapado en forma humana. Aprieto los dientes. Que sea dragón no hace mejor que mis captores, no según lo que la experiencia me ha enseñado. Aunque intenta ayudarme, seguramente sea porque no tiene ni idea de qué soy  en realidad. Si lo supiese, sería como los demás. Estoy seguro.

Después de acabar con mis captores, el desconocido vuelve a entrar en la celda y rompe mis grilletes. Mis brazos caen al suelo pesadamente mientras una punzada de dolor me recorre los hombros y la espalda, al sacarlos de la posición habitual. Me doy un momento para recuperarme y frotarme las muñecas antes de ponerme en pie. Inmediatamente me apoyo en una pared para no desequilibrarme.
Miro al desconocido. No me fío de él, pero es mi única manera de salir de aquí. Está a punto de abandonar la celda, pero hablo antes de que pueda hacerlo.

-¿Quién eres?